TEATRO › ENTREVISTA A RUBEN RODRIGUEZ PONCETTA, AUTOR E INTERPRETE DE EL TESTAMENTO DE LEONARDO
Inspirado por los apuntes de cocina de Da Vinci, el actor, músico y dramaturgo pampeano, largamente radicado en Europa, vuelve a Buenos Aires para presentar en el Teatro Cervantes su espectáculo sobre las últimas reflexiones de Leonardo.
› Por Hilda Cabrera
La lectura de algunos de los numerosos estudios realizados sobre los manuscritos dispersos de Leonardo Da Vinci, y en especial de los apuntes de cocina del renacentista florentino, inspiró al actor, músico y guionista pampeano Rubén Rodríguez Poncetta El testamento de Leonardo, espectáculo que interpreta en la Sala Luisa Vehil (Salón Dorado) del Teatro Nacional Cervantes. Una dramaturgia en la que trata con humor y oscura picardía supuestas confesiones del maestro. En diálogo con Página/12, el actor aclara que el 90 por ciento de las referencias que hace en su espectáculo son reales y lo demás pura imaginación sobre lo que se supone oculto y que lo ha impresionado “como si la muerte hubiera sorprendido a Da Vinci en la búsqueda de palabras: armonía, arrivederci...”
El testamento... marca el regreso de Poncetta a la Argentina, de donde partió en 1978, luego de un allanamiento en su domicilio. Se estableció en Madrid y, tentado en 1984 por la vuelta, permaneció sólo dos meses en Buenos Aires. Entonces presentó un proyecto para Canal 7 –cuando su director artístico era Miguel Angel Merellano–, pero como no había posibilidad económica de concretarlo, emprendió el regreso. “Me encontraba perdido”, dice. España no fue el único país en el que tentó suerte. En Francia, el empujón se lo dio el fallecido actor Héctor Malamud. Allí obtuvo un reemplazo como pianista, que se convirtió en circuito laboral. Participó, junto a Malamud, en Argentine aller-retour, de Copi, dirigida por Jérôme Savary (nacido en Argentina pero residente en Francia). “Aquélla fue una movida de argentinos y uruguayos que tenían contactos con el Festival de La Rochelle”, cuenta. Le tocó ocuparse de la música e imitar la voz de un loro. “¡Un disparate total!”, asume. Vivió un año en París, desempeñándose como músico y dibujante. Pero ese fin de año decidió pasar las fiestas en Madrid y lo atrapó escuchar el mismo idioma: “Me entró una gran alegría en el cuerpo y me quedé –dice–. Escribí desde muy joven y había empezado a sentir que mi lenguaje se desarmaba”.
–¿Estrenó la obra en Madrid?
–La tengo escrita desde 2005, pero hice sólo lecturas. Primero fue en un centro cultural, donde se reúnen escultores, pintores, arquitectos... y se organizan recitales de música. La gente del centro invitó a una lectura y ahí empecé a ligar un recital con otro hasta 2009. En España no trabajé como actor, sino como guionista de televisión. Una productora de teatro se interesó en la obra y me propuso a varios actores para interpretarla, pero le respondí que no, que prefería actuarla yo. Aclaré que había estudiado y actuado en Argentina, pero eso no avanzó. Ellos querían un actor conocido, y yo no lo era. Como me mantenía informado de lo que venía sucediendo en Argentina, me pareció que podía hacer esta propuesta de estreno.
–La historia y el recorrido de los manuscritos son complejos, pero en la obra sintetiza y parte de un hecho y de una fecha; de la venta de unos apuntes a un historiador...
–Leonardo tuvo ocho hermanastros, pero no hijos. A su muerte, en 1519, a los 67 años, algunos manuscritos pasaron a dos de sus discípulos y quedaron en Italia, pero después se dispersaron. Los adquirieron coleccionistas, bibliotecas, instituciones... En la obra me refiero a una venta de 1869 hecha a un historiador, Gustavo Uzzielli. En esa compra faltaban tres documentos y uno de éstos era el testamento...
–O sea que ese faltante y los apuntes de cocina (editados) le inspiraron la obra... ¿por qué introdujo la figura del relator?
–Esa inclusión proviene de una experiencia hecha durante las lecturas. Un día decidí resumir el comienzo, como si fuera otra voz, y continué leyendo. Al finalizar, pregunté cuánto creían que había durado mi trabajo. Pretendía que me respondieran sin mirar el reloj. Unos dijeron que una hora, otros cincuenta minutos y algunos 30 minutos. Eso me llevó a agregar la voz del relator. Cuando me propuse estrenar aquí, pensé en un actor muy querido por mí, pero él está en la Casa del Teatro y no lo podía hacer. En este estreno, la voz en off es del actor Horacio Peña, y está muy bien. En el resto de la obra el que habla es el actor, el libro y Leonardo di Ser Piero da Vinci. Así se presenta.
–¿Cómo surge la historia sobre la “técnica del sfumatto”?
–Ese es un invento total. Imaginé que el discípulo Migliorucci veía así. Cuando alguien fija la vista en un objeto, lo que está alrededor se difumina. Todas estas situaciones son fantaseadas, pero los nombres están en los papeles que dejó Leonardo. Eran discípulos y gente a la que le prestaba o le pedía dinero. Los fui rastreando y los incluí.
–¿Cómo seleccionó el material?
–Empecé leyendo el libro de cocina. Coincidió con un texto de investigación sobre Da Vinci que me acercó una amiga. A partir de ahí, me ocupé de otros estudios que documentan la vida y la obra de Leonardo y armé la obra con algunas reflexiones. Eso de que cuando el humano empieza a cocinar demuestra que está pensando en las cosas importantes de la existencia o que los cocineros “amasan” la vida y también la muerte cuando enmascaran el veneno.
–¿Enmascarar como sinónimo de encubrir?
–De “disfrazar el Infierno con la estampita del Paraíso”.
–¿Por qué le hace decir a este Da Vinci que no es cierto que lo sabe todo?
–Esa es otra fantasía. Da Vinci era un hombre increíble. Es probable que haya habido otro genio que se le iguale, pero si ese genio nació en Africa, no lo vamos a saber nunca.
–¿Por eso hay que estar arriba y no abajo, crear “un embuste a lo grande”, tener poder?
–Hablo del poder, porque lo rechazo. Es una de mis fobias. Los argentinos somos un poco anarquistas, anarquistas “controlados”, probablemente porque hemos sentido muy fuerte la presión del poder.
–Otras reflexiones en la obra señalan lo inconcluso...
–Entre los apuntes sueltos de Da Vinci hay un teorema que él no termina de desarrollar. Lo deja en un punto y escribe “etcétera, que la sopa se enfría”. El historiador que se ocupó de ese escrito supone que iría a cenar.
–O que no le quedaba tiempo...
–Esa es una reflexión que incluí en El testamento... Un apunte sobre el tiempo, que nos quita la inocencia, la fuerza, el amor, los amigos...
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