Vie 18.01.2013
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TEATRO › CUANDO WALTER VELAZQUEZ SE TRANSFORMA EN CALOSTRO MECONIO

“De los viejos aprendí a sanarme”

El actor, director, dramaturgo y clown encarna a un payaso tanguero de 84 años. Es un personaje “en blanco y negro”, que funciona tanto en geriátricos como en festivales. “Mi verdadero trabajo tiene que ver con el compromiso social”, plantea Velázquez.

Carlos Calostro Meconio tiene 84 años, es clown y cantante de tango. Tiene Alzheimer, usa andador. Como muchas personas de la tercera edad, sus días transcurren en una de esas guarderías de viejos a las que llaman geriátricos. A veces su vida de payaso geronte desafía a algunas generalidades, por ejemplo, hace del cinismo que potencian los años, una vía de escape a los malestares físicos y emocionales acentuados por el paso del tiempo. Calostro cree ser un perfecto Houdini, como también cree engañar los controles del geriátrico ilegal en el que está internado para subirse al escenario. Lo que desconoce es que su hazaña no es un ningún secreto, todos saben, pero lo dejan porque siempre vuelve. Dice tener un plan maestro: esta noche, a las 21, mientras todos duerman, dará una de las dos presentaciones (la próxima será el 2 de febrero) de su espectáculo Rescate Emotivo. No pasa res! sobre las tablas de La Guapachoza (Jean Jaurès 715), esperando que nadie lo descubra.

Al reverso de Calostro aparece Walter Velázquez, el actor, director, dramaturgo y clown que, desde hace seis años, compone a este personaje en blanco y negro en geriátricos, salas y festivales nacionales e internacionales. Walter es el lado A, la cara agradable y sin máscara de Carlos, el producto de un espectáculo infantil devenido “viejo verde” sólo apto para adultos. “¿Sabés qué es el calostro y el meconio? El calostro es la primera leche que da la madre y el meconio es la primera caca que hace el bebé”, revela Velázquez.

Tan o más visceral que Carlos, su interés por la tercera edad le valió a Rescate Emotivo el auspicio y reconocimiento de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos, distinción que además concuerda con la función social que le atribuye a su trabajo: “Mi verdadero trabajo como clown arrancó en estos seis años y tiene que ver con el compromiso social, no lo concibo de otra forma. Me da por los ancianos porque siento que es una de las edades de la vida menos cuidadas”, cuenta el autor de obras como Zuviría y Vergara en la entrevista a Página/12.

–¿Cómo fue su desembarco en el clown?

–De casualidad, creo que como la mayoría de la gente. Nadie te dice “voy a ser payaso”. Empecé siendo actor y causaba gracia. Nunca pensé que iba a tomar trascendencia en mi laburo como payaso. Doy clases de clown, de armado de rutinas de humor relacionado con las varietés. La clown que me marcó la vida fue Roberta Carreri, del Odin Teatret. El maestro es el tipo que te inspira, y ella me inspiró. De ella aprendí sobre la elegancia de un buen maquillaje en el clown. No es ponerte la primera camiseta que encontraste.

–Hay una tendencia a tildar al clown y a otras ramas del circo de “arte menor”.

–Se ve al circo en general como un género menor y eso de “lo hacemos así nomás” nos va a terminar extinguiendo. Hay una mirada del clown como género menor de chabones que se pintan la cara y usan peluquitas. No pasa lo mismo con el acróbata porque te rompés la cabeza. El payaso no corre esos riesgos. Si la gente se ríe es genial. Se cree que el payaso improvisa todo el tiempo. El que lo hace está bastardeando esa técnica y eso es lo preocupante. Lo que hace que un clown no aprenda a cantar es la creencia de que si canta desafinado es más gracioso.

–¿Y su clown?

–Mi trabajo de clown es raro porque no trabajo con nariz. Me interesa hacer que el cuerpo sea gracioso, que no se focalice sólo en el rostro, sino que la voz salga de todo el cuerpo. Muchos trabajan con nariz y son muy buenos. Soy un enamorado de los clowns de mi época, es una generación de clowns muy linda.

–O sea que es un clown no convencional...

–No doy clases de clown con nariz, no soy un clown convencional. Dar la nariz al payaso inmediatamente centra la gracia en la cara y el cuerpo se muere. En las últimas generaciones de clown pasa que el cuerpo está muerto. Entonces el tipo se para en el escenario y parece un stand up. Soy un clown no convencional porque vengo del teatro. Después mi trabajo se empezó a ramificar para todos lados.

–¿De dónde surgió esa militancia del personaje sin nariz?

–Soy militante de otras cosas. Por ejemplo, de si no tenés nada para decir como clown, no hables. Te podés reír de un montón de cosas, pero también está bueno que tengas un compromiso social. Mi personaje es muy comprometido desde un lugar raro, porque Carlos Calostro Meconio es un anciano de 84 años que tiene Alzheimer y esa militancia de hacer denuncias sociales pasa por la locura de un viejo. No queda como panfletaria.

–¿De qué es militante?

–Es difícil, ¿qué es ser militante? Me pasa que soy un tipo bastante común. Familiar, digamos. Tengo dos hijos, vivo en Boedo, me gusta estar en mi casa, tengo una esposa hermosa. Me dan rabia un montón de cosas graves que pasan todos los días. Y Calostro apareció como una especie de exorcismo. Es mi parte más oscura, con quien puedo decir un montón de cosas. De alguna forma, me vino a sanar. Me enfermé y siento que cada vez que hago Calostro es como una sanación, una curación. Son situaciones que como Walter no puedo denunciar. Entonces ideé a este anciano de 84 años, internado en un geriátrico ilegal en Boedo donde, por ejemplo, sacan a los viejos a tomar el sol de noche para que no los vean, porque es ilegal.

El lado B

“La gente se va de mis espectáculos pensando que el mundo está hecho para jóvenes y el viejo siempre repite ‘ya les va a tocar’. Dicen que el clown cuanto más viejo es, más gracioso.” Seguirle el tren al “hombre común” que Velázquez dice ser implica en parte aceptar las intervenciones abruptas de Calostro exorcizando la charla. ¿Quién dice? “Charly Rivel (payaso español) decía eso, pero no le quedaba otra, tenía 90 años. En escena demostraba lo gracioso que podía ser un chabón de esa edad que apenas se movía. Su rutina consistía en subirse y bajarse de una silla. Tardaba media hora y uno se mataba de risa. Es un poco cruel el humor porque ves al viejo y te reís de eso.”

–¿Cómo es Carlos Calostro?

–Es demagogo como todo payaso y como todo anciano. El payaso hace cosas de humor para que te rías todo el tiempo y el anciano también. El humor del personaje es un humor de hoy, muy ácido y bastante oscuro. Es uno de los pocos payasos blanco y negro. Este tipo tiene la nariz negra y está en blanco y negro porque está esperando morirse y como tiene tanta mala suerte, no se muere nunca. Ni la muerte lo quiere. Además es un viejo verde, bastante calentón. Hace que la gente se bese, consigue parejas.

–Es como el Roberto Galán del clown...

–Totalmente, casa gente. Pasan esas cosas en los espectáculos de Calostro: o te levantás a un chabón o me contás una intimidad incontable. Mi clown es espontáneo. Quiero que se besen dos desconocidos y bajo con ese objetivo. Eso no es improvisado. Bajo a buscar dos que se besen. Lo que pasa después es clown. Nadie lo sabe.

–¿Qué cuenta a través de Calostro?

–Calostro te cuenta que el mundo está hecho para jóvenes. El personaje nació en un espectáculo infantil. Para no componer al mismo payaso viejo, empecé a investigar en geriátricos. Trabajo en España, Argentina y Brasil. Así me empecé a enamorar de la situación de los ancianos. Es otra dimensión. Un tipo o una tipa de 90 años que cuenta todo lo que le pasó. El espectáculo que hago en el teatro tiene que ver con esas cosas que me cuentan. Todas las formas de mirar, los chistes, las formas de decir, todo es de geriátrico.

–¿De dónde surgió el interés por acercarse a los ancianos?

–Empecé a trabajar en geriátricos hace seis años. Mi verdadero trabajo como clown arrancó en estos seis años y tiene que ver con el compromiso social. No lo concibo de otra forma. Muchas cosas que digo como el personaje son para mí. Calostro me dice cosas a mí sin que yo lo sepa. Es impactante lo que me pasa con el personaje. De los viejos aprendí a sanarme.

–Hace catarsis a través de Calostro...

–Es probable, es algo pensado. La identificación que busca el clown, se produce automáticamente con un viejo. Saco algunas partes oscuras de mí. El clown es así porque vos sos así también. Uno no es agradable todo el tiempo, intenta serlo. Hay lugares muy oscuros en este personaje, pero se va poniendo luminoso a medida que pasa. Es un espectáculo de sanación. Calostro entra todo roto y termina yéndose erguido, va rejuveneciendo.

–¿Por qué eligió acercarse a la tercera edad desde el arte circense?

–La respuesta es la misma de siempre: por casualidad. Me da por los ancianos porque siento que es una de las edades de la vida menos cuidadas, menos protegidas, menos queridas. Cuando termina el espectáculo, después de haberse reído de todo, Calostro le dice a la gente que todos tenemos un viejo adentro, que a algunos se les nota más y a otros menos, pero que no es una cuestión de edad. La idea del espectáculo es cómo querés llegar a viejo.

–¿Y usted cómo quiere llegar a viejo?

–En lancha. Primero, quiero llegar en taxi con aire acondicionado. O en limusina con aire. Después, quiero llegar. Y como Calostro, porque sé que va a ser así. Me gustaría morirme cuando se muere mi clown.

Informe: Daniela Rovina.

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