TEATRO › VERóNICA DíAZ BENAVENTE PRESENTA SU NUEVO ESPECTáCULO LA MALCRIADA (OPERA INSOLENTE)
En este espectáculo que cruza música con carcajadas, la actriz y cantante lírica interpreta a una soprano con aires de diva, déspota, caprichosa y muy solitaria, dispuesta a dar un concierto junto a un pianista sobre el que descarga todas sus frustraciones.
› Por Carolina Prieto
Una mujer de negro asoma en un escenario oscuro. A medida que empieza a entonar un aria y clava los agudos, se encienden las lucecitas típicas de los árboles de Navidad que, en este caso, decoran su vestido. Más y más agudos y más lucecitas que parpadean al ritmo de la música hasta independizarse de ella y alocarse. En otro momento, la misma mujer se lanza a interpretar “La reina de la noche”, de La flauta mágica de Mozart, considerada el aria más exigente para una soprano con sus diabólicos Fa sobreagudos; y en cada Fa se arranca un mechón de pelo de su cabellera. Imágenes divertidas y delirantes que describen el tono de La malcriada (Opera insolente), nueva creación de la cantante lírica y actriz Verónica Díaz Benavente que puede verse los domingos a las 20.30 en El Opalo, Junín 380. No es la primera vez que la artista cruza música y humor. Antes lo hizo en Las tontas, un show a dúo con su colega y amiga Gimena Riestra, y luego en los unipersonales Oveja gris... no me dejaron ser negra y Mujeres que cantan. Siempre desplegando su virtuosismo vocal y un humor socarrón e irreverente que le permite mezclar géneros (de tangos y boleros a canciones españolas, zarzuelas y arias de ópera) y reírse de unos cuantos arquetipos.
En esta última creación, Díaz Benavente se concentra en el mundo de la ópera: la protagonista es una cantante con aires de diva, déspota, caprichosa y muy solitaria, dispuesta a dar un concierto junto a su pianista. Sus únicos interlocutores son el músico (sobre él descarga todas sus frustraciones) y una muñeca deformada que hará tanto de público como de su alter ego. Entre arias, monólogos e interacciones con el público, esta malcriada va tejiendo su mundo privado y revelando a pesar suyo sus zonas oscuras: la falta de compañía, la ausencia masculina, los temores, la exigencia, la intolerancia, los celos. Por un lado, ella exhibe una perfección vocal y técnica y, por otro, una vida afectiva que no alcanza el mismo virtuosismo, en un recorrido que pasea al espectador por distintas emociones: la risa desencajada, la compasión, la conmoción (cuando interpreta las arias de Madame Butterfly y de La flauta mágica), la aceptación, el hastío.
“Hace mucho tiempo que tengo ganas de hacer un espectáculo de humor enteramente dedicado a la ópera. Pero recién me atreví cuando me sentí muy segura a nivel musical. Me interesó abordar el tema del error, de la equivocación, del terror a equivocarse. Y llegué a este personaje que sostiene todo el tiempo una diva y, a pesar de ella, se le van viendo las hilachas porque ocurren cosas inesperadas”, comenta la intérprete en diálogo con Página/12. ¿Por qué tanto miedo al error? Según Díaz Benavente, la ópera es un género sumamente codificado, que encorseta al cantante al punto de no poder fallar en ningún momento, de tener que interpretar la partitura a la perfección. “El cantante está totalmente concentrado en la partitura, en las acrobacias vocales, en el aire, en la orquesta, en las dificultades del idioma, porque muchas veces cantás en ruso, alemán o francés... Todo se vuelve tan estresante que la interpretación queda para el final. Las coloraturas, las acrobacias vocales tienen una carga dramática que el intérprete tiene que conocer para que no resulte una pirotecnia al estilo Cirque du Soleil. Y muchas veces termina siendo eso: una pantomima”, desliza.
El director Rodrigo Cárdenas la acompaña en este trabajo. Y como él no viene del mundo de la lírica, logró que la actriz no diera por sentadas muchas cosas que para ella eran obvias, y que podrían dejar afuera a los espectadores no habituados al género. Así es como entre magníficas arias de La Traviata, Carmen y La flauta mágica, la protagonista exhibe una voz prodigiosa y va sacando sus trapitos al sol. Si en la interpretación vocal se muestra excelsa, su intimidad refleja unos cuantos claroscuros. “Cuando te subís a cantar esas óperas, esas arias, tenés que tener una fortaleza interna de venderle al público que vos estás ahí y sos una diosa griega, una esfinge. Son obras muy difíciles de cantar y tenés que creértela porque si dudás, cagaste”, agrega. Una perfección, una ausencia de fisuras que se opone a la naturaleza humana. Y da un ejemplo: “Maria Callas expresó esa contradicción; era la perfección cantando y, por otro lado, se hundió por un amor no correspondido. Era una mujer que había pasado por cosas muy terribles, incluida la Segunda Guerra Mundial, y que se derrumbó cuando Onassis la deja por Jackie Kennedy”.
En este caso, basta ver cómo el personaje trata a su pianista para entender algo de su soledad. Lo anula, lo ningunea, descubre sus intimidades: “Es como una especie de Mirtha Legrand inimputable, que dice lo que se le pasa por la cabeza. ¿Quién se la puede bancar?”, se pregunta Díaz Benavente. Pero su soledad tal vez se inició antes, en su infancia, con unos padres que la dejaron bastante sola en medio de la música. Y si a esta soledad reinante, la malcriada le suma una serie de temores cotidianos que van desde la calle y el colectivo hasta las bacterias y los virus del aire, suena lógico que su mundo se limite a la escena, donde intenta borrar todas las cosas que podrían ensuciar su genialidad. Pero fracasa. “Siento que en este espectáculo puse mucho de mí, que el personaje tiene muchas cosas mías –confiesa–. Ella quiere tener un megaespectáculo y se le va cayendo todo. Tal vez yo también sea un poco así: actúo, canto, me ocupo de mi hija, de mis alumnos, de mi casa, me pregunto si estaré criando bien a mi niña... Además, en una época tenía unos miedos tremendos en el escenario, hasta me desmayé del miedo a equivocarme, sentí pánico.”
Fueron años en que el temor desmedido le impedía florecer como artista. Hasta que se topó con un músico que daba un curso sobre el temor escénico. “El aseguraba que lo peor para un artista es desdoblarse: una parte interpreta algo (una canción, una obra de teatro), y la otra la mira desde afuera y la juzga. Toda la concentración tiene que estar puesta en la interpretación. Lo peor que podés hacer en ese momento es criticarte”, advierte. Desde su mirada, el cantante prepara en forma rigurosa la parte técnica de la interpretación, mientras que la parte emocional que entra en juego al subirse a un escenario, queda totalmente descuidada. Así fue como Díaz Benavente emprendió un camino personal: tomando conciencia de sus emociones y trabajando con ellas hasta bajar la presión y la autoexigencia. En ese momento comenzó a dar forma a sus propios espectáculos, combinando humor, teatro y canto. “La cosa cambió desde 2005 con Las tontas, la primera vez que abordé la música desde el humor. Ahí los miedos disminuyeron. Y hoy puedo sentir nervios antes de cantar una ópera, pero no más que eso. También aprendí que el público te perdona mucho más que lo que uno se perdona a sí mismo”, comenta esta mujer de 42 años, criada en un ambiente teatral.
Su tatarabuelo fue uno de los precursores del circo criollo, su tía abuela era la actriz cómica Margarita Padín, su abuela la llevaba siempre al teatro, su tío fue el reconocido escenógrafo Saulo Benavente, y hasta el hermano de Cátulo Castillo integró su núcleo familiar. Con todo este bagaje a cuestas, Verónica intentó de todas formas la vía académica. Empezó a cursar Letras y le iba muy bien, pero sufría. Y decidió darle cauce a lo que mamó desde chica. Del coro del colegio pasó a estudiar canto lírico con Marisa Albano, Susana Cardonnet y César Tello, y a formarse como actriz junto a Juan Carlos Gené, Verónica Oddó, Raquel Sokolovicz y Martín Salazar. Empezó como vestuarista y escenógrafa hasta que Leonor Manso la escuchó cantar y la sumó al espectáculo La diosa. Al poco tiempo, la directora la volvió a convocar para una obra en el San Martín junto a Ingrid Pellicori y Juana Hidalgo. Sin darse cuenta, se fue metiendo en más proyectos teatrales. Pero donde mejor la pasa y da rienda suelta a sus delirios es en sus propias creaciones. Como en La malcriada, donde termina sola, sin pianista, y sigue adelante, cantando ópera sobre bases de cumbia. “El humor ayuda a que no te tomes las cosas tan en serio, a pasar de un estado a otro sin instalarte en una emoción en particular. Todos tenemos zonas oscuras, y creo que el arte y el humor ayudan a iluminarlas”, concluye la creadora, integrante desde el año pasado del Coro Polifónico Nacional.
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