Miércoles, 19 de septiembre de 2012 | Hoy
TEATRO › SABOR A MIEL, DE SHELAGH DELANEY, CON DIRECCIóN DE LIZARDO LAPHITZ
Los prejuicios contra el diferente y la desprotección social son los temas de esta obra de origen británico que combina dramatismo e ironía. La pieza recibió varias distinciones, tuvo su versión en Broadway y hasta fue adaptada para cine.
Por Carolina Prieto
La dramaturga británica Shelagh Delaney (1938-2011) escribió su ópera prima, Sabor a miel, cuando tenía sólo 18 años. La obra se estrenó en Londres en 1958, recibió varias distinciones, tuvo su versión en Broadway tres años más tarde, y también fue adaptada para cine y obtuvo dos premios en el Festival de Cannes. La misma autora modificó el guión para la pantalla grande junto al cineasta Tommy Richardson. En Buenos Aires se conoció en los años ’70 una versión teatral protagonizada por Elsa Berenguer, Soledad Silveyra, Héctor Alterio, Hugo Arana y Jorge Mayor dirigida por Sergio Renán. Ahora la pieza está de vuelta en la sala El Duende (Aráoz 1469) los viernes a las 21.30 y los domingos a las 17, con dirección de Lizardo Laphitz y un elenco que forman Cristina Dramisino, Natalia Laphitz, Alejandro Fain, Gabriel De Coster y Miguel Assis.
La acción transcurre en un departamento viejo y desvencijado de un barrio obrero inglés al que llegan una madre (Helen) y su joven hija (Jo). Pero no parece que la mudanza vaya a traer cambios en la dupla: la madre es una prostituta que escapa de un hombre que la persigue, toma whisky todo el día y lejos está de preocuparse y contener a su vástago, a quien siente como un estorbo. La rebaja, no le da fuerzas para encarar su vida y hasta en cierto momento le dice: “Te tendría que haber abortado”. Al poco tiempo de instalarse, llega el hombre que la acosaba, bastante borracho, pero con una billetera lo suficientemente abultada como para convencerla de casarse enseguida. Helen no duda en dejar a la hija a la deriva y mudarse con su nuevo galán, encandilada por la ropa, las joyas y la casa que le promete. Embarazada de un marinero negro que la abandona al poco tiempo, la hija logra rearmar su vida. Sale a trabajar en doble turno y convive con un amigo gay que se muda con ella, la apoya en todo y la quiere. Pero todo lo que logra construir se desarma con la llegada abrupta de Helen, cuando a Jo le falta muy poco para parir. Abandona por su marido, la madre vuelve a su antigua casa y rechaza la posibilidad de tener un nieto negro, intima al amigo de su hija a que la deje y abandone la casa. Y lo que aún es peor, ella termina dejando a Jo sola y desconsolada. Nadie la puede frenar en su afán de hacer estallar todo lo que no le agrada. Una madre-monstruo que detrás de su coquetería esconde un egoísmo y un desprecio notables y es capaz de destruir lo más cercano y propio que tiene. En este universo opaco y oscuro, un humor mordaz se cuela por momentos: los personajes se dicen todo sin rodeos y sin ningún cuidado por el otro. En este sentido, se destacan las actuaciones de Cristina Dramisino como la madre y de Alejandro Fain como el nuevo esposo, muy convincentes y orgánicas, mientras que Miguel Assis (el amigo gay) aporta la cuota de afecto y ternura que la hija necesita.
“Hace muchos años que tenía ganas de encarar esta pieza. Siempre me atrajo por el mundo que describe, con esos personajes que están a la deriva, abandonados, desprotegidos socialmente. Es una obra que plantea un universo que conozco bien. Soy de Corrientes y esos personajes no me resultan nada extraños. Y además muestra la amenaza que representan los prejuicios contra el diferente, sea un negro o un homosexual, como para que no nos olvidemos y estemos alerta, porque en cualquier momento pueden surgir”, sostiene el director en diálogo con Página/12.
–¿Por qué eligió una obra que tiene más de cincuenta años para hablar de estos temas?
–Porque están vigentes hoy. La soledad, la desprotección de las clases más bajas, los embarazos no deseados, el desamparo y la discriminación son cuestiones que lamentablemente siguen vivas. Además me gusta la estructura que tiene, tradicional, clásica. Me gustan las obras que permiten desarrollar una historia de principio a fin con solidez y consistencia. En las primeras funciones noté que el espectáculo genera reacciones fuertes en el público. Es una obra provocadora. Y lo interesante es que la autora no juzga a los personajes, los expone en forma bestial y deja ver la falta de afecto y de educación que sufren. Algunos, como Helen y su marido Peter, tienen una familiaridad increíble con lo brutal. Creo que la humanidad avanzó en relación con la ciencia y con la técnica, pero las desigualdades sociales y el peso de los prejuicios persisten.
–¿Por qué cree que nadie puede frenar a la madre, que su poder destructivo sigue intacto?
–Hay relaciones que son muy difíciles de cambiar, aunque pase el tiempo y la hija logre ubicarse en otro lugar. Todos sus logros se derrumban cuando la madre vuelve. Hay ciertas necesidades de afecto que el tiempo no modifica.
–Helen se mueve con cierta impunidad, entra y sale de la vida de su hija cuando se le antoja...
–Sí, una vez que su marido la larga por otra mujer, vuelve a su casa y se encuentra con la nueva vida de su hija. Y es capaz de seguir generando lo mismo, de tapar al otro, de aniquilarlo. Nada ha cambiado.
–¿Cómo fue el proceso de ensayos con los actores?
–Comenzamos a trabajar en marzo, pudimos hacerlo en profundidad y lograr la mayor naturalidad posible en los parlamentos para que resultaran fluidos. Eso es lo más importante. La obra combina dureza, dramatismo y un humor mordaz e irónico que la hace soportable. Si no sería imposible. Para los actores fue un desafío transitar por esos dos registros y el personaje de Jo, la hija, es complejo. Porque debe dar joven, tiene sólo 18 años y, a la vez, soportar el drama durante toda la obra. Y pudimos aprovechar las dimensiones de la sala, que es más larga que ancha, manejando diversos planos, algunos más cercanos y otros más alejados a la platea, usando también distintas luces. La iluminación fue importante porque, si bien todo sucede en el departamento, el mundo exterior está siempre presente, sugerido. Por eso usamos por momentos una iluminación que viene desde afuera de las ventanas de la sala y que entra.
–¿Cómo describe su relación con Agustín Alezzo, con quien comparte la dirección de El Duende, un espacio que funciona como sala y como escuela de formación actoral?
–Trabajamos juntos desde hace décadas. Yo me formé con varias personas, pero cuando empecé a tomar clases con Agustín, me di cuenta de que él era mi maestro. De entrada me interesó su mirada sobre el actor, sobre su función y sobre la actividad teatral en sí. Es una persona muy generosa, que hace muchísimo para que los demás puedan crecer y desarrollarse como intérpretes, autores o directores. Con el paso del tiempo, además de trabajar juntos, nos fuimos haciendo muy amigos. Lo último que dirigí, antes de esta obra, fue Cena entre amigos, de Donald Margulies. Y lo hicimos juntos. El dirigió las escenas en las que yo actuaba y yo dirigí aquellas en las que no participé como actor.
–¿Cómo sigue su año tras este estreno?
–Tengo ganas de disfrutar. Hace años que no paro y tuvimos varias mudanzas hasta instalar el estudio definitivamente en la calle Aráoz. Quiero seguir con las clases y seguir de cerca el proceso de Sabor a miel, que arrancó muy bien.
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