TEATRO › MARCELO MININNO HABLA DE SU NUEVA OBRA, GOLPE DE AIRE
El director y dramaturgo, autor de Lote 77, uno de los mayores éxitos del circuito independiente porteño de los últimos años, llega ahora a una sala oficial con una obra “que habla de las cosas que no pudimos decir de diciembre de 2001”.
› Por Carolina Prieto
Marcelo Mininno nunca imaginó que su ópera prima como dramaturgo y director sería uno de los grandes éxitos de la escena independiente, y que incluso desbordaría las fronteras nacionales. Lote 77, la obra que estrenó hace cuatro años en el Teatro de Abasto, se gestó con mucha dedicación y esfuerzo. Fue fruto de un largo proceso de investigación de todo el equipo creativo y cristalizó en un montaje muy potente y complejo. La acción transcurría en una suerte de corral de ganado que oficiaba también de baño de hombres y sugería un paralelismo entre el trabajo bovino (las tareas que hacen a la crianza, selección y clasificación del ganado) y la construcción de la masculinidad. La obra fue ganando el interés de la crítica y del público que, espontáneamente, empezó a llenar la sala. El espectáculo sumó más funciones semanales, ganó la Fiesta de Teatro de la Ciudad, fue invitada a encuentros y festivales internacionales, además de acumular premios y mantenerse en cartel durante cuatro temporadas. Más de 10 mil espectadores –una cifra casi impensable para cualquier producción de la escena alternativa– vieron el trabajo que evitaba los lugares comunes, las sensaciones edulcoradas y las lecturas lineales.
Es que Mininno apostó al riesgo artístico en un planteo que mezcló crudeza y poesía. ¿Los protagonistas? Tres ex compañeros de escuela que revelan sus rituales de iniciación como varones, descubriendo así las fisuras de los mandatos sociales y desplegando los deseos, las castraciones, los arrepentimientos y las desilusiones. Un golpe al mito del macho, precisamente en un corral de ganado donde tuvo lugar la faena.
Convocado por Alberto Ligaluppi, director artístico del Complejo Teatral de Buenos Aires, el director nacido en Salto (provincia de Buenos Aires) en 1976 se prepara para dar a conocer su nuevo trabajo, Golpe de aire, que se podrá ver desde el 25 de febrero en el Teatro Sarmiento. Su idea original era estrenar en una sala del off con una producción también independiente. Pero un llamado alteró los planes. “Un día me llama Alberto (Ligaluppi). Se había enterado de que andábamos con un proyecto nuevo y me propone programarlo en una sala del Complejo. Me quedé helado. A Alberto le había gustado mucho Lote, la programó en el FIBA 2009 cuando lo dirigió junto a Rubén Szuchmacher, y nos encontramos en varios festivales a los que viajamos con la obra. Como actor yo ya había trabajado en el circuito oficial, pero como autor y director nunca”, cuenta Mininno a Página/12.
El disparador fueron unos textos que escribió sin intención de llevarlos a escena, que hablaban de personas alejadas de su contexto cotidiano, en la playa o en tránsito hacia un lugar de descanso. En 2010, y con Lote ya bien instalada en la cartelera, compartió esos escritos con su grupo de trabajo. “Los chicos se interesaron. Tenían ganas de ver si podíamos hacer algo con eso. Yo también ya estaba en un momento en que sentía ganas de volver a reunirme con un grupo y empezar a trabajar en algo nuevo”, cuenta. Así fue cómo se embarcaron en un nuevo proyecto: improvisando, creando situaciones a partir de esos textos iniciales que, al poco tiempo, fueron dejados de lado. “Lo que los actores generaron era tanto más rico que me puse a escribir a partir de lo que me devolvían. Fue un ida y vuelta constante: escribir a la par que ellos producían material y reescribir constantemente. Un proceso interesante y de mucha incertidumbre, como caminar sobre un piso que se mueve todo el tiempo. El desafío fue entregarse sin sentir que algo falta, sino que esa misma incertidumbre y movilidad de las cosas ya es parte del trabajo”, asegura.
Una modalidad distinta a la que se dio en Lote: tras investigar durante un año, el director se separó del elenco para escribir el texto completo y luego volver a juntarse para trabajarlo en escena. Mientras que en Golpe de aire, la escritura no fue independiente del trabajo creativo del elenco.
–¿Qué plantea la nueva obra?
–El encuentro, en una casa de playa, de un grupo que vivió un hecho crítico a nivel familiar, que los dejó en un estado de emergencia en diciembre de 2001. La historia está narrada desde el presente: uno de los personajes, un escritor, relee los hechos. Necesita hacer su propio duelo y reconocer qué hay de real y de ilusorio en su vida. Mientras tanto, los demás personajes, como su mujer y su cuñado, exponen sus verdades y también entran en crisis. Este juego con los tiempos permite ver cómo siguieron las vidas de los personajes y, sobre todo, cómo es la narración de esos hechos. Creo que la obra habla de las cosas que no pudimos decir, de esos espacios de los sucesos que quedaron abandonados, para los cuales resulta difícil encontrar las palabras adecuadas.
–¿Qué puede anticipar de la estructura del relato? ¿Se mantiene la fragmentación, la superposición y la circularidad de Lote 77?
–Algo de eso hay porque evidentemente mi forma de pensar no es lineal. Hay un juego en relación con la forma, pero es el resultado de lo que queremos contar. Sería difícil contarlo de otro modo. Cuando el escritor expone su obra y su mundo imaginario, los personajes aparecen recreados como si estuvieran en una novela rota, inconclusa. Es un material fuerte, visceral, que explota vida. En este sentido, el trabajo de René Diviú con la escenografía y de Eli Sirlin con la iluminación son muy poéticos.
–¿Cómo fue la experiencia de producir una obra en un ámbito oficial?
–Trabajamos durante un año y medio antes de entrar al Sarmiento y el contrato del Complejo Teatral incluye dos meses de ensayo. Se dio una combinación entre mi forma de trabajar, que es de procesos de investigación largos y fuertes, y la posibilidad de acceder a recursos que para una producción independiente son imposibles, como la escenografía o hasta las dimensiones del escenario, que es bastante más grande que una sala del off. Es un doble juego: de algún modo el Complejo compra un proceso de investigación como el nuestro y, a la vez, yo puedo empezar a pensar en ciertas cuestiones relacionadas con el espacio, con las luces y lo escenográfico, porque estoy dentro del Sarmiento. Si la montaba en una sala independiente, no me hubiera podido expandir tanto. Con un subsidio de Proteatro no podría tener este despliegue. Las condiciones de producción condicionan lo artístico.
–¿Fue un buen maridaje, entonces?
–La experiencia nos enriqueció mucho y creo que a ellos también. Nosotros llegamos a la sala con mucho trabajo previo y los invitamos a que compartan el trabajo, a que durante dos meses profundicen con nosotros desde las distintas áreas. Fue un trabajo en conjunto.
–¿Cómo se siente ante un nuevo estreno después de un éxito como el anterior?
–Me encantaría que el trabajo guste, que despierte preguntas, que el público salga movilizado. Y claro, está el fantasma de cómo nos va a ir. Por ahora estamos contentos: el trabajo nos llevó a lugares personales de mucha verdad, aun más que Lote. Lo que pasó con esta obra estuvo fuera de nuestras expectativas. Fue increíble y el reconocimiento es muy gratificante. Tengo los premios en casa y me reconfortan, pero también tengo en claro que son el resultado de años y años de trabajo. Y el trabajo sigue, ahora estamos en otro momento y obviamente no tengo todo bajo control, todo resuelto y claro. Ni tendría por qué tenerlo. El aprendizaje continúa. Por ejemplo, tengo una invitación para ir a Nueva York. Antes me invitaron a dar charlas y seminarios en Chile y Brasil. Me da un poco de terror, pero cuando pienso que se trata de compartir mi experiencia teatral con gente de otros países, me relajo y puedo disfrutarlo. Después de todo, el teatro es mi manera de profundizar en las cosas y en mí mismo. Y si puedo compartirlos con otros, buenísimo.
–¿Cómo surgió su interés por lo teatral?
–A los 14 años vi una obra de un grupo de Salto, donde vivía. Y para mí fue impactante, mágico. También me acuerdo de otro espectáculo que vi en vacaciones, un espectáculo sobre Margarito Tereré. Pero más allá de estas dos experiencias puntuales en un pueblo donde no había cine y casi nada de teatro, creo que lo escénico pasaba más por lo ritual y lo festivo. Veía algunas cosas en la tele, pero más que nada me gustaba acompañarlo a mi papá: él con la guitarra y yo con el bombo, cantando juntos. Después empecé a bailar folklore, me vinculé con el grupo de teatro de Salto, hice un poco de radio leyendo poesía y empecé a estudiar teatro en Pergamino. Cuando terminé el colegio me vine a Buenos Aires para estudiar en la EMAD. Tuve maestros, como Enrique Dacal, Ciro Zorzoli y Roberto Perinelli, que me abrieron la cabeza.
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