TEATRO › DANIEL SUAREZ MARZAL Y “EL PERRO DEL HORTELANO”
El director cuenta cómo adaptó el texto clásico de Lope de Vega, que se verá a partir de hoy en el Teatro de la Ribera.
› Por Hilda Cabrera
“No dudes, naturalmente, /es ‘perro del hortelano’: /no come ni comer deja, /ni está afuera ni está adentro”, replica al criado Tristán el joven Teodoro, calificando a Diana, la condesa de Belflor que se ha enamorado del plebeyo Teodoro y no se atreve a iniciar un romance. El dicho dio título a una celebrada comedia de Lope de Vega que el director y régisseur Daniel Suárez Marzal estrena hoy en el Teatro de la Ribera. Este artista de interesante trayectoria a nivel nacional y extranjero propone un lenguaje neutro para una obra de 1612, cuya terminología y gramática resultan hoy ajenas. De modo que se ha tomado licencias sobre redondillas y romances, pero no ha tocado aquellos sonetos que otorgaron brillo a El perro del hortelano: “La forma bruñida del soneto, su estudiado artificio y perfección, hubiera sufrido más de la cuenta”, sostiene Marzal.
La doncella en jaque es hermosa, y en principio inabordable para ese joven que carece de títulos nobiliarios y no sabe siquiera quiénes son sus padres. Las convenciones del amor y el honor van cerrándole puertas a la relación. Una salida es el engaño, que a veces beneficia. Así el amado ascenderá primero a falso conde y luego a verdadero. Depurando versos sin desdeñar ironías y ambigüedades, Marzal traslada una historia destinada desde su origen al regocijo de un público variado, como fue en otro tiempo el de los corrales, teatros emplazados en patios interiores. El público será ahora el que convoque el Teatro de la Ribera, donde la obra se ofrecerá a partir de hoy en horarios habituales y los domingos al mediodía. Una iniciativa que permitirá completar el paseo por la zona y que aporta nuevo significado al trabajo que viene desarrollando el director sobre los textos clásicos de los españoles del Siglo de Oro y los de Carlo Goldoni y William Shakespeare. “Escritos que necesariamente deben tocarse, porque en el teatro no tenemos la nota al pie de página”, apunta Marzal, quien disfruta del nuevo logro y de la comprobación de que el elenco que hoy dirige le ha perdido miedo al verso.
–En Arte nuevo de hacer comedias, Lope de Vega escribe, entre otros asuntos, sobre la métrica de los versos. ¿Cómo es eso de que el soneto va bien con la espera y la redondilla con el amor?
–Es el sistema que utilizó Lope para ajustar el verso a las situaciones. Para el amor están también los romances, así como las décimas para las quejas. El soneto le permite edificar dentro de la obra un concepto nuevo y discursear, por ejemplo, sobre si el amor nace de los celos o éstos del amor.
–¿El gran conflicto de Diana?
–Sí, pero no derivado del campo de lo social. Estos juegos del pensamiento y el lenguaje nacen del arte barroco y del gusto por internarse en los intrincados caminos del alma. La mujer, y más si está enamorada, desobedece las leyes sociales mucho más que el varón. Inventa con naturalidad sistemas distanciados de lo correcto. Imagino algunas situaciones de El perro... como una comedia de Woody Allen: una sucesión de encuentros y desencuentros amorosos ligeramente amorales. En este sentido, me pregunto cuánto influyó en España la libertad del varón moro respecto de las mujeres. Ni los amoríos ni el donjuán son estados y figuras raras en la literatura española.
–¿Por qué se ha elegido una ciudad italiana para situar esta historia?
–Nápoles era entonces una ciudad codiciada. Sobresalía por su cultura y por la claridad de espíritu de sus habitantes. Aquella libertad favorecía el desarrollo de géneros artísticos como la comedia. Son rasgos que destacamos en esta puesta. Horacio Pigozzi creó una escenografía donde aparece el convento de Santa Clara, pero no como adhesión al historicismo, que desechamos aun cuando el vestuario de Mini Zuccheri proporciona idea del barroco y hayamos incluido música de los compositores napolitanos del siglo XVII.
–¿Qué significa claridad en ese contexto?
–Desaparece, por ejemplo, el color negro. Lope admiraba mucho a Nápoles, como a Potosí, que en aquella época tenía 160 mil habitantes y era villa imperial rica en minas de plata.
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