Sáb 19.01.2013
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TEATRO › AGUSTIN ALEZZO FRENTE AL ESTRENO DE LA COLECCION, DE HAROLD PINTER

“Debajo de los buenos modales se esconden cosas terribles”

Apasionado de la obra del dramaturgo inglés, el director sostiene que La colección ilustra sobre “los mecanismos de defensa, la hipocresía y la mentira”. En la pieza, típicamente “pinteriana”, la realidad tiene menos importancia que la incomunicación entre los personajes.

› Por María Daniela Yaccar

Alezzo junto al elenco de La colección, la obra que estrena hoy en el Camarín de las Musas.

“Haría todo el teatro de Pinter. Es un autor que me encanta”, afirma Agustín Alezzo, con un entusiasmo que parece crecerle con los años. El maestro de actores no para de sumar: en febrero reestrena su versión de Jettatore, de Gregorio de Laferrère, en el Cervantes. En el Auditorio Losada, en plena calle Corrientes, está en cartel Los justos, de Albert Camus. Y hoy estrena La colección, del inglés Harold Pinter, uno de sus autores predilectos (a las 22.30, luego también los viernes a las 21, en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960). “He trabajado durante los últimos diez años sobre muchos materiales de este dramaturgo. Los he estudiado. Creo comprenderlo mucho más profundamente ahora. He ganado terreno en ese sentido”, desliza Alezzo, en la víspera de un ensayo que presenció Página/12.

El año pasado, en la misma sala, Alezzo montó Viejos tiempos. En 2010 dirigió Voces de familia, del mismo autor. Antes, en 2001, dirigió Una especie de Alaska. Y en 2002 mostró su primera versión de La colección en su espacio teatral, El Duende, pero las funciones fueron sólo para invitados. “Es fascinante cuando uno se mete de lleno con un autor y lee toda su obra, y empieza a compararlo, conocerlo y ver cómo trata determinados temas o personajes. Uno se acerca a sus ideas sobre infinitas cosas: la existencia, la relación humana, el amor, la muerte y lo efímero de la vida”, se explaya el director. La colección se estrenó en la televisión inglesa en 1961. Es una historia típicamente pinteriana: en ella hay dos parejas, la de Harry y Bill, y la de James y Stella. Ocurre una infidelidad cuya veracidad es incierta. Bill y Stella, que son diseñadores de moda, supuestamente coincidieron en un evento en Leeds. Y algo pasó. No se sabe qué. Lo que cobra validez en la obra de Pinter, más que la verdad sobre lo que ocurrió, son las distintas versiones que cada personaje pone en juego. Es una obra típicamente pinteriana porque aquí la realidad no tiene relevancia, como sí la incomunicación.

Según Alezzo, la obra versa sobre “los mecanismos de defensa, la hipocresía y la mentira”. El director completa: “Debajo de los buenos modales se esconden cosas terribles. Todos los personajes de esta obra mienten, la mayoría lo hace con muy buenas formas. Hay también una cuestión de clase, porque Bill pertenece a una clase social diferente respecto de los demás”. El elenco está integrado por Sebastián Argañaraz, Manuel Elizondo Hourbeigt, Matías Leites, Lorena Saizar y Federico Tombetti. Todos los actores se formaron con Alezzo. Algunos de ellos continúan estudiando en su taller. La colección llega a la cartelera luego de un año en el que predominaron en Buenos Aires obras del autor inglés, como El amante (dirigida por Raúl Mereñuk), La habitación (Gonzalo López) y Sketches de revista (Alejandro Vizzotti). “Afortunadamente se están haciendo muchas obras de este dramaturgo”, celebra Alezzo.

–¿Cuándo conoció a Pinter?

–A fines de los ’50, cuando empezó a escribir y se empezó a publicar. Me causó una impresión estupenda, siempre me gustó. Pero a veces uno no tiene ocasión de hacer las cosas que quisiera en su momento y tiene que esperar. Por ejemplo, para Los justos esperé años. Y hay muchas obras que me están esperando. A lo mejor nunca llegue a hacerlas. Hay muchos factores que hacen que uno pueda hacer una cosa. Cuando a uno le gusta mucho una obra, genera con ella una relación amorosa, entonces quiere cuidarla. No le gustaría verla estropeada o maltratada. Si uno no tiene los elementos necesarios para hacerla, mejor no hacerla. Nunca hice un Ibsen. Me encanta, pero no pude reunir el elenco. Hay obras que a uno lo tocan particularmente, que lo conmueven. A partir de ahí, de esa conmoción primera, se establece el deseo de hacerlas.

–¿Qué lo conmueve de Pinter?

–El conocimiento humano que tiene, cómo se mete con nuestras conductas y nuestros procederes. Lo hace con un conocimiento profundo. La colección me encanta. Cuanto más la hemos ensayado, más la he descubierto. Y eso que la he leído tanto... La otra vez que la hice no la conocía tanto. Porque las obras son un mundo en sí mismo. Son como las personas. Uno no termina nunca de conocerlas. Mientras más se mete en ellas, más las conoce. Le fui descubriendo lo siniestro que tiene.

–¿Le representó un desafío dirigirla, aunque sea la segunda vez que lo hace?

–Todas las buenas cosas nos representan desafíos, y son las únicas que vale la pena hacer. Me gustó hacerla porque me gustó trabajar con la gente con la que estoy trabajando. El desafío era hacerla bien. Pero está por verse, todavía no estrenamos.

–Con tantos años en la actividad, ¿todavía siente nervios antes de un estreno?

–No. Ni nervios ni ansiedad. Eso no lo conozco. Me gusta trabajar, primero. En segunda instancia, me gusta hacerlo placenteramente. Trabajar es un placer, entonces no lo ensucio con ansiedades. Me preocupo porque las cosas salgan bien. Cuando veo que no entiendo algo me preocupo, trato de conocerlo mejor. Trato de conocer a mis actores, de trabajar con ellos y de ver qué dificultades tienen, o qué ventajas ofrecen. La disciplina es fundamental. Soy obsesivo. Una vez, ensayé una obra que producía yo, sin dinero, y cuando la estaba a punto de estrenar me di cuenta de que estaba muy mal hecha, de que no tenía nada que ver lo que había imaginado con lo que veía arriba del escenario. Entonces decidí no estrenarla. Y me fundí por un año a raíz de eso. Rechacé hacer La ópera de dos centavos, de Brecht, que es una obra maravillosa, pero no es para mí. El material que uno toma debe conservar una ligazón interna con uno. Uno debe sentir que hay una parte de uno que se expresa a través de ese material. A veces esa conexión no existe. En tal caso, mejor no meterse con eso.

–¿La desconexión suele pasar con todo lo que escribió un autor o con obras en particular?

–Con las dos cosas y por distintas razones. Hay autores que no haría por un problema ideológico. No haría obras que propugnen el fascismo o la discriminación racial o sexual. Tampoco soy un individuo muy religioso. No haría obras que no me expresen.

–¿Por qué están sucediéndose tantos estrenos de obras de Pinter? La pregunta típica pasa por la vigencia del autor. ¿Qué la explica?

–Es una pregunta muy justa, pero la vigencia no me preocupa para nada. Hago aquellas cosas que me gustan, sin pensar si están vigentes o no. Pinter tiene vigencia para mí y al montar un texto suyo tengo la esperanza de que a alguien le despierte el interés que despertó en mí. Vivimos de esperanzas, simplemente, siempre. De ilusiones. Eso puede ser una ilusión, también puede convertirse en una realidad. Depende: el teatro puede generar conmoción o aburrimiento.

–¿Le gusta el trabajo en salas chicas como la del Camarín?

–Mucho. He trabajado en casi todos los teatros de Buenos Aires, en los grandes y en los chicos. Bueno, ahora hay muchos más, pero en una época había recorrido casi todas las salas. Curiosamente nunca trabajé en el Liceo, que es el teatro que más me gusta de la ciudad, sacando al Cervantes.

–En esta obra se volcó también a la escenografía, ¿por qué?

–No, no me he volcado a la escenografía, no pienso ser escenógrafo... Muchas veces he hecho escenografías. La primera que hice fue en el ’80, cuando hice Al fin y al cabo es mi vida (de Brian Clarck). A partir de ahí hice algunas que me resultaron fáciles. Cuando hay problemas serios no me meto. He trabajado con grandes escenógrafos, de los que he aprendido todo. A esta obra la tenía en la cabeza, no necesitaba una persona que me diera nuevas ideas. Es una obra muy concreta con dos ambientes bien definidos, y un teléfono público en el medio. La acción transcurre en dos casas. El vestuario también es trabajo mío. En mis años en el teatro me he dedicado a hacer de todo: hasta limpié baños. Atendí boleterías, repartí programas, hice asistencia de dirección, limpié pisos. Siempre hay algo que hacer.

–Volviendo a la obra: lo más relevante de la historia es que cada personaje tiene su versión de los hechos, ¿no?

–No diría que cada uno tiene su versión, sino que cada uno se defiende como puede. Mienten. Son hipócritas. La mentira es una de las formas que todos utilizamos a diario para defendernos. El ocultamiento de hechos, su desfiguración, la mentira, contar parte de las cosas en lugar de todo son métodos que todos usamos. Contamos una partecita de las cosas para dar una imagen que queremos. Este es uno de los temas que toca Pinter permanentemente: los manejos que hacemos los seres humanos.

–Además, él lo lleva al plano de las relaciones más cercanas.

–Claro, porque cuanto más queremos más lo hacemos: en los matrimonios, en las parejas o entre padres e hijos. Hay cosas que se ocultan o que se dicen a medias, o se dice otra cosa en lugar de la verdad.

–Pinter no permite al espectador acceder a una verdad, porque sólo puede conocer las mentiras de los personajes. No se sabe si la infidelidad existió o no. ¿Lo que subyace detrás de la obra es, entonces, que la verdad no existe?

–Ese es uno de los temas de Pinter: la imposibilidad de encontrarnos con la verdad objetiva. El plantea que las cosas son según como uno quiere contarlas o verlas. Cada uno ve a su manera. Esta entrevista la estamos viviendo ambos, pero cada uno tendrá una versión del mismo hecho. Mentimos para no descubrir nuestras verdaderas intenciones frente a un hecho.

–¿Y qué sería, entonces, la verdad en las obras de Pinter? ¿Es aquello que no se puede atrapar?

–Existe la verdad de cada uno. En las obras políticas que escribió Pinter esto no ocurre. Porque él decía que frente a un mundo en crisis uno no puede ser ambiguo, sino que tiene que tomar posiciones concretas. Fue un crítico muy definido en cuanto a la política norteamericana, la inglesa, el colonialismo, la guerra de Afganistán, las invasiones. Siempre estuvo en contra de todo eso. A la Thatcher la asesinó con sus manifiestos. No paró.

–La colección, como otras obras de Pinter, es abierta en cuanto al sentido de lo que ocurre, permite distintas interpretaciones. ¿Los textos de este autor son para un público acostumbrado a ver teatro?

–Pinter nunca ha sido un autor popular, en ninguna parte del mundo. Sí apasionante. El que se siente tocado por él, el que lo ve, queda envuelto en una especie de fascinación. Algo lo atrapa. No puede permanecer indiferente, porque Pinter no es nunca aburrido. Sus obras son de una acción intensa.

–Que los personajes que supuestamente tuvieron un episodio amoroso sean diseñadores de moda, ¿ilustra la cuestión de las apariencias, que es uno de los temas de la obra?

–No lo sé. No creo que tenga importancia, me parece circunstancial. Tomó dos diseñadores de modas, como podría haber tomado otra cosa. El hecho de que sean diseñadores produce el viaje de ellos a otra ciudad, donde presentan sus trajes, y permite que se hable de esa noche en que las cosas supuestamente pasaron. Sobre las obras de Pinter uno puede hacer muchas suposiciones. El nunca nos va a responder con seguridad sobre nada. Siempre le preguntaban qué quería decir con sus obras y él respondía “eso está en la obra”. Nunca fue categórico. Lo que prima es la ambigüedad. Si uno toma partido desvirtúa el pensamiento último de Pinter.

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