TEATRO › MAURICIO KARTUN, UNA CHARLA IMPERDIBLE EN EL MICA
Durante tres horas, el autor, director y docente magnetizó al auditorio de la Sala 5 de conferencias con una charla sobre la cocina del teatro. “Mi cabeza es de un anarquismo absoluto. A las 4 de la mañana el dramaturgo y el director se pelean...”, señaló.
› Por María Daniela Yaccar
A él le dicen maestro. En el MICA quedó claro que el mote le hace justicia. Mauricio Kartun, padrino del área de Artes Escénicas del encuentro, brindó una clase magistral que le escapó a la formalidad. El autor de Salomé de chacra logró captar la atención durante tres horas. Combinó máximas teóricas con anécdotas que eran, a su vez, claves para interpretar la realidad circundante, materia prima de su teatro. Eran historias de viajes en micro, de las pampas y de noches de trabajo, vino y salamines. La clase se llamó “Visita guiada a la cabeza de un dramaturgo” y tuvo como eje un paralelismo: el quehacer del escritor y la actividad de una fábrica cualquiera.
“‘Charla’ sugiere intercambio. ‘Clase’ y ‘magistral’ tienen cierto peso. ¡Se los regalo!”, deslizó al comienzo, en la Sala 5 de conferencias del MICA, el día de la inauguración. Pidió no usar micrófono –hizo gala de unas poderosas cuerdas vocales– y protestó cuando esta cronista osó acercarle el grabador: es un Jiddu Krishnamurti del arte dramático. Da la sensación de que enseña y aprende todo el tiempo. “Pensé esta charla hace unos años, a pedido de una institución judía. Me dijeron que hacían reuniones en las que cierta gente explicaba cómo fabricaba lo suyo. Entré en una decepción temprana: pensar mi actividad en términos de fábrica me parecía imposible”, recordó.
El tema encajó perfecto para un espacio que se define como Mercado de Industrias Culturales. Casi como obligación, Kartun remarcó una contradicción que le aparecerá a todo el que se deje llevar más por el amor que por el dinero. “En el arte siempre se invierte más de lo que se gana”, sentenció. “Ensayo mis obras entre seis meses y un año, pero el San Martín me paga dos meses de ensayos. Entonces, uso mi estudio. Es una inversión impensable en términos capitalistas. Y es el quilombo que tenemos con los malditos productores”, completó. El director pidió a la platea –en parte integrada por discípulos suyos– que imaginara todo aquello que es indispensable para el funcionamiento de una fábrica. Luego dibujó en una pizarra un plano con todos los sectores y herramientas indicados por el público: “compras”, “materia prima”, “contable”, “ventas”, “marketing”, “dirección” y “diseño”, entre otros. Incluyó hasta el baño, como sitio de desechos pero también de siestas.
En la parábola de Kartun, una factoría es parecida a la cabeza de un dramaturgo. Los obreros son los personajes, esos seres a los que no se les puede pedir nada que no quieran hacer y que “no cobran más que trascendencia”. La administración es dificultosa. Como en el fordismo, el tiempo es un factor importantísimo a la hora del quehacer dramático: “(Ricardo) Bartís dice que si seis boludos se juntan seis horas por semana durante seis meses, es imposible que no salga una obra. ¿Y cuál es el motor de la fábrica dramatúrgica? La violencia. Los que amamos esto siempre buscamos quién traicionó a quién, quién cagó a palos a quién, quién mató a quién. No hay obra sin violencia”, definió. El público estalló en risas.
“Una de las características de esta fábrica es que no tiene director, sino asamblea. Mi cabeza es de un anarquismo absoluto. A las 4 de la mañana el dramaturgo y el director se pelean. No decido desde un solo lugar, pero siempre le doy bola a mi tropa productiva”, apuntó. De todas las maquinarias del dramaturgo dijo que la que más usaba era la correctora. Entonces contó una de sus anécdotas más interesantes. Al terminar la primera función de Salomé de Chacra, la actriz Stela Gallazi tropezó y se fracturó un pie. Kartun tuvo entonces dos opciones: o elegir un reemplazo o que el personaje de Cochonga cobrara vida en una silla de ruedas. Y así fue. Gallazi actuó durante todas las temporadas en una silla de ruedas tuneada a lo criollo, incluso cuando ya no la necesitaba.
Siguieron otras historias jugosas, que se resisten a su metamorfosis en palabra escrita. Esto es coherente con la teoría de Kartun de que la materia prima de un dramaturgo es “la palabra en su función coloquial”. “El gran proveedor de materia prima es la realidad”, remarcó. Contó que escribe en libretas todo el tiempo, preferentemente de hule, que suele comprar libretas usadas y utilizar el material que encuentra allí. Contó, también, que esa tarde había llegado de Tandil –donde enseña dramaturgia– y que en el viaje escuchó una separación telefónica que duró tres horas. “Tenía ganas de dormir. ¡Pero más de anotar!”, exclamó. “Cuatro hijos, cuatro profesionales”, se acordó que le dijo un taxista. “Vivo registrando diálogos. He escrito hasta en servilletas. Así descubrí que un fletero me contó dos veces la misma anécdota de modo distinto.”
Seguramente, todos los que estuvieron allí el jueves aprendieron algo de este creador categórico, que lanza conclusiones que no pasan inadvertidas, como esta: “La sensación de los artistas oscila entre la impotencia y la sensación de que uno es el macho que las embaraza a todas y que las atraviesa como brochette. Eso es impagable. Pero si uno no hace una inversión bizarra no sale”, aconsejó.
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