Sáb 08.12.2012
espectaculos

TEATRO

El hombre orquesta de la escena

Debutó en el Teatro San Martín en la piel de Macbeth, además de estrenar ¡Llegó la música!, una pieza tan disparatada como lúcida sobre el estado de lo público y del arte. Se trata de su quinto espectáculo como autor y director.

› Por Carolina Prieto

Desde que se acercó al teatro, Alberto Ajaka no paró. Protagonizó éxitos con colegas de su generación y con popes como Kartun y Bartís, abrió su sala de experimentación y, este año, debutó en el San Martín en la piel de Macbeth, además de estrenar ¡Llegó la música!, una pieza tan disparatada como lúcida sobre el estado de lo público y del arte.

Es un hombre intenso. Basta con verlo protagonizar Macbeth en el Teatro San Martín o acercarse a su sala en Villa Crespo, donde presenta ¡Llegó la música!, su quinto espectáculo como autor y director, para tener una idea de su vitalidad. En la Sala Martín Coronado y bajo la dirección de Javier Daulte, encarna a un Macbeth con las emociones a flor de piel, inmerso en una seguidilla de estados alterados desde que comete el primer asesinato para quedarse con el poder. Este actor de voz grave y fuerte y gestualidad expansiva despliega una paleta muy intensa que tiñe todo lo que dice y también su cuerpo entero. Lo hace sin sobreactuar ni endurecer a su criatura, logrando una organicidad que el espectador disfruta. Nacido en 1973, Ajaka abrió en el 2008 la sala Escalada, un lugar de investigación escénica donde puede concretar varios de sus sueños. Después de Cada una de las cosas iguales –donde abordó la cuestión política– dio forma a una comedia dramática hilarante, barroca, polifónica. Es que ¡Llegó la música! reúne a once actores en escena y una variedad de temas que se disparan alrededor de un conflicto central: el de una joven orquesta de cámara de un teatro municipal en total decadencia, que intentará salvarse mediante una gira al exterior. Para ello van a tocar para unos programadores extranjeros que podrían contratarlos. Pero un sector del personal del teatro entra en huelga y las funciones peligran, empujándolos a ponerse de acuerdo y adoptar medidas extremas y por momentos delirantes. Cada personaje encierra un mundo y abre un abanico de tópicos (desde el conflicto en Medio Oriente y la guerra de Malvinas pasando por la música indie, las separaciones de pareja, los celos entre los músicos, los romances desenfrenados, la lucha gremial).

Frente a esa multiplicidad, el grupo se mueve como si fuera un único organismo vivo y caótico, por momentos a punto de estallar para luego reunirse y volver a funcionar. Actuaciones vivas, estados al límite, pasajes de cierto griterío que conspiran contra la comprensión de los diálogos, muchísimo humor y también escenas muy bellas y de una cadencia silenciosa. Estas suceden cuando la orquesta ensaya con sus instrumentos invisibles siguiendo la batuta de un director chanta. Ahí es cuando no se oye nada y se despliega la coreografía de los cuerpos tocando los instrumentos. No suena una nota, se escuchan las respiraciones, los sonidos de los cuerpos lanzados a la interpretación musical, el roce de las partituras. Y en ese enjambre de acciones, temas y conflictos, cómo no sentirse identificado con alguno de los personajes o con el grupo en general, que acaso funcione como metáfora de una comunidad sumida en un contexto hostil. Cómo no dejar la sala pensando sobre el trabajo del artista que, desde la mirada del director, no tiene nada de ideal ni de puro: está atravesado por las miserias y los problemas de cualquier actividad humana.

“Es que conocemos muy bien cómo es el laburo artístico. Trabajamos durante un año y medio y nos costó mucho encontrarnos a ensayar por las noches. Pero, a la vez, tener este espacio donde podemos ensayar con la escenografía seis meses antes de estrenar es un lujo. Somos muy pobres y muy ricos al mismo tiempo. Plata no ganamos, pero queremos que nos vaya bien”, cuenta a Página/12 el hombre que antes de volcarse al teatro trabajó por años en una imprenta familiar. ¡Y les está yendo muy bien! Las funciones de los lunes y viernes a las 21 en la sala ubicada en Remedios de Escalada de San Martín 332 (la última es el 14 de diciembre) explotan de público y conviene reservar para asegurarse un lugar. En el origen de este exitoso proyecto estuvo la intención de volver a un formato clásico. “Quería hacer una comedia con una estructura narrativa sencilla, no seguir la tendencia de la deconstrucción, de mostrar los procedimientos formales. Me interesó trabajar las actuaciones tensionando un poco la cosa: que la actuación respondiera a un verosímil y a la vez intentara desprenderse de él y hacer su trazo poético”, comenta el protagonista de Ala de criados, de Mauricio Kartun, y de De mal en peor, de Ricardo Bartís.

Otro disparador fue la imagen de un director de orquesta con sus movimientos corporales: “Me atrae esa gestualidad, como si la música existiera ya en esos mismos gestos, una milésima de segundos antes de ser ejecutada”. El proceso de creación fue un ida y vuelta entre las secuencias que el director llevaba para trabajar con el elenco y lo que éste le devolvía. “El sentido se fue construyendo a partir de lo fragmentario, de las escenas superpuestas, de la contraposición de una escena con otra”, comenta. Y el espectáculo logró cristalizar en un conglomerado de cuerpos, voces y textos en permanente movimiento, que se desarma y se vuelve a armar, con momentos en que la cuerda se tensa y se crispa. “El plano apaisado de la sala hace que no se pueda ver la totalidad de la escena siempre. Y los gritos son un poco el precio a pagar a cambio de que el plano explote. Pero no me preocupa si de a ratos no se entiende absolutamente todo porque la información ya está dada. Además trabajamos mucho los niveles de sonido, la voz no puede ser la habitual. Es una voz colocada que hasta puede distorsionarse. Es una herramienta poética más”, agrega. Otro desafío: manejar once personajes, todos con un nivel parejo de protagonismo. En esta orquesta variopinta confluyen la gremialista, la que se acaba de separar de su marido y no puede con su vida, la que le hace un pete al guardia corrupto del teatro para que le devuelva sus pertenencias; el solista invitado –un argentino snob radicado en Alemania que no para de comprar las realidades de ambos países–, la impulsiva que está siempre dispuesta a pasar a la acción violenta... “Todos tienen algo medio decadente y a la vez algo que los salva y los hace queribles”, describe el director.

Y mientras lleva adelante esta tragicomedia en una sala independiente que padece algo del deterioro reflejado en su propia ficción, Ajaka se calza el traje de militar para encarnar a Macbeth en el Teatro San Martín, de miércoles a domingos a las 20.30 en Corrientes 1530, hasta el 16 de diciembre. Es la primera vez que pisa el gran escenario de la Martín Coronado y semejante debut no lo amedrentó en absoluto. “Daulte me vio en Ala de criados y me convocó. Nunca me puso nervioso la situación, tal vez sea medio inconsciente de mi parte”, desliza. ¿Cuál es el sentido de hacer esta obra hoy? Para Ajaka, la pieza que Shakespeare habría escrito por encargo para denigrar a los escoceses y elevar la estirpe inglesa despliega “una conjunto de fuerzas y de pasiones universales, atemporales” y además contiene “ideas-teatro”, ideas a ser escenificadas. “Son potencias de actuación, estados posibles y escenas a revolver como la de las brujas, la de las apariciones o los cambios drásticos de escenario”, explica. Cuenta que el director los apuntaló para cuidar lo que emocionalmente estaba en juego en cada escena y poder reflejar las distintas capas de estados y afectos de los personajes. El suyo es un hombre que siente culpa al matar al rey, pero después descarrila y ya no tiene ningún escrúpulo, lanzado a asesinar indiscriminadamente con tal de alcanzar el máximo poder, apuntalado por su mujer, Lady Macbeth. “No le importa nada más que afirmar su individualidad, su yo. En la medida en que gana poder, se va poniendo viejo, grotesco y soez”, opina.

Para el 2013, Ajaka ya tiene dos proyectos en marcha. Junto al escritor Pablo Ramos adaptaron su novela La ley de la ferocidad y crearon un monólogo que va a interpretar y dirigir: son cincuenta minutos sobre el laberinto emocional que atraviesa un hombre durante tres días, desde que se entera de la muerte de su padre hasta el entierro. Y la otra aventura es más ambiciosa en términos de producción. Se centra en dos grupos de artistas varados en un terreno baldío antes de llegar a la ciudad, a la espera de un permiso para poder realizar su espectáculo. Todo se complica cuando llegan el hambre, el robo y un secuestro que deriva en muerte. “No va a entrar en Escalada, me imagino un espacio muy grande con carromatos y trailers. Tenemos que ver cómo y dónde producirlo”, anticipa.

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