TEATRO › OMAR CALICCHIO Y EL ESPECTáCULO EL CABARET DE LOS HOMBRES PERDIDOS
El actor interpreta a El Destino en la versión argentina de la comedia dramática musical creada en Francia por Christian Simeon y Patrick Laviosa. Calicchio señala que la obra es “cruel en algunos aspectos, pero está contada con humor”.
› Por Hilda Cabrera
Ninguna advertencia tranquiliza, y menos la de unos personajes recluidos en un bar o cabaret situado en una zona marginal. Qué hacen acá y cómo hicieron para entrar, preguntan. ¿Qué amenaza se cierne sobre el que asiste a una representación donde se juega a verdad y trampa? “Vayan a otro bar”, “pidan que los rescaten”, insisten Destino, Lullaby y Barman, en el prólogo hecho canción de El cabaret de los hombres perdidos, comedia dramática musical que reactualiza el placer de desarmar convencionalismos. Creada por Christian Simeon (autor del libro y las letras de las canciones) y el compositor Patrick Laviosa, viene ofreciéndose en el Teatro Concert Molière, de Balcarce 682. Basada en un texto de Jean-Luc Reviol, previene, a través de esos mismos personajes, que allí “puede ser peligroso mirar”. Asumida la situación, resta seguir el hilo de una historia que tiene en Dicky, el muchacho al que persigue una patota, un retrato del desamparo. El Destino, Lullaby y el Barman algo saben de ese recorrido en esta pieza francesa que “surgió de un trabajo de experimentación en una universidad, estuvo tres años seguidos en cartel, obtuvo premios y aún sigue presentándose”, como puntualiza el actor Omar Calicchio (El joven Frankenstein, Víctor Victoria, La trup sin fin, Stan y Oliver, Mi bello dragón, El rey se muere), cuyo rol en El cabaret... es el de un maestro de ceremonias que acerca el futuro (el Destino).
Este musical cuenta con una partitura, calificada de admirable por Calicchio, que acredita estudios de canto y baile e incursiones en la dramaturgia, como en el unipersonal Best seller. El mejor vendedor (sobre libro y dirección de Gastón Cerana), y el espectáculo Un cierto concierto, dirigido por Enrique Federman. “En realidad, ésta fue una creación grupal sobre una selección de canciones de Hugo Midón y Carlos Gianni, tomadas del musical La vuelta manzana y los espectáculos que le siguieron –aclara Calicchio, en diálogo con Página/12–, donde incluimos un cuarteto de cuerdas y un disc-jockey en vivo. Tomamos esos materiales con absoluto respeto, a través de la actriz y directora Lala Mendía, que fue asistente personal de Hugo.”
Calicchio está entre los que no se detienen: integra el elenco de El cabaret..., que dirige Lía Jelín, quien a su vez recibió este material de la actriz Marilú Marini (protagonista de Las criadas, de Jean Genet, obra en cartel); el de Forever Young, comedia musical dirigida por Daniel Casablanca (en El Picadero), y LocosRecuerdos, de Hugo Midón, cuyo director musical es el compositor Carlos Gianni y la puesta es de Lala Mendía (Teatro Nacional Cervantes). Respecto de El cabaret..., Calicchio debutó en la compra de derechos: “Es la primera vez en mi carrera de años. Me entusiasmé con el material que me alcanzó Lía, y ella confió en mí y en la elección que hice de los compañeros Diego Mariani, Esteban Masturini y Roberto Peloni, actores y cantantes”.
–Así es como se desarrolla esta historia, con personajes que juegan a que están representando una situación vivida por un chico marginado. Dicky cae en ese lugar por desesperación (lo corre una patota) y allí se encuentra con quien dice ser el Destino.
–Su historia es dramática, pero la contamos con humor. Dicky sueña con ser cantante, una carrera que no siempre se puede cumplir, porque la búsqueda del éxito o llegar a ser “alguien” no se da fácilmente en las personas que son marginadas. Le gusta el cine, pero el Destino lo desanima. Le ofrece ser actor porno y el chico empieza a transar, porque cree que más adelante podrá encontrar otro camino. Mientras tanto tendrá que enfrentar a los otros (y al público, en tanto actor) y atravesar distintas “fases”: el encuentro con el público, la identificación, el deslumbramiento, la fama, la desaceleración, el abandono de lo que posee como artista y el final.
–Puede ser. La obra es cruel en algunos aspectos, pero, insisto, está contada con humor a través de canciones y de una música hermosa. No es la típica comedia musical, donde todos son felices o terminan siendo felices. El humor está dado a veces por la creación de situaciones insólitas, como la escena en que los personajes se meten en la grabación de un video pornográfico, o en el encuentro con una diva alcohólica que en otro episodio cayó al foso de una orquesta y se rompió una pierna (“la estrella acabada”). En ese trayecto acompañan a Dicky el Barman que, enamorado del chico, le ofrece quedarse en el cabaret. Pero eso no le interesa al muchacho, porque significa vivir esclavizado. Otro es el travesti que lo cuida. El dilema está entre elegir el camino que le marca el Destino o el que le señala el “tatuador” gay.
–Este es un proyecto en cooperativa. Compré la obra y quienes integran el equipo fueron convocados por mí. No tenemos productor y el Teatro Molière se asoció a nosotros. Puse el dinero para los materiales y la construcción. Tenemos un apoyo del Instituto Nacional del Teatro y esperamos que salga el de Proteatro. Me animé y llamé a los que, cuando nos vemos, me preguntan si ando en algún proyecto y se muestran dispuestos a colaborar, como mis compañeros de elenco, y también Gaby Goldman, el pianista, el “observador” que está en escena, y es el director musical. Sus arreglos son muy buenos. En el equipo están Gonzalo Cordova en las luces, René Diviú en la escenografía y el vestuario, y la coreografía es de Seku Faillace. Cuando quisimos llevar el proyecto a una sala comercial, sugirieron el nombre de un intérprete famoso para el papel del travesti. No tengo nada en contra de ese actor, pero acá tenemos a Peloni, que es un excelente actor y un gran maestro de canto.
–A veces se juega con esas cosas. En el Molière no tenemos ese tipo de condiciones. Si Lía, que sabe tanto de teatro, no me puso condiciones, es porque no debe haber ninguna otra para el espectáculo. Además estoy convencido de que no hay un famoso que dé con el physique du rôle y las condiciones que hay que tener para cantar la partitura que le corresponde a Roberto.
–Mi “problema” es que en música me atrae todo. Mi primera participación en una obra de Hugo Midón fue en El salpicón, en 1995, pero diez años antes había actuado en diferentes espectáculos de Pepe Cibrián Campoy. Fantaseo con crear un unipersonal con tangos. En mi casa se escuchaba todo tipo de música. La música me hace bien. No soy especialista en clásica, pero me gusta el canto de la mezzosoprano italiana Cecilia Bartoli, las composiciones barrocas de Friedrich Händel y la comedia musical de otra época. Las partituras para comedias musicales de Leonard Bernstein (West Side Story), por ejemplo, y, en general, composiciones para grandes orquestas que son difíciles de estrenar en nuestro país. En este aspecto, tenemos la suerte de que haya intérpretes, compositores y grandes arregladores como Alberto Favero, Gerardo Gardelín, Gaby Goldman y otros capaces de tomar composiciones para veinte músicos, y adaptarlas para ser interpretadas por diez.
El cabaret de los hombres perdidos, de Cristian Simeon (libro y letras) y Patrick Laviosa (música). Texto original de Jean-Luc Revol. Actúan Omar Calicchio, Diego Mariani, Esteban Masturini, Roberto Peloni. Músico en escena: Gaby Goldman (piano, arreglos y dirección musical). Vestuario: René Diviú y Calicchio. Coreografía: Seku Faillace. Iluminación: Gonzalo Cordova. Sonido: Rodrigo Lavecchia. Adaptación de la letra de las canciones: Roberto Peloni, con participación de Jorge Schussheim. Coordinación de producción: Gonzalo Castagnino. Asistente de producción: Kevin Cass. Dirección: Lía Jelín. Funciones los lunes y martes, a las 20.30, en el Teatro Concert Molière, Balcarce 682 (Tel.: 4343-0777). Localidades: 130 pesos.
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