TEATRO › EL MITICO TEATRO EL PICADERO VOLVIO A ABRIR SUS PUERTAS
Actores, directores, dramaturgos y funcionarios llenaron la nueva sala de buenos augurios. El teatro El Picadero había sido incendiado por la dictadura en 1981 y ahora todos sienten que “la vida triunfó sobre la muerte”, como dijo Arturo Bonín.
› Por María Daniela Yaccar
El lugar huele a cemento. Las pisadas dejan huellas donde todavía no se secó. Están barriendo el polvillo de los pasillos. Así es como se va reconstruyendo la memoria: de a poco. Unas 400 personas apretadas en un mismo espacio, que quedó insoportablemente chico, celebran lo mismo con “ojos lubricados” –la expresión es de Hugo Arana–: la reapertura del mítico teatro El Picadero, ése que la dictadura incendió allá por 1981, con el fin de apagar con fuego las voces de la resistencia que se habían unido bajo el nombre de Teatro Abierto. No lo logró entonces, porque ese movimiento siguió existiendo. Y ahora, la sensación de la comunidad artística es que se cerró un círculo, que “la vida triunfó sobre la muerte”, en palabras de Arturo Bonín, uno de los actores presentes en la reinauguración, que ocurrió el martes.
“El Picadero es convocante”, recalcó Sebastián Blutrach, el productor y empresario que adquirió el teatro para reconstruirlo por más de tres millones de pesos. Tenía razón: la única sala de El Picadero, con capacidad para 295 personas, estaba desbordada. Allí comenzaron los discursos pasadas las 19, tras el corte de cinta, a cargo de Blutrach, el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, y el dramaturgo Roberto “Tito” Cossa. Como mucha gente quedó afuera, los organizadores colocaron dos monitores en la entrada del hall en los que se transmitía el acto. “Este espacio tiene más historia como mito que como teatro, porque no se ha hecho tanto, aunque fue bueno e importante. Esperamos hacer un recorrido más largo”, anheló Blutrach, emocionado. La platea –compuesta por gran cantidad de actores, como Leonor Manso, Soledad Silveyra, Patricio Contreras, Cristina Banegas, Manuel Callau y Carlos Portaluppi– se rió cuando dijo que “los verdaderos artífices, los que más han colaborado para hacer esto” fueron las obras que produjo, como Gorda, Toc-Toc, La última sesión de Freud y El descenso del Monte Morgan.
Este lugar, que hoy cuenta con una imponente sala con butacas distribuidas de forma semicircular, y que muy pronto estrenará un espacio gastronómico y una terraza para usos múltiples, fue construido en 1926 como fábrica de bujías. Está ubicado en una bella callecita a metros de Corrientes y Riobamba, en el Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857. A fines de los ’70, el director Antonio Mónaco y la actriz Guadalupe Noble fundaron allí el teatro. Su carácter independiente capturó a los integrantes de Teatro Abierto –entre los que había dramaturgos, directores, escenógrafos, técnicos de la escena y actores–, que lo eligieron como sede en 1981. Los artistas, unidos por el impulso de Osvaldo “Chacho” Dragún, querían demostrar la vitalidad del teatro argentino en plena dictadura. Y algo más: “La única manera de sobrevivir era estar juntos”, en palabras del dramaturgo Carlos Gorostiza, registradas en un corto que se proyectó durante el acto.
En la madrugada del 6 de agosto de aquel año, bombas colocadas debajo del escenario provocaron la destrucción casi total del teatro. Fue en un momento en el que los artistas habían puesto a andar un ciclo de 21 obras. “Me fui un sábado de acá, después de hacer una función, y el domingo a la noche me llamaron para decirme que el teatro no existía más”, le cuenta Bonín a Página/12. El actuaba en la obra Papá querido. “Me crearon un pozo adentro. Sentí que había dejado de ser y que me había transformado en un objeto que podía ser suprimido en cualquier momento.” Pero Teatro Abierto no se rindió. Continuó funcionando en el Tabarís, invitado por el productor Carlos Rottemberg, ausente con aviso a la celebración. “Este lugar vuelve a estar al servicio de la vida, de las ideas, del debate y del cuestionamiento”, festejó el actor.
Desde el escenario, conmovido tras el documental en el que habían aparecido sus compañeros, muchos de ellos fallecidos, Cossa expresó: “Los animales de siempre creyeron que golpeándonos nos iban a amedrentar. Pero no sólo no ocurrió eso, sino que además potenciaron Teatro Abierto. Lo convirtieron en un mito”. Para el dramaturgo también “se cerró un círculo”. En ese sentido, todos le estaban agradecidos a Blutrach, quien no fue el primero que intentó recuperar este símbolo de la resistencia. En julio de 2001, El Picadero abrió sus puertas por unos meses bajo la dirección artística de Hugo Midón. En 2007 la organización Basta de Demoler avisó que el edificio tenía una orden de derrumbe. La lucha conjunta de esa ONG y la comunidad artística logró torcer ese destino. El inversor Ernesto Lerner se puso al frente del teatro hasta que cedió el mando a Blutrach. “Creía que la democracia había reparado todo. Pero me di cuenta de que el círculo no estaba cerrado, de que había que recuperar El Picadero. Faltaba eso”, subrayó Cossa, quien le pidió al empresario que dé lugar a autores argentinos y que atienda bien a los cobradores de Argentores, la institución que preside.
El último en tomar la palabra fue el ministro Lombardi, colaborador del proyecto. Su presencia allí desentonaba con el paisaje de una ciudad estallada de conflictos culturales y educativos (el de la Sala Alberdi, por mencionar uno). “Sebastián está tomando la energía de su familia teatrera y la nuestra para proyectarla al futuro, para que esta sala esté llena, sea muy abierta y retome su espíritu”, manifestó. En diálogo con este diario, explicó que su trabajo con Blutrach estuvo ligado a la preservación patrimonial y que seguirá cooperando en la elaboración de programas gratuitos, sobre todo de danza contemporánea, porque “hay pocos espacios para esa disciplina”. El círculo de la tarde-noche del miércoles se cerró con un número de Forever Young, la comedia musical que resucitará la cartelera de El Picadero el martes 29, dirigida por Daniel Casablanca. Se cerró como tenía que ser: con teatro. Otro escenario se encendió, en el mejor sentido de la palabra. Y no es cualquiera.
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