Sábado, 16 de febrero de 2013 | Hoy
TEATRO › ANALIA FEDRA GARCIA Y LA OBRA GREEK, QUE VOLVIO A LA CARTELERA
La directora sostiene que Steven Berkoff, autor de la pieza que reescribe el mito de Edipo, “hace una crítica feroz” de la Inglaterra de la era thatcheriana. García señala que, en aquella época, “la peste para nosotros era Galtieri”.
Por María Daniela Yaccar
Cuando una obra recibe muchos premios o nominaciones, la posibilidad de que desilusione al espectador es en general mayor que si ha pasado inadvertida. La premiada Greek, que este año está de vuelta en la cartelera del Centro Cultural de la Cooperación (viernes y sábados a las 22.45 en Corrientes 1543), no decepciona en lo más mínimo: el elenco es excelente, la puesta, jugada, y la historia –que es a la vez amorosa y política– es bien profunda. La directora Analía Fedra García le cuenta a Página/12 de que cuando leyó el texto del inglés Steven Berkoff quedó fascinada. El dramaturgo reescribió Edipo Rey, de Sófocles, y lo ubicó en los ’80 londinenses. En esta obra, los años del thatcherismo equivalen a la peste que azotaba a Tebas según el clásico griego.
Greek es la historia de una familia inglesa. Eddy, el hijo, no está conforme con el mundo que lo rodea, signado por la violencia en el fútbol, el odio racial, la especulación económica y la explotación laboral. Lejos de la casa familiar se enamora de una mujer, y el amor es precisamente lo que le da fuerzas para luchar contra la peste. Años atrás, sus padres habían conocido a un adivino que les había sugerido que Eddy era víctima de una terrible maldición. Que, al igual que Edipo, se enamoraría de su madre. Una destacada Ingrid Pelicori –su monólogo en el rol de la esfinge es impecable–, Horacio Roca y Roxana Berco van desarrollando diferentes personajes a lo largo de la obra. Martín Urbaneja siempre es Eddy. El elenco se lleva todos los aplausos, merecidamente.
La obra, que se vio todo el año pasado, ganó tres premios ACE (mejor directora; mejor actriz de teatro alternativo, por Pelicori; y mejor actor de teatro alternativo, por Urbaneja) y obtuvo dos nominaciones más. También fue nominada en tres rubros de los premios Teatro del Mundo y en cuatro de los María Guerrero. Pero lo más llamativo es que estuvo en boca de todos. Por eso volvió esta temporada, sólo por febrero y marzo. García ofrece aquí un trabajo diferente a otras de sus puestas, como El nombre, de John Fosse, que era bien intimista.
–A la obra se le nota un trabajo desde lo musical que va más allá de los coros.
–Es verdad, nos planteó ejercicios rítmicos. Hay escenas mucho más calmas seguidas de otras de mucho vértigo. Eso lo trabajamos musicalmente. Y decidimos extender los coros en el segundo acto. En el original sólo estaban en el primero. Es que cuando ensayábamos, extrañábamos la presencia de lo colectivo. No hice adaptación, usamos el texto de Berkoff tal como está, con traducción de (Rafael) Spregelburd. La obra se estrenó antes con dirección de Francisco Javier. No llegué a verla. Fue en el ’92, creo. Cuando la leí, me encantó. Y había pasado tanto tiempo desde que se hizo que sentí que había que hacerla hoy.
–¿Qué le llamó la atención del texto?
–Me encantó que fuera una historia de amor. Me hizo pasar por muchos momentos diferentes. Me reía con el humor procaz y, a su vez, me causaban mucha revulsión las imágenes de la peste y de la violencia, me sentía muy impotente respecto de eso. Estaba de acuerdo con muchas opiniones que tiene el autor en su crítica a Thatcher. Me hizo pensar en mi ’82, en los cantitos que le cantábamos a la Thatcher, en Galtieri y en todo lo que había dando vueltas... La peste sigue estando: ojalá se hubiera terminado en los ’80. El maltrato infantil sigue estando, así como también las condiciones de trabajo tremendas. En otros momentos el texto me calentaba: me parecía lindo su erotismo. Y el final me emociona al mismo tiempo que me provoca.
–Los textos son largos, llenos de contenido, con muchas imágenes. ¿Cómo trabajaron eso los actores?
–El lenguaje de la obra es rico y complicado, representó mucho trabajo para ellos. Además tiene una cosa shakespeareana, algo que tenía la tragedia en su origen también: mezcla lo más procaz con lo más sublime en una oración. Como espectador tenés que estar atento para seguir el derrotero de cada personaje. Y no es fácil meterse con un tema mítico como el de Edipo.
–¿Cuál es su lectura del cruce que plantea el autor de la tragedia de Sófocles y la historia que le era contemporánea?
–El es un gran crítico de todo el período de Thatcher y, según él, ella fue la peste para Inglaterra. Después, lamentablemente, Menem importó ese modelo a nuestro país. Berkoff hace una crítica feroz. Le fue muy fácil encontrar el paralelo entre la peste de la tragedia y lo que estaba viviendo. Lo interesante es que, en el final, su Eddy demuestra que no es tan trágico como Edipo. Porque, viendo el contexto en el que vivía, optó por no arrancarse los ojos. El apuesta al amor. Al autor le fue fácil encontrar los paralelos porque, además, escribía la obra en el mismo momento en que las cosas sucedían. Elige a Edipo porque es la tragedia que habla de la peste y le da sentido político. El amor es lo más heroico del personaje de Eddy: en ese contexto de destrucción, desamparo y violencia, el amor es un acto heroico. También es heroico que decida poner un restaurante y dar más comida por menos plata. Inaugura una era de abundancia, cuando todo lo que había alrededor era especulación. Eddy es un héroe en el amor y apuesta a algo más vital.
–Recién decía que la obra la remontó a vivencias suyas de la época en la que se ubica. ¿A qué se refería?
–Estaba en segundo grado y obviamente no entendíamos nada. Sin embargo, cantábamos “Thatcher hija de puta” y “el que no salta es un inglés”. También les escribíamos cartitas a los soldados que iban a Malvinas y juntábamos cosas para ellos. Obviamente mis viejos estaban en contra de la guerra. Y la peste para nosotros era Galtieri.
–Esta es una obra que encaja perfecto con la ideología antineoliberal del Centro Cultural de la Cooperación. ¿Cómo llegó a presentarla aquí?
–Presenté el proyecto en marzo de 2010 y en octubre me confirmaron que la habían elegido para el año siguiente. Se empezó a armar en noviembre y el verano pasado ensayamos. Estrenamos en marzo de 2011. Trabajamos bárbaro. Un 70 por ciento de lo que se gana es para la cooperativa y un 30 para la sala, como pasa en muchos teatros. Pero muchas salas independientes están empezando a cobrar seguros de sala, porque los subsidios no alcanzan. Entonces, vendas la cantidad de entradas que vendas, te cobran 600 pesos. Si con el 30 por ciento no llegás a ese monto, tenés que ponerlo de tu bolsillo. Estoy totalmente en contra, me parece poco vital para lo que hacemos.
–¿Qué sintió al llegar a la calle Corrientes? Solía dirigir en espacios más alejados del epicentro teatral.
–Soy medio inconsciente. Trabajé como lo hice en La Carbonera. No caí en eso hasta después del estreno. De enero a marzo ensayamos de lunes a lunes, ocho horas. Estaba tan metida en la obra que no caía. Estrenar es angustiante: no sabés qué va a pasar, estás enfrascada con el trabajo, el vestuario, las luces, la escenografía... La repercusión tampoco me la esperaba. Ni se me ocurrió que la iban a nominar tanto. Es lindo recibir reconocimientos porque uno trabaja mucho. Pero lo fundamental es el encuentro con el público.
–¿En el encuentro con el espectador de Greek sobresale el costado provocativo de la obra?
–Sí. Y la provocación está en el amor. Hay otras obras pseudo provocadoras en que te putean y te tratan mal, pero es una provocación medio infantil. Acá lo revolucionario es el amor. Eso descoloca. La respuesta del público es muy diversa. Al principio vino gente mayor que se escandalizaba. Pero no por el maltrato, la guerra ni la violencia: le escandalizaba que aparecieran malas palabras. Voy a todas las funciones, me encanta estar entre el público y ver qué pasa cada noche. Una señora me dijo: “Me encantó. ¿Pero había necesidad de decir ‘concha’, ‘pija’ y ‘verga’?”. ¡Me empezó a enumerar tosas las palabras que aparecían! Evidentemente tenía muchas ganas de decirlas. Cuando viene público más joven, se mata de risa. Es muy variado. Pero es una obra que no te permite quedar indiferente.
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