TEATRO › “KABALA”, UNA OBRA REALIZADA POR TRES EX INTEGRANTES DE CAVIAR
Walter Soares, Marcelo Iglesias y Mario Filgueiras elaboran un espectáculo donde conviven Bizet y la sexóloga Alessandra.
En el teatro hay varias cábalas previas a subir al escenario que gozan de reputación. Desear merde y nunca suerte, no llevar nada amarillo, no silbar, no mencionar la palabra “víbora”... Y, para el grupo de transformistas compuesto por Walter Soares, Marcelo Iglesias y Mario Filgueiras hay un último ritual: “No dejar nunca de trabajar, hacer reír a la gente, hacerla emocionar”. Esto es lo que pretende Kábala (los sábados a las 23 en el Café Teatro Molière, Balcarce 682), la obra que reunió después de más de 10 años a estos ex miembros del grupo Caviar, discípulos de Jean François Casanovas, que ahora emprenden su propio camino en un género que reúne humor, coreografías, trajes grandilocuentes, sensualidad, brillos y divismo. El resultado: un mundo de fantasía en el que Liza Minnelli convive con los consejos de la sexóloga Alessandra y Tina Turner comparte el escenario con la Carmen de Bizet, la princesa-ogro del film Shrek y las Andrews Sisters de los ’40.
Entre lentejuelas y coronas de cristal, el trío posa glamorosamente para las fotos, para luego animase a develar los secretos del transformismo a Página/12. “Hoy en día cualquier maricón se pone peluca”, dispara Soares, quien también ejerce la dirección de la obra. “Esto es diferente –sigue–; el transformismo implica cambiarse y ser todo, desde un árbol hasta un señor de galera. Es el arte de transformarse en cualquier cosa, no es ponerse peluquita y tetas. Eso lo aprendimos en la escuela de Jean François (Casanovas), quien introdujo este tipo de espectáculos en Buenos Aires con una compañía gloriosa.” Filgueiras e Iglesias ingresaron al grupo liderado por Casanovas en 1984, donde trabajaron por diez y veinte años respectivamente. Soares, por su parte, se unió a la troupe en 1986 como “vestidor” (quien asiste a los actores en los cambios de vestuario) y se retiró en el ’99 a causa de un cáncer. Superada la enfermedad, comenzó “una nueva vida” y decidió crear su propia compañía. El azar juntó a estos tres “caviares”, que decidieron –rápida e inesperadamente– subir una vez más a las tablas juntos. “Es la ironía de la vida”, dice Filgueiras. “Nadie está peleado con Jean François. Esto apareció y se hizo: es el producto de la experiencia que cada uno reunió a lo largo de su vida.”
–En Kábala, ¿se alejan del cabaret de los años ’30 tan típico de Caviar?
Walter Soares: –Sí. Es un cabaret actual. No le sacamos el polvo a algo que quedó en el tiempo. Usamos todo tipo de músicas, desde el tango y el canto lírico, hasta el cha cha cha, el mambo y el jazz. Hasta hacemos unos números del musical Chicago.
–¿Consideran que su propuesta es provocadora o el transformismo ya no genera polémica?
W. S.: –Cuando Jean François trajo este género a Buenos Aires fue un trasgresor, ahora ya no...
Mario Filgueiras: –Pero siempre hay gente que está en desacuerdo con este tipo de espectáculos. Vivimos en un país, que no sé si es machista, pero sí de mucho tango, de mucha cultura del dolor. Ese prejuicio siempre va a existir acá.
–¿La del music hall es una cultura más festiva?
M. F.: –No, porque el music hall también tiene su lado “religioso”, también es un ritual. Desde que llegamos y nos cambiamos...
–¿Cuánto tardan en transformarse?
M. F.: –Tres horas. Es llegar y ponerse a maquillar. Y tal vez no tenés ganas de hacerlo, es como todo trabajo. A mí me pasa que me termino de pintar, me visto y ya está: ya “soy”. Porque, durante 30 años, me preparé para hacer y para ser eso.
–¿Que el vestuario sea de calidad es fundamental en este tipo de propuesta?
M. F.: –Sí, y todo siempre es poco.
Marcelo Iglesias: –Tenemos un vestuarista, David Ghersinich, que viaja por Europa y Estados Unidos y de allí nos trae todas las piedras, los cristales y las máscaras. El vestuario es muy importante, nos cambiamos como cien veces.
–¿El music hall es un género más difícil que el teatro convencional?
M. I.: –Es completo, más que difícil. Hay que poner mucho ímpetu en las luces, la calidad sonora, las coreografías, las canciones. Todo tiene que salir impecable.
–Para crear un personaje, ¿copian frente a la TV a la persona real?
M. I.: –Nosotros no imitamos, recreamos.
W. S.: –Cuando hace más de 20 años que estás por este camino y nunca saliste de él y lo respetaste, hacerlo es parte de uno. Es tu vida. Mirás nada más y ya te imaginás lo que tenés que hacer. Sale solo, por la escuela que tenemos. Un pintor sabe que para pintar y que no se caiga la pintura tiene que ponerla de tal forma; nosotros sabemos qué es lo que tenemos que hacer. En este tipo de trabajo, lo mejor es nunca parar de trabajar. Porque no hay una escuela donde aprender esto, hay que transitarlo.
–¿Es un género gay?
W. S.: –Si fuese un género gay, no lo estaría haciendo. Mi vida gay la vivo abajo del escenario. Para disfrazarme voy a fiestas de disfraces. Esto es otra cosa, es un arte.
M. I.: –Normalmente no es un espectáculo que vienen a ver los gays. Viene más la gente grande, de 50 para arriba. En Caviar veíamos muchas cabezas blancas en la platea.
W. S.: –Este es un espectáculo hecho para todo el mundo; cada uno lo disfruta desde su lugar. No tenés que tener determinadas condiciones culturales, solamente ganas de ir a emocionarte y divertite. Lo puede ver desde un niño de 4 años hasta un abuelo.
–¿Es apto para niños?
W. S.: –Totalmente. Hay padres que vienen solos y cuando salen dicen “qué pena que no traje a mis hijos”. Porque es algo bello visualmente, sin ninguna grosería, muy mágico.
–Una prueba de que va todo tipo de público: a Marcelo lo reconocieron una vez en un colectivo y no precisamente en Palermo Hollywood, ¿no es así?
M. I.: –¡Sí! Iba en el 269 desde Castelar a Once. Me senté y alguien me tocó el hombro. Me di vuelta y un tipo me dice: ¿Vos sos Diana Ross? Me puse todo colorado, pero me encantó.
Informe: Alina Mazzaferro.
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