TEATRO › HOMENAJE A JUAN CARLOS GENE EN EL TEATRO NACIONAL CERVANTES
Carlos Gorostiza, Norman Briski, Leonor Manso, Pepe Soriano, Tito Cossa y Sergio Renán, entre muchos otros, participaron del tributo al actor, dramaturgo, director y docente fallecido en enero pasado. Se proyectaron imágenes de películas y de obras de teatro.
› Por Hilda Cabrera
Cuando el homenaje es in memoriam, las vivencias compartidas se intensifican. Sucedió con quienes participaron del encuentro que se realizó en el Teatro Nacional Cervantes para recordar al actor, dramaturgo, director y docente Juan Carlos Gené. Un texto de Alberto Wainer, leído por Daniel Miglioranza, fue el primer manifiesto. El periodista Luis Mazas ofició de presentador de una reunión informal donde prevalecieron los afectos. La sensibilidad que desplegó el artista fallecido el 31 de enero de este año fue destacada en su manera de entender la escena: “Escribir desde el escenario era para Gené dotar a las palabras de carne, aliento y significado. Todo lo contrario a la tendencia generalizada de disolución del texto dramático”. Alternando lo dicho por los convocados que colmaron el foyer del Cervantes se proyectaron imágenes de películas, fragmentos de obras de teatro y de una entrevista realizada por la periodista Ana Cacopardo en un ciclo del Canal Encuentro. Entonces, y entre otros temas, el actor reflexionaba sobre el hecho de estar vivo “como un fenómeno absolutamente mistérico de la vida”, y concluía en algo tan sencillo y complejo como que faltaría que dos personas no se hubieran encontrado para que tanto la periodista como él no estuvieran dialogando.
Norman Briski, actor y director, dijo tener todo preparado para improvisar e inició su testimonio entre confesiones, como la de haber sido un salvaje unitario convertido por Gené en un actor federal. Agradeció al maestro haber descubierto “la potencia de su desorden”, y dio un ejemplo: “Aunque él parecía muy ordenado, viajaba conmigo en mi motoneta. Recuerdo que una tarde me golpeé con mi motoneta y no asistí a su clase. Le conté el accidente y el miedo de agarrar otra vez la motoneta, y él me respondió: ‘Hombre, tú ve de vuelta, y anda’. Esa abreviación de papá veloz... me dio la libertad organizada de poder ser lo que hoy puedo ser con su juego precioso del teatro”.
Una vez aclarada la ausencia de los directores del Cervantes, Rubens Correa y Claudio Gallardou, convocados por la Secretaría de Cultura de la Nación, tomó la palabra el dramaturgo y director Carlos Gorostiza, quien hizo recuento del buen humor del amigo, faceta que –opinó– era el contrapeso de “esa rigidez que se le atribuía”. Según su relato, uno y otro descubrieron tarde que un cine de barrio los había acercado antes que el teatro. Ese cine al que los dos concurrían asiduamente era el London Palace, de Palermo, sólo que Gorostiza lo recordaba como “El Chinche”. Un episodio reciente fue el de ofrecerle dirigir su última obra, pero Gené tenía un compromiso: la puesta de Hamlet para el CTBA. Le ofreció una fecha: octubre de 2012. “‘Juan –le dije–, a lo mejor en octubre no estoy más en este mundo’. Me miró y respondió: ‘A lo mejor yo tampoco’. Y nos reímos, aunque era doloroso.”
Profundamente conmovido, casi en un sollozo del que logró recuperarse, Walter Santa Ana describió momentos muy sentidos, como aquellos en los que Gené le leía libros, o se los grababa, “porque la mayoría de los que están aquí saben que soy analfabeto”, señaló con suave ironía el actor, aludiendo a sus problemas de visión. Y apuntó a situaciones dispares, algunas “cuasi metafísicas” y otras concretas, como su dificultad para lograr la interpretación deseada en una escena central de El avaro, de Molière, en traducción y dirección de Gené. “Ni de casualidad lograba sentir algo en esa escena, y Juan se volvía loco. Pero creo que con su carácter y su exigencia mejoré bastante. Su exigencia me hacía bien, cosa que a otros actores, no... Juan era un ser complejo del que uno aprendía... De la cultura guaraní escuché decir del que muere que se le va el habla. Quiero decir que al hombre de la palabra con quien tanto hablé, al querido Juan, se le fue el habla.”
La actriz y directora Leonor Manso destacó el compromiso y el amor por el trabajo del artista, en tanto otros enviaron adhesiones, como la actriz, autora y directora Norma Aleandro y la actriz y cantante Marilina Ross. El actor Pepe Soriano recordó con una emoción apenas controlada la actividad compartida desde los años ’50 en el grupo que dirigían Oscar Ferrigno y Carlos Gandolfo. Allí descubrió al compañero con aptitud de coordinador: “Un día íbamos en un taxi, yo apenas lo conocía, y empezó a plantear un problema teórico sobre el armado de la cooperativa de actores. Yo estaba en el asiento de atrás y dije: ‘Cómo rompe las pelotas ese gordo’. Así, como lo digo ahora... y eso abrió una amistad que se prolongó toda una vida, hasta que –como decía el actor Osvaldo Miranda– Juan se fue de gira. Me había mandado unos papeles que pergeñamos cuatro o cinco años atrás. Un proyecto por el que hablé con León Gieco, cuando León sacó lo de Sacco y Vanzetti y después Bailoretto (en Bandidos rurales), pero León no podía ocuparse porque estaba con mucho trabajo. Tengo ese material... Juan era mi hermano. Viví la vida con Juan, aparte de mi mujer y mis hijos. ¿Qué puedo agregar sobre lo que representaba para el teatro argentino y latinoamericano? El no podía volver al país y yo no podía salir del país, pero nos encontrábamos. Despido a un hermano, porque fui parte de su familia, de sus hermanos y de sus padres. Me dio las alegrías más grandes que tuve como actor. Incluyo en esto a dos nombres importantes para mí, Carlos (Gorostiza) y Walter (Santa Ana), que también es un hermano. A Walter lo hemos acompañado desde que veía la luz de Dios hasta cuando dejó de verla, y seguimos acompañándonos, porque hablo de Juan y hablo de estos amigos. Somos como una pequeña familia con aciertos y errores, virtudes y vanidades, y con un profundo deseo de ser queridos”. Recordó obras, como Memorias bajo la mesa, junto a Gené, y la colaboración del dramaturgo en el armado de El loro calabrés, donde incluyó un fragmento de Rito de Adviento, guión de un episodio de Alta comedia de 1971. “Ahí estaban nuestros muertos y el poeta Jacobo Fijman, que murió en 1970 en el Hospital Borda y había entrado voluntariamente en la locura. Esto es cierto, porque lo atestiguó el médico psiquiatra Enrique Pichon Rivière, que lo acompañó toda la vida... Juan es mi hermano, sigo hablando con él en mi casa, y voy a seguir hablando. Solo.”
Se proyectaron más imágenes y fragmentos del reportaje de Cacopardo donde, entre otras reflexiones, Gené decía “no creerme nada de mí mismo, sobre todo nada que me permita descansar sobre seguridades”. Se leyeron más adhesiones, esta vez de Argentores, entidad que preside el dramaturgo Roberto Cossa, quien recordó especialmente el trabajo de Gené en dos de sus obras, Nuestro fin de semana y Los días de Julián Bisbal. Hubo unanimidad en considerar un privilegio la relación con el actor y director. Así lo expresaron la actriz Alicia Berdaxagar, quien memoró su encuentro en el grupo Gente de Teatro, y la participación en Copenhague, obra estrenada en el Teatro San Martín. El director y docente Raúl Serrano apuntó a las discusiones que en otro tiempo se daban en las asambleas de la Asociación Argentina de Actores, donde él hacía de contrincante de Gené. Así y todo se “mandaban alumnos”. “El decía que yo sabía de Stanislavsky más que él; y yo, que Juan sabía más de teatro.” Sergio Renán lo retrató como ejemplo de artista y de persona. Conmovido, recordó la participación en el guión de su película Gracias por el fuego, y precisó coincidencias, como la de haber compartido la gestión pública cultural en una etapa compleja. “Gené estaba al frente del Teatro San Martín y yo del Colón... Los intercambios de relatos de desventuras eran frecuentes, pero él aportaba una cuota de optimismo y entereza que nos hacía bien.”
El director Rubens Correa se excusó por no estar en el inicio del homenaje debido al compromiso con la Secretaría de Cultura, y aludió a las peripecias pasadas con la obra Todo verde y un árbol lila, de estreno demorado por conflictos internos del Cervantes. El actor y director Osvaldo Bonet lo calificó de hombre extraordinario y relató encuentros en Caracas, donde Gené vivió su exilio, y en otras ciudades del mundo.
Conteniendo las lágrimas, la actriz Daniela Catz mencionó la labor conjunta en Todo verde... “Enseñaba a querer lo que una hacía... Era exigente y obsesivo. Realizó ocho versiones de Todo verde... En una de sus charlas, Gené se preguntaba que diría de su trabajo el fallecido Roberto Durán, a quien el maestro admiraba. Ahora –confesó Catz– yo me pregunto qué diría Juan.” Por su lado, el director Carlos Ianni, a cargo del Celcit que Gené presidió, precisó datos sobre los encuentros y la actividad que mantuvo con el maestro desde el lejano 1984, incluida la de-sarrollada en el Celcit. La anterior referencia a Roberto Durán dio lugar a que la hija de este director, María Luz, presente en la sala, recordara que siendo muy pequeña asistió junto a su madre al homenaje que Gené tributó a su padre, en el San Marín. El director Claudio Gallardou mostró alegría al comprobar que allí no se hablaba mal de otro porque pensara distinto, y que por el contrario todos estaban deseosos de expresar afecto. El actor Horacio Peña narró anécdotas e insistió en la importancia de un texto de Gené sobre el actor, la cultura y el pueblo, publicado en La Opinión, en 1972; y el director y docente Francisco Javier envió una nota, en nombre propio y del grupo Los Volatineros. El homenaje finalizó con imágenes proyectadas en la pantalla ubicada en el foyer, pero antes la actriz, coreógrafa, directora y docente chilena Verónica Oddó (ver aparte), compañera de Gené, tomó fuerzas para expresarse. “En casa me las arreglo para sentir que Juan hace cosas por ahí...” Y aludió a los escritos de Gené, “una montaña que estoy compartiendo, por expreso pedido de él, con la periodista y crítica Olga Cosentino”. Oddó no dejó pasar por alto las singularidades del homenajeado: “Todos los que estamos reunidos aquí hemos sido objeto de su irritabilidad, pero creo que ésa era una actitud de total reverencia a cada uno de nosotros, porque cuando nos atendía nos engrandecía, y cuando nos engrandecía nos creíamos el cuento. Era su manera de repartir seguridad el actor. Eso lo descubrí después de los treinta años que estuvimos juntos”.
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