TEATRO › ROBERTO “TITO” COSSA TIENE TRES OBRAS EN CARTEL
El dramaturgo acaba de ser homenajeado por su trayectoria y militancia en La Plata, donde puede verse La nona. En Buenos Aires hay funciones de otras obras suyas, El viejo criado y Yepeto. Y él preside Argentores y participa de la Comisión Provincial por la Memoria.
› Por Hilda Cabrera
Si bien el teatro es sinónimo de fugacidad, las obras no mueren necesariamente al finalizar una función o una temporada. En ocasiones se reponen, pero eso no surge necesariamente de una decisión del autor. Como dice el dramaturgo Roberto “Tito” Cossa, esos regresos dependen de los actores, del equipo que se entusiasma y trabaja para llevar una obra a escena: “‘Quiero que un director se apasione tanto como yo me apasioné cuando la escribí’, decía Carlos Somigliana, y es así”, sostiene Cossa, a raíz de la periódica puesta de aquellos trabajos suyos a los que el paso del tiempo no traiciona. Eso está sucediendo con El viejo criado, de 1980, que dirige Hugo Alvarez en el Teatro La Mueca (Córdoba 5300); Yepeto (segunda versión, por un cambio del original de 1987), que después de recorrer ciudades de provincias se presenta nuevamente en el Teatro Nacional Cervantes, conducida por Jorge Graciosi; y La nona, de 1977, que acaba de subir al escenario de La Comedia, de La Plata (allí, el dramaturgo fue homenajeado días atrás por su “trayectoria y militancia”), dirigida por Norberto Barruti. Es probable que este apego se deba a que sus obras son metáfora de aquello que se dice o está por decirse. En diálogo con Página/12, Cossa agradece la práctica escénica que hace de un texto un hecho vivo, “sobre todo –apunta–, porque hoy no se lee teatro como si fuera literatura, a excepción de las obras clásicas, como las de William Shakespeare y otros grandes autores”. Reconoce, además, que “el milagro de la palabra sugerida es posible si contamos con la complicidad del actor”. Una singularidad que con ánimo de debate desarrolla en su libro Escribo para estrenar (con investigación y diálogos de Guillermo Gasió).
–Hemos cambiado como país, pero no tanto en la vida íntima y familiar. El viejo criado toma mitos que todavía mantenemos. Sé que en esto guardo una contradicción, porque por un lado tengo una mirada política optimista y por otro, una mirada artística pesimista. Entonces, cuando escribo, aparece ese clima depresivo. No es una característica mía apelar al final feliz.
–No me gustaría decir algo de lo que no estoy totalmente convencido, pero el cambio interior cuesta, en la ficción y en la vida. Y en esto me estoy refiriendo al hombre común, no al excepcional. En general, estamos ocupados en nuestras pequeñas pasiones; queremos llevar una vida tranquila, vivir mucho y ser felices. Los que pueden, claro, no los que han sido marginados.
–Decir que soy militante es una exageración, porque pareciera que yo formara parte de un partido o desarrollara una actividad política permanente. Y no es así. He ocupado espacios que sentí que debía ocupar, pensando dar algo a nuestra sociedad y a nuestro país, que fue generoso conmigo. Me refiero a ser parte de Teatro Abierto desde el inicio, en 1981; a crear, también con otros, como Alejandra Boero, el Movimiento de Apoyo al Teatro (MATe), y recuperar el Teatro del Pueblo, que conducimos con otros compañeros de la Fundación Carlos Somigliana (creada en 1990). La defensa de estos espacios y los hechos que allí se produjeron me hacen sentir vivo. Desde este punto de vista, soy militante. Mi presidencia en Argentores, donde todavía hay mucho que mejorar, también lo es, aunque rentada, por cierto. Esa es una gran diferencia.
–En el plano político, tuve el privilegio de que Adolfo Pérez Esquivel me llamara a colaborar con la Comisión Provincial por la Memoria (creada en 1999). Es poco lo que hago, porque los que trabajan allí se reúnen en La Plata los días que tengo actividad en Argentores. No conozco los temas legales ni judiciales, de eso se ocupan los abogados y otra gente preparada. Me conmueve el trabajo que hacen en las cárceles y en todo lo relacionado con los derechos humanos. El hecho de estar en esta comisión, con otros integrantes, me permite participar en un programa de la Radio Pública, los domingos a las 21.30 (Memoria para el futuro), donde aporto mi grano de arena.
–La continuidad de la Feria es importante, y como dijo el editor Daniel Divinsky (De la Flor), es una vidriera donde se consiguen libros que no están en otro lado o tienen poca venta y desaparecen de las librerías.
–En los años de dictadura, y antes, cuando la Triple A, las obras se estrenaban en salas pequeñas y después llegaban las prohibiciones y las bombas, los ataques a los teatros, como el Payró –que dirigía Jaime Kogan y donde se dieron entre otras obras las prohibidas de Eduardo “Tato” Pavlovsky– y el Teatro del Picadero (incendiado en la madrugada del 6 de agosto de 1981, después del primer ciclo de Teatro Abierto, el 28 de julio, con el estreno de Decir sí, de Griselda Gambaro; El me que toca es un chancho, de Alberto Drago; y El Nuevo Mundo, de Carlos Somigliana). La censura es siniestra, y cuando uno no sabe cuál será la reacción es todavía más siniestra, porque lleva a la autocensura. No fue mi caso, porque no escribía ni escribo pensando en no utilizar una frase o un bocadillo que pueda ser objeto de censura. La obra no nace en uno para ser prohibida. Intentaron prohibir La nona (estrenada en 1977), y sobre El viejo criado, varios me dijeron que iba a tener problemas, porque hace alusión a hechos políticos hasta llegar a 1979 y habla del peronismo, pero no los tuve. Al contrario, la premiaron.
–Se acerca a la realidad, y en eso, algunos autores somos más sensibles que otros. En mis obras aparece la realidad tal como la percibo en relación con el autoritarismo, el peronismo y otros temas, pero no como definiciones. A veces uno se mete más con los hechos, porque no quiere quedar afuera ni tampoco aislarse del público, que nos responde de inmediato. El público nos coteja siempre y lo podemos comprobar por el interés o el desinterés de los espectadores.
–Hay tendencia a juntarse. No sé ahora. Los de mi generación y también más jóvenes nos juntábamos porque había que ganar espacios. Fue un avance sacar la Ley Nacional de Teatro, que salió durante el gobierno de Carlos Menem, quien la había vetado por un artículo referido a los fondos, pero tuvimos apoyo político y no hubo necesidad de salir nuevamente a la calle. La ley produjo una explosión teatral, con y sin cambios estéticos. No sé si las últimas generaciones tienen una sensibilidad parecida hacia las estructuras.
–Estaré allí en el acto del 22. Era injusto que se demoliera. Hubiéramos querido que se inaugurara con una obra de autor argentino y se hiciera cargo el Estado o el Gobierno de la Ciudad, pero no fue así. Lo recuperó el empresario y productor Sebastián Blutrach, que tiene trayectoria. Hablé mucho con él. Se va a destinar un espacio al recuerdo de Teatro Abierto.
–Depende de la condición en la que está cada uno. Un intelectual o un tipo de clase media que recibió educación tiene más posibilidad de cambio y también una responsabilidad mayor que la de un marginado sin educación que es agredido permanentemente. Lo dicho por Brecht es para el ser pensante, aunque tampoco para éste es fácil saber quién es y qué lugar ocupa. La vida nos pone distintas pistas. Si pienso en mí, digo que a esta altura de mi vida soy lo que soy, no puedo ser otra cosa. Pero alguna gente cambia, a veces para mal y otras para bien. Los años nos modifican, porque la realidad se modifica. El que hoy agarra una ametralladora y se refugia en la selva para armar una revolución no es un equivocado sino un loco. Algunos, a los 20 años, pensaron que el camino era el de las armas. José “Pepe” Mujica integró el Movimiento Nacional de Liberación Tupamaros en los años ’60. Estuvo quince años preso y hoy es el presidente progresista de un país capitalista. Claro que hay que saludar que Pepe Mujica sea el presidente de Uruguay.
–La violencia está siempre. La miseria es violencia y la pobreza también, porque alguien que hoy puede comer, atenderse en un hospital, mandar los chicos al colegio público y nada más, lleva una vida limitada si se la compara con la de otros. La nuestra es una sociedad salvaje y el país es violento desde la Conquista.
–Supongo que lo dije porque estábamos atravesando una época en que la corrupción agredía. En los años ’90, la corrupción era salvaje, y además se exhibía.
–Ninguna persona sensata puede negar que si se usa una obra y se gana plata con esa obra debe pagar el derecho de autor. Ese derecho es el salario del autor, el músico, el realizador, el artista. Si todo eso no diera una renta a otro, tal vez iríamos todos detrás, pero no es así. Existe el señor y la empresa que hace fortuna con los libros, las películas y la música que crearon otros. Se dice que la cultura es libre, es cierto, pero no gratis para que otros hagan plata.
–Venimos tratando el tema en la revista de Argentores (Florencio), y en la Feria del Libro propusimos varios debates para cada uno de los sectores (cine, teatro, música y plástica), pero, salvo con una excepción, que tampoco estaba tan lejos de nuestra postura, los cuestionadores no aparecieron. Nosotros queremos que haya reglas claras. Los cuestionadores se equivocan cuando creen que pelear en contra nuestro es pelear contra un enemigo. Indigna que haya millonarios haciendo ostentación de la cultura libre y gratis mientras hacen plata con el trabajo de otros.
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