TEATRO › MIGUEL ANGEL SOLá ESTRENARá MAñANA COMO POR UN TUBO EN LA SALA DE LA SOCIEDAD HEBRAICA ARGENTINA
Radicado en Madrid desde hace más de una década, el actor trae a Buenos Aires este espectáculo creado con el grupo La Típica en Leve Ascenso, del cual es cofundador. “Queremos contar la historia de un ser que privilegia seguir adelante creando”, explica.
› Por Hilda Cabrera
El hombre no puede dejar de soñar con la mujer que lo abandonó. “Se encierra en su habitación a morir.” El fracaso en el amor lo ha sumido en una depresión semejante al duelo. Pero algo renueva la aventura de vivir, y ese algo le llega “por un tubo”, pues olvidó desconectar el teléfono. El repentino asedio de una voz a la distancia lo fortalece tanto como escribir cada vez que recuerda a la ingrata. De aquel primer vacío existencial y de sus consecuencias nace el espectáculo que el actor Miguel Angel Solá, premiado en sus innumerables trabajos para el teatro, el cine y la TV, trae a Buenos Aires desde Madrid, donde se ha radicado hace ya más de una década. La obra, Como por un tubo, producida por la compañía La Típica en Leve Ascenso, de la cual es cofundador, responde al capítulo 18 de la ficcional autobiografía de Alberto Carlos Bustos, “municipal y pájaro”, como apunta Solá, en diálogo con Página/12. Se trata de un locutor de radio que el actor rescata desde su rol de Dalmacio Avena Bustos, “porque todos son en cierta medida Bustos”, incluidos los intérpretes y músicos que conforman el elenco de La Típica, cuya primera formación data de 1984. “En un principio, el nombre era Atípica en Leve Ascenso –cuenta Solá–, pero en la imprenta creyeron que nos habíamos equivocado y agregaron una ele.”
–¿Quién propone paliar un fracaso con un acto creativo?
–Esa es una teoría que va creciendo en el personaje de este locutor herido de muerte porque lo ha dejado el amor de su vida. Se aísla, pero en su encierro no puede evitar pensar y soñar. Piensa en la amada y escribe y compone canciones. Sus amigos no saben qué hacer con él hasta que surge un amor telefónico.
–¿De dónde proviene este interés suyo por la radio y sus historias? Sus oyentes no olvidaron programas como Cartas que vienen y van y los episodios sobre la trilogía Memoria del fuego, de Eduardo Galeano...
–Cartas... se transmitió durante dos años por Radio Mitre (en 1997 y 1998) y después por El Mundo. Habíamos formado un equipo con Jorge Mayor, Blanca Oteyza y Nora Zinsky. Pero murió Jorgito y se acabó. Los autores y productores eran Daniel Botti y Manuel González Gil y la música, de Martín Bianchedi. Todavía, a más de diez años, pasan los capítulos en Mar del Plata. En Memoria... estuve con Hugo Arana, Darío Grandinetti, Juan Leyrado... También la historia que se cuenta en la obra de teatro El diario de Adán y Eva transcurría en un estudio de radio. No es ningún secreto que me gustan el teatro y la radio, la televisión y el cine.
–¿En ese orden?
–Sí, por la forma cómo se trabaja y por cómo lo siento. La TV se ha convertido en radio, en el sentido de que la mayor parte de los programas no tiene acción ni movimiento. Están hechos con gente que lee o se insulta. Y el cine es un poco televisión cuando toma elementos del naturalismo. El teatro está en primer lugar, porque ahí uno no puede esconder sus mediocridades. El teatro es verdad y la radio es el teatro de la mente. Uno escucha e imagina. Quizá los más jóvenes no lo entiendan, pero sí los que fuimos educados por la radio.
–La historia de Como por un tubo se sitúa en los años ’50. ¿Relaciona esa época con su infancia?
–Nací en 1950 y escuché radio desde muy niño. Era costumbre en mi familia, como hacer teatro, acostarse tarde y levantarse temprano para llevarnos al colegio. En los ’50 había televisores, pero pocos tenían un aparato en su casa. Conservo recuerdos maravillosos de la radio, y soy un convencido de que ha sido gran protagonista en el hacer del país. Difundía la cultura de todos, también de los inmigrantes que llegaban a la Argentina, huyendo de la guerra, la peste y las hambrunas de los países “más civilizados”. La radio nos unía.
–¿Sigue siendo un elemento de cohesión?
–Ahora es más periodística y tiene mucha menos ficción. Mi familia trabajaba en radio; mi madre, Paquita Vehil, y sus hermanos Luisa y Juan. Me siento orgulloso cuando en España toman en cuenta mi apellido materno. Ellos, los Vehil, me ayudaron y enseñaron a vivir. Aquello fue muy bonito.
–Cuando recibió amenazas, en 1999, y se radicó en España, ¿se fue desengañado de la Argentina?
–Mi desengaño no tiene que ver con el país. Llevo a la Argentina en el alma, como a la gente que he conocido y conozco. Quiero su geografía, esos lugares donde he estado trabajando en teatro, cine o televisión. Representa mucho para mí, pero hace tiempo que la veo usurpada, vendida, desguazada, y en manos de gente que decide nuestro destino sin importarle qué nos pasa. Veo una clase medio callada. Mi problema no es el país sino las personas. Me pregunto qué se está haciendo con la educación... No tengo nada que ver con la política, pero tengo los deseos de todo ciudadano que se ha tomado en serio el derecho a buscar espacios de libertad y formas de convivencia y el deber de respetar a los otros. Una cosa es que me jorobaran los milicos y otra que me hayan jorobado los supuestamente demócratas que mantienen prerrogativas y derechos superiores a los del ciudadano común. Eso me indigna.
–¿Identificó a quienes lo amenazaron?
–No. Tampoco a los que amenazaron a mi hijita. Esos son mierda, basuras que nunca dan la cara, y cuando la dan es porque saben que son impunes.
–El grave accidente que sufrió en 2006, ¿influyó en su filosofía de vida?
–Fueron dos accidentes. Estaba nadando en la isla Gran Canaria cuando una ola me arrastró mar adentro. Tuve una lesión medular y un primer diagnóstico de cuadriplejia. Después me estabilizaron y empecé a moverme. El otro fue un síncope, en mi casa. Me caí y me rompí un lado de la cara. Pero el cuerpo mío se repone. Sé que alguna gente, cuando pasa por experiencias límite, torna su vida más liviana. No reaccioné así. Quizá porque los accidentes se produjeron uno detrás de otro y debí aprender a mover los pies, las manos... Siguiendo a eso, tuve una operación más, porque tenía dos tendones del hombro cortados. Fueron seis años agotadores. Espero que pare esta racha.
–Por lo que se ve, la mala sombra acabó. ¿Cómo es su trabajo en las dos series que graba? ¿Qué significa como actor componer al escritor y guionista de historietas Héctor Germán Oesterheld, víctima de la última dictadura militar?
–Germán, últimas viñetas, una miniserie de trece capítulos de media hora de duración, conforma un mundo de imaginería y de relación con una militancia política que no es mi ideología, pero como actor tengo la obligación de hacer el personaje tal como me lo entregan y con la potencia de un texto muy bien escrito por Luciano Saracino. El libro tiene elementos mágicos, de suspenso, comedia... Mis compañeros actores son fantásticos y los dos directores, Cristian Bernard y Flavio Nardini, para festejar.
–Tiempo atrás compuso otro personaje trascendente, el doctor Salvador Mazza. ¿Le interesan especialmente las historias de seres comprometidos?
–Me gustó mucho aquel trabajo en Casas de fuego, una película de Juan Bautista Stagnaro. Hubiese querido interpretar a más gente emocional y pensante, pero en esto no he tenido demasiada suerte. En general, me dieron personajes torvos. En la otra miniserie, filmada en Santa Fe, ¿Quién mató al Bebe Uriarte?, que protagoniza Adrián Navarro, mi papel es el de un personaje de la noche. Este es un policial que dirigen Alejandro Carreras, Gastón del Porto y Juan Pablo Arroyo, con guión de José Alaniz. El thriller es un género en el que no hay tanta ideología. Me convocan y parece que lo hago bien. En España filmé algunos para la TV. Hice de agente de un cuerpo de élite de la Guardia Civil española, el teniente Sierra, en Desaparecida (serie que en la Argentina se estrenó con el título de Bruno Sierra, el rostro de la ley, por Canal 7), un trabajo por el que me dieron el premio al mejor actor en el Festival Internacional de Nueva York.
–¿Valora los premios?
–Me agradan y los agradezco, pero pasan a un segundo plano cuando se tienen problemas de salud. Me importa sentir y recibir afecto, mantener el estado emocional y superar dificultades. Desde que me repuse no he dejado de trabajar ni de crear.
–¿Adopta la filosofía de Bustos?
–Esos textos fueron escritos hace tiempo, y no estaban dirigidos a mí. Queremos contar con humor la historia de un ser que, ante la adversidad, privilegia seguir adelante creando. Este es un “municipal” que quiere salir del gris y tener colores. ¡Un bicho muy lindo! Finalmente, somos todos Bustos en la historia. A mí me tocan los diálogos.
–¿Quién es el crítico? ¿Su sombra, el otro yo?
–Ese es Fernandito, el relator que está en desacuerdo con lo que le obligan hacer a Bustos. Habla con él y le enseña cómo tiene que vivir. Una creación de Enrique Quintanilla. En la obra nos ocupamos de todo, de la música, las canciones... Esto es propio de La Típica. Hemos compuesto alrededor de doscientas canciones y cuatrocientos poemas.
–¿Proyecta otro espectáculo?
–Después de las doce funciones con esta obra, regreso a Madrid para ensayar El veneno del teatro, junto a Daniel Freire. El texto es de Rodolf Sirera y nos dirige Mario Gas, quien fue director del Teatro Español y ha hecho un trabajo fantástico, tanto en el Español como en los Teatros del Canal, que pertenecen a la Comunidad de Madrid. En coproducción con el Teatro Maipo, de Lino Patalano, y los Teatros del Canal (cuyo director artístico es Albert Boadella), haremos una temporada en Buenos Aires y después una gira por toda España, porque mi manera de viajar es trabajando.
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