Martes, 14 de febrero de 2012 | Hoy
TEATRO › LETICIA VETRANO HABLA DE SU ESPECTáCULO DE CLOWN FUERA!
María Peligro es el nombre de la payasa a la que le da vida esta actriz argentina que se formó en España, Francia, Bélgica e Inglaterra. Durante la obra, busca la interacción de los integrantes del público, a quienes “convierte” en gatos que maúllan al unísono.
La búsqueda constante de la felicidad y del amor. La ilusión de preservar aquello que ya murió. La independencia personal y el crecimiento como mujer. Esos son algunos de los ejes principales que, a través de la comicidad y del lenguaje sin palabras, transita Fuera!, un espectáculo de clown, ideado y protagonizado por la actriz argentina Leticia Vetrano, que se presenta todos los jueves a las 21.30 en el teatro Timbre 4 (México 3554). Así Vetrano le da vida a María Peligro, una divertida, alocada y pequeña payasa (que viste como una vieja) que está siempre al borde del abismo, dispuesta a envolver al público en su mundo circular y delirante. María, cansada de la invasión de sus recuerdos, decide transformar su triste historia en un delirio cómico, el día de su cumpleaños. “Quise mostrar este momento puntual en la vida de esta ‘niña vieja’, cuando ella decide salir de todo el peso familiar –le cuenta Vetrano a Página/12–. Lo que me gustaba era sentir que podía llegar a la gente, que el público podía sentir cosas que no tienen que ver sólo con la risa, con la felicidad y con las cosas buenas de la vida. Hablar de la muerte, del desapego emocional y de la sexualidad eran cosas que me interesaban mucho. Y sentía que esta payasa ya venía con toda esta valija enorme de emociones y quería mostrarlas”, dice quien fue acróbata del Cirque XXI, pasó por la escuela de Circo Carampa de Madrid y estudió con maestros de teatro gestual de Francia, Bélgica e Inglaterra.
Fuera! es un excelente unipersonal que cuenta la historia de María Peligro, quien desde la muerte de sus padres intenta hacer como si nada hubiera pasado, como si ellos todavía estuvieran allí. Perpetuando los gestos de su vida cotidiana, ocupa su día en mantener y borrar el tiempo que pasa, con la obsesiva ilusión de preservar lo que se fue. En el día de su cumpleaños, cansada de que sus recuerdos la invadan, decide convertir su historia en un delirio clownesco y lo consigue a través de un lenguaje sin palabras, una importante destreza física y la manipulación de objetos. Dentro de su oscura casa, donde vive sola, la payasa cocina su propia torta de cumpleaños. Y luego abre un regalo (que ella misma se hizo): un aro y un muñeco inflable, de quien se enamora. Rápidamente, María comienza a jugar y a mostrar sus habilidades acrobáticas con el hula hula. Al mismo tiempo, se va metiendo en problemas, los que resuelve a veces con humor y a veces de manera trágica. María Peligro despliega importantes recursos actorales y busca la complicidad y la interacción de los integrantes del público, a quienes “convierte” en gatos que maúllan al unísono.
Vetrano se deja sorprender por María Peligro, que vive, siente y mira el mundo a través de ella: el payaso trabaja siempre con material autorreferencial. “A través del personaje juego con mi propia tontería, con lo que me hace reír. Pongo en escena lo que realmente me causa gracia o me genera una especie de patetismo. Me río mucho de mí misma. Tengo una mirada clownesca sobre las cosas que me pasan en la vida real. Eso me facilita mi trabajo”, cuenta la actriz.
Lo interesante de la obra es, también, que tiene un cierre que siempre es distinto, ya que requiere de la participación de un espectador, que María Peligro elige del público al azar y al que ella quiere besar. Entonces, esa última escena depende, en parte, de cómo haya sido esa intervención. “Si con el voluntario que pasó al escenario se genera algo muy mágico y se vuelve un final súper romántico, la gente se va con esa sensación. Si se arma como un jueguito de risa y entramos en otro código con el participante, la gente se ríe más y entonces se va más contenta. Yo prefiero que sean duros, que no actúen y que me dejen a mí contar el final de mi historia”, explica Vetrano.
–Es como una bomba de tiempo para mí. Es una payasa que sentimos que está siempre al borde de las emociones, al borde de la fatalidad, todo el tiempo. Tiene un dualismo muy grande, puede ser súper dulce y enternecedora y a la vez puede ser una bestia. Puede ser hasta agresiva también. Maneja estos dos códigos. Es alguien que te da pena, risa y miedo también.
–Resolví algunas cosas con ella. Soy muy tímida, y fue la clave para desinhibirme. El tema de cómo incorporar la palabra es algo que vengo trabajando, que tiene que ver conmigo, porque siempre me costó largar las emociones, y el clown me dio la posibilidad de pararme en un escenario y darme cuenta de que era el lugar donde empecé a largar todo. Y para mí fue increíble. Empecé a decir “acá puedo”. Y eso me ayudó mucho a poder decir lo que me pasaba.
–Cuando nació el personaje era una especie de “niña vieja”. Era una niña con problemas, que buscaba el amor. Después, me di cuenta de que el personaje crecía, porque yo iba creciendo y me convertía en mujer. Lo que le pasa al personaje tiene que ver con lo que me pasa a mí. El clown trabaja desde mí, no construyo un personaje que me es ajeno. A través de la técnica busco lo que me pasa. Entonces, se va transformando. Ahora hay en el espectáculo un momento en el que se convierte en mujer, y eso antes no pasaba. Eso se debe a que yo me convertí en mujer o asumí el hecho de serlo, a lo largo de estos ocho años que lleva el personaje. También me doy cuenta de que ahora que estoy creando otros números tengo la necesidad de que la payasa tenga otros problemas. Por ejemplo, se viste diferente. Estoy apuntando más a convertirla en mujer, de a poco.
–El cierre de mi obra está escrito, y por la participación que tiene el público, sobre todo en el final, tienden a cambiar ciertas cosas. Pero hay un guión que respeto: el final es siempre el mismo. También depende de qué tipo de espectáculo hagas. Es verdad que va a cambiar la energía o el color. El cierre puede llegar a ser más melancólico o más alegre, y eso depende de la persona que yo llame al escenario. Más que finales diferentes, lo que puede variar es la energía con la que se queda el público. Si con el voluntario que pasó al escenario se genera algo muy mágico y se vuelve un final súper romántico, la gente se va con esa sensación. Si se arma como un jueguito de risa y entramos en otro código con el participante, la gente se ríe más. Prefiero que sean duros, que no actúen y que me dejen a mí contar el final de mi historia, antes de que tomen demasiadas iniciativas, porque cuando eso sucede pueden llegar a arruinarme el final. De todas formas, están en todo su derecho a hacer lo que quieran. Ahí se van a ver mis dotes de payasa, de saber manejar la situación.
–En teatro ven al clown y no ven al actor que hay detrás y que está haciendo un hecho teatral, por más de que se trate de una técnica donde uno no construye un personaje que está establecido y que está recortado con tijera. Uno se deja atravesar por las emociones y por las cosas que pasan. Creo que puede ser considerado como un género menor porque se olvidan de que atrás del clown hay un actor que está aplicando esta técnica. En mi espectáculo no es la única técnica que uso, pero la que predomina es la del clown, porque es la que a mí me interesa trabajar. Por eso, el hecho de que el payaso llegue al teatro es lo que a la gente que hace teatro la pone de muy mal humor.
Informe: María Luz Carmona
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