Dom 26.02.2012
espectaculos

TEATRO › AMANCAY ESPINDOLA Y ANA ALVARADO HABLAN DE OJOS VERDES

Lo intransferible de lo femenino

En la obra, mientras esperan la llegada de un tren, dos damas de distintas edades “cotorrean” sobre su vida amorosa. “Es como un soliloquio de dos mujeres unidas por un mismo hilo sensible”, aseguran la dramaturga y la directora.

› Por Cecilia Hopkins

Dos mujeres coinciden en una estación ferroviaria abandonada en medio de un ambiente desértico y hostil. Mientras esperan a que ocurra la improbable llegada del tren, Alcira y Stella se cuentan parte de sus vidas y vuelven una y otra vez al tema que más les atrae. Así, la mención de todo aquello que, en sus fantasías, hace referencia al amor que sienten por un hombre mágico y escurridizo tiene el poder de hermanarlas en recuerdos y reflexiones. A caballo entre lo cotidiano y lo sobrenatural, así transcurren las situaciones que plantea Ojos verdes, obra de Amancay Espíndola que puede verse los domingos a las 21 en El Extranjero (Valentín Gómez 3378), bajo la dirección de Ana Alvarado. Estella Garelli y María Zubiri están a cargo de los personajes de esta obra distinguida con el primer premio UCES, instituido por la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales. El arte en video pertenece a Silvia Maldini, la música original a Cecilia Candia y el vestuario y la iluminación, a Rosana Bárcena y Facundo Estol, respectivamente.

Nacida en General Roca, Río Negro, Espíndola es también actriz. Fue dándole forma a la obra mientras asistía al taller de dramaturgia de Ricardo Monti. Y porque su maestro recomienda escribir “como hilando historias desde el corazón”, ella confiesa que hay tramos de la pieza que tienen tintes autobiográficos. Ninguno de esos detalles quiso conocer Alvarado, quien asegura que “cuanto menos conozca las motivaciones de los autores es mejor, porque me condiciona menos la puesta”. ¿Hay una dramaturgia de mujeres para ser dirigida también por mujeres? Espíndola y Alvarado coinciden en que “los directores varones tienen, en relación con los textos, ciertas expectativas que parecen no cubrirles las obras escritas por mujeres”. En lo que respecta a Espíndola, al menos, solamente Julio Ordano y Héctor Malamud realizaron la puesta de un texto suyo, los demás fueron estrenados por directoras. “Hay algo de la intimidad femenina que tal vez sientan que no pueden interpretar y será por eso que no se animan”, aventuran, considerando, claro, que hay excepciones. Esos “aspectos no fácilmente razonables”, en palabras de Alvarado, constituirían, para ambas, algo que genéricamente podría ser llamado “universo femenino”.

–¿Cómo se expresa este universo?

Ana Alvarado: –Es divertido verlo como dos mujeres cotorreando. No viene el tren y tienen tiempo para hablar de su biografía amorosa. Y como allí cabe tanto lo cierto como lo inventado o lo que no se recuerda bien, la obra entra en el terreno de lo absurdo. Aunque también la situación se vuelve metafísica.

–En eso colabora el entorno que las rodea, que no parece amable...

A. A.: –Sí, porque están esperando en un paisaje desértico donde hay cuevas, lobos, perros salvajes. En la obra hay referencias a la Patagonia.

–¿Qué opinión tienen sobre lo que es tomado como sobrenatural en la obra?

A. A.: –Soy una agnóstica a la que le gusta jugar (risas).

Amancay Espíndola: –En cambio, yo soy una creyente total. En mis obras hay siempre presencias fantasmales. Es parte mía ese mundo. Creo fervientemente en que lo que uno hace en la vida se repite en otra parte, resuena en la eternidad.

–¿Lo relaciona con no haberse criado en una gran ciudad?

A. E.: –Sí. Nací en Río Negro, en General Roca. Y ni siquiera ahora, cuando escribo, puedo ver el mundo con ojos de ciudad. Este mundo poblado de presencias es vivido como cotidiano en la provincia.

–¿Cómo opera el paisaje en los personajes?

A. E.: –El valle fue creado por los hombres, mediante sistemas de regadío. En contraposición están las bardas o mesetas patagónicas, llenas de cuevas y huecos. En la obra esto alude a lo infernal y devastador que hay en el hombre.

–¿Qué diferencia a estas mujeres?

A. A.: –Alcira, la mayor de las mujeres, tuvo una vida que parece suspendida en un tiempo provinciano. Tiene una relación natural con lo sobrenatural y percibe los mensajes de la naturaleza con mucha sensibilidad. La mujer más joven, en cambio, no tiene esa experiencia, porque viene de un ambiente urbano.

A. E.: –Recién ahora puedo ver la obra como un soliloquio de dos mujeres, unidas por un mismo hilo sensible. Tal vez sean dos generaciones que dialogan entre sí, monologando.

–¿Acerca de qué temas discurren?

A. E.: –Acerca de lo intransferible de lo femenino, de una esencia que, a pesar de que no puede ser puesta en palabras, se transmite de generación en generación.

A. A.: –Para hacer la puesta pensé en construir dos aspectos de la misma mujer que se cruzaron en un pliegue del espacio y el tiempo. Es en ese encuentro que van a ir construyendo algo entre las dos. La mayor tiene deseos incumplidos que la menor tiene como mandato cumplirle. Así, una dice lo que la otra necesita oír.

–Tal vez sea porque viene del teatro de objetos, pero es muy notorio que sus espectáculos cada vez se relacionan más con el teatro de actores...

A. A.: –Igualmente sentí que la actuación y las palabras no podían, por sí mismas, contar toda la obra. Tenía que crear un clima para que el público entrara en esa ensoñación. Algo importante del orden de lo visual y lo auditivo. En esta puesta no hay objetos, pero sí una pantalla. No puedo dejar de poner un elemento que dialogue con lo que pasa en la escena. Un elemento que, además, pueda crearle “problemas” al espectador.

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