TEATRO › “4:48 PSICOSIS”, DE SARAH KANE
Leonor Manso se luce en esta puesta de Luciano Cáceres, un monólogo despojado.
› Por Hilda Cabrera
La actriz Leonor Manso transforma en experiencia sensorial única ese tiempo en el cual los esfuerzos y la vida misma parecen ser sólo formas de lo inútil. La real conciencia de que se vive entre indiferentes de estúpida sonrisa es signo de lucidez en quien despierta en la mañana después de haber ingerido una potente dosis de psicofármacos. En esa vivencia se enmarca esta pieza teatral de la inglesa Sarah Kane. Y a una hora clave, las 4:48. Mimetizada con el temperamento del personaje, Manso recorre entre gestos mínimos y frases quebradas la mancha de un dolor que se extiende sin resistencias ante el ceremonial forzado de doctores y doctoras, amigos y amigas que no atinan a aliviar ese estado. ¿Qué se perdió en el pasado de la mujer que, hospitalizada, decidió acabar con sus padecimientos? El texto sugiere la existencia de un pasado violento y desvalido en quien desea estar fuera del mundo siendo joven. Perdura sin embargo el miedo a la nada, incluso en el pacto de muerte.
Estrenada en junio del 2000 en Londres, 4:48 psicosis preludia el suicidio real de la autora Sarah Kane: “Me pregunto por qué todos sonríen y me miran sabiendo en secreto de mi dolorosa vergüenza”, dice el personaje-espejo de esta artista que, presa de una depresión profunda, se ahorcó en su habitación. Vivió apenas 28 años: nació en Essex en 1971 y se suicidó en 1999.
Aquel modo de asumir la tan particular humillación de saberse enferma no tiene retorno en un ser que sufrió otras: abuso sexual, como trascendió con el estreno de Devastado, en el Royal Court de Londres. En ese teatro se ofrecieron también El amor de Fedra, Ansia y Purificado. Kane retrata heridas: “Mi humillación –dice su personaje– se completa cuando me sacudo sin razón y tropiezo con las palabras, y no tengo nada que decir sobre mi enfermedad que de todos modos sólo consiste en saber que nada tiene sentido porque me voy a morir”.
La angustia acosa a la protagonista de este montaje de Luciano Cáceres, que desarrolla el relato bajo la forma de monólogo, diferenciándose de los directores que desplegaron el texto entre dos o más intérpretes. En esta puesta prevalece lo esencial: una actriz, una silla y un afinado juego de luces y sombras. Se buscó un entorno despojado para una mujer de edad indefinida que rumia aquello que la atormenta. Quizá lo único que la reconforta es saber que decidirá su muerte. Sobre el real final de Kane, nadie sabrá nunca si hubo rebeldía. Su testamento es esta 4:48 psicosis.
No existen aquí restos de escepticismo filosófico. La experiencia del personaje va más allá de la angustia metafísica e invade las fuentes del deseo de vivir, aunque no lo niega: “Vaciarse los ojos antes que perder su amor”, dice. Quizá porque aún quiere ser parte y testigo de la reciprocidad del amor y no de su ausencia.
En simbiosis total con este texto –que fluye con estilo en la cuidada traducción de Rafael Spregelburd–, la iluminación de Eli Sirlin, el diseño escenotécnico de Agustín Garbellotto y el sonoro de Gabriel Barredo acompañan climas y estados de ánimo. La luz que cae sobre el rostro de la mujer, cuya figura se recorta en la caja en penumbras del escenario,supone un anhelo de trascendencia. Lamenta el abandono, y cuando “la cordura la visita” (a las 4:48) padece tanto la vida absurda como la vida de sufrimientos. El texto no es delirio, ni fútil descarga emocional, sino desgarro y depuración de interrogantes. La lluvia de medicamentos (en realidad, pequeñas piedras de colores) que al promediar la obra cae sobre la escena, subraya la inutilidad de una medicina que no reconoce a quien se sabe sin chances.
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