Mar 16.05.2006
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TEATRO › JORGE LAVELLI EXPLICA LA PUESTA DE “REY LEAR” QUE PREPARA PARA EL TEATRO SAN MARTIN

“Sin energía no hay combate, sólo aburrimiento”

El director y régisseur radicado en Francia señala el carácter escéptico de la pieza de William Shakespeare y lo enlaza con la vigencia del autor inglés “especialmente en Rey Lear, con sus personajes perdidos, desesperados, innobles”.

› Por Hilda Cabrera

Los percances en una puesta teatral son a veces incontrolables: “Se desencadenan cosas increíbles, divertidas cuando se las recuerda a la distancia. Cuestiones que nada tienen que ver con los retrasos burocráticos que entorpecen los ensayos”. El director y régisseur argentino Jorge Lavelli, quien reside desde hace décadas en Francia, responde así a una pregunta sobre el episodio que semanas atrás afectó a los teatros del Complejo Teatral Buenos Aires: la suspensión de ensayos y funciones debido a un atraso en el pago a los elencos que afectó también al de Rey Lear, obra de William Shakespeare que Lavelli estrena en el mes de junio en el Teatro San Martín. Artista de importante trayectoria internacional, Lavelli opina que el teatro es una actividad que comporta riesgo, y menciona, a modo de ejemplo, un reciente montaje suyo al aire libre en Francia, donde soportó frío intenso, lluvia y granizo. “El teatro exige energía, algo que se transmite y se recupera. Sin energía no hay oposición ni combate: hay aburrimiento”, sostiene. “Es lo mismo que tener de opositores a gente blanda. Uno puede combatir, pero si del otro lado encuentra sólo blandura, ésta, aunque parezca un contrasentido, termina ganando.”

–¿Cómo es eso?

–En política, por ejemplo, una oposición blanda o puramente burocrática deja de ser oposición y desanima y agota al más combativo.

–¿Qué pasa si esa energía parte del poder y muere en éste?

–En ese caso, el poder hace lo que quiere.

–¿Instala la impunidad?

–Exacto. Es el momento en que la democracia desaparece. Para mí, lo interesante y atractivo es el intercambio, el aprovechamiento de la energía, y no su disolución. Sin la energía, el teatro muere, es solamente literario.

–¿Y la sociedad?

–El teatro es metáfora y la sociedad, algo real.

–¿Gente sin energía es gente gobernada?

–Esa blandura puede ser consecuencia de una manipulación. El gobernado se encuentra de repente frente a la catástrofe, la impunidad o el crimen, y a veces se convierte en colaborador sin darse cuenta. En cualquier caso, la blandura es tremenda, porque nos impide reaccionar. La blandura es dominio de la muerte. Este asunto me interesa mucho, y es un tema en Rey Lear.

–¿Un anciano que lega el poder de manera equivocada?

–Su error es creer que está más allá de su dimisión y que seguirá siendo rey. La obra comienza y termina como si fuera una crónica, pero acá no hallamos un Fortimbrás (un fantasma en Hamlet) con la energía suficiente para decir: “¡Adelante, cosas nuevas se abren ante nuestros ojos!”. Esa idea de un futuro basado en nuevos códigos –que aparece en casi todas las tragedias de Shakesperare, en Macbeth, inclusive– no está en Rey Lear. El que gana no invita, no convida, porque están todos muertos. Sólo quedan tres personajes, y uno es el conde Kent, consejero y amigo del rey, y tan amigo que a pesar de haber sido expulsado de la corte de manera caprichosa se disfraza para seguir a su lado. Pero tampoco él continuará en el gobierno. La mirada de Shakespeare es aquí melancólica y nada optimista.

–¿En qué obras muestra optimismo?

–En La tempestad, por ejemplo. En el final, Próspero duda entre el mundo de la magia y la vuelta al poder. Perdona a sus enemigos y se aleja de su reino fabuloso. Prefiere el contacto con los hombres, a pesar de considerarlos traidores. Acepta las debilidades. El mensaje es sin duda amargo, pero al mismo tiempo positivo. En Rey Lear, en cambio, la mirada sobre el futuro es mucho más escéptica.

–Se ha escrito que en esta obra se agotaron las fuentes de la piedad. ¿Qué opina?

–Esta es la caída de un reino, de un hombre y de una familia. La fractura de una sociedad y su decadencia. El humano tiene aquí muy poco crédito: las transformaciones de los personajes se dan siempre hacia lo peor. Las hijas de Lear, salvo Cordelia, poseen un discurso convencional, bien estudiado para engañar al padre, adulándolo. El rey mismo es un tonto, un vanidoso que se deja arrastrar por esos discursos artificiales, falsos, donde prevalece el deseo de poder.

–¿También en Cordelia?

–Es la única que dice la verdad, pero nadie la cree. No abunda en adjetivos, como sus hermanas, para halagar al padre. Ella dice, simplemente: “Usted me crió; yo lo honro, lo amo”, pero eso es todo.

–¿Es una actitud positiva en la obra?

–Puede ser, pero no modifica la condición de Lear. Pienso que él va aquí en busca del sentido de la vida. Cuando cae de su pedestal y sufre el rechazo de sus hijas, advierte que están contaminadas. Las maldice y comienza su recorrido, el último. En realidad, Shakespeare trató aquí temas que después fueron tomados por algunos autores de la posguerra. Pienso en Samuel Beckett y en su manera de expresar el inmovilismo, la desesperanza, el fracaso y la espera; y pienso en Rey Lear y Final de partida, con esos padres, ya en la vejez, metidos en tachos de basura y desapareciendo progresivamente, cada uno ocupado en sus ritos.

–¿Otro aspecto de la vigencia de Shakespeare?

–Y de Rey Lear, con sus personajes perdidos, desesperados, innobles. Lear inicia su recorrido, que es también interior, acompañado por esa cosa tan metafórica como real de la tempestad que lo persigue desde casi el final del segundo acto hasta el final del tercero. Esa tempestad que es interna y se manifiesta en el descampado, en un espacio que podría ser la nada.

–¿O lo que nos espera?

–Lo que nos espera, sí, un enigma al que van a parar las ideas más extravagantes. En Rey Lear, todos los personajes están condicionados por circunstancias que los obligan a pasar por pruebas que a su vez se transforman en interrogantes. Esta construcción dramática es fantástica. Y Shakespeare la cierra con preguntas, mostrando víctimas y seres absurdos de ambición desmedida, anticipando qué va a pasar sin que este conocimiento reste interés por lo que está sucediendo.

–Es que falta saber cómo sucederá...

–Y qué reacción tendrá el personaje ante la muerte, y si le quedará tiempo para pensar. Esto es tan importante en Shakespeare como la forma en que utiliza el grotesco, ese punto de equilibrio entre lo trágico y su contrario. Pienso en las escenas finales entre Lear y el conde Gloucester en camino hacia un lugar preciso y en la imagen de un loco conduciendo a ciegos, algo que ya conocemos.

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