TEATRO › JORGE GRACIOSI Y ALEJANDRO BOVINO MACIEL HABLAN DE LOS HIJOS DE ROSAS
Son el director y el autor de esta obra que atraviesa historias y cruza a personajes del teatro griego antiguo con otros reales de la historia argentina. Ambos se desmarcan diciendo: “No nos interesa bajar línea. Por fortuna estamos muy lejos de eso”.
› Por Hilda Cabrera
Arrancar desde la tierra para alcanzar el cielo sin caer en el infierno puede ser una meta, como avanzar en la rayuela para darse a sí mismo un cielo. Plantear zonas semejantes le permitió al escritor y médico psiquiatra Alejandro Bovino Maciel organizar la escritura de Los hijos de Rosas, pieza teatral que atraviesa historias y cruza a personajes del teatro griego antiguo con otros reales de la historia argentina, focalizada ésta en tiempos de Juan Manuel de Rosas. Y no queda ahí, porque incluye a los actores y actrices que, en tanto son personajes, ensayan Los hijos... “¡Ya no sé qué obra estamos haciendo!”, dirá Rosa, cuando en su rol de actriz la desborden las indicaciones del director. La obra, estrenada en el Teatro del Pasillo (Colombres 35), integra el libro Teatro político 1 (Criterio Ediciones, de Asunción, Paraguay), junto a otras dos piezas de Bovino Maciel: El viejo señor Sarmiento y Culpa de los muertos, más un prólogo y un estudio preliminar del investigador Carlos Fos.
La alusión a zonas que derivan de lo religioso conlleva una explicación: “Nací en Corrientes, me criaron unas monjas y fui muy creyente, pero ahora no creo ni en mí”, ironiza el autor, en diálogo con Página/12, junto al director Jorge Graciosi, quien se ha tomado libertades respecto de aquel planteo de zonas. “Jorge no me hace caso, y esos estamentos míos (tierra, infierno, cielo) terminan por no tener importancia en el desarrollo de la obra. Lo acepto: era necesario transformar ese esquema”, asume Bovino Maciel.
“Es imprescindible pensar a quién nos dirigimos y atender al ritmo escénico”, propone a su vez el director ante el entramado de ficción e historia: “Alejandro no viene de la dramaturgia sino de la literatura, y su actitud frente a la escena es otra. Conoce profundamente la narrativa y ha trabajado en Paraguay con el escritor y poeta paraguayo Augusto Roa Bastos (1917-2005).”
El estreno anterior que los unió fue Culpa de los muertos, cuyo tema central parte de una novela de Bovino Maciel. “En estos espectáculos renové el placer de participar en un grupo estable –afirma el director–, algo que se ha ido perdiendo en Buenos Aires, y siento que fue muy valioso en mi formación, como haber integrado los elencos del Teatro de La Campana (el actual Teatro del Pueblo, nombre original en 1930, recuperado como tal en 1996). Allí estaban Osvaldo Dragún, Raúl Serrano, Rubens Correa, Roberto ‘Tito’ Cossa, Villanueva Cosse y muchos más. Uno se juntaba con ellos a tomar un café y se empapaba de teatro. Los teatros eran espacios de formación. Hoy, la mayoría de las salas pasaron a ser espacios en alquiler”, sostiene Graciosi.
–Hécuba, personaje del griego Eurípides, es una de las madres mencionadas en la obra, y entre comentarios que subrayan su dolor moral y el impulso ancestral de echarse de bruces sobre la tierra...
Alejandro Bovino Maciel: –Imaginemos... Sus hijos fueron asesinados. Hécuba se mezcla con la muerte, implorando a la tierra. En marzo hicimos funciones en la ciudad de Monte Caseros (Corrientes), y allí asistieron dos psicoanalistas que me invitaron a su casa. Es extraño lo que sucede con esta obra. Ellos discutían sobre el comportamiento del padre y de la madre en relación con los hijos y me pidieron que oficiara de juez. Creo que preguntar a los autores es mala idea, porque somos malos para hablar del sentido de nuestras obras.
–¿Son más directos cuando se trata de un hecho real? En la obra se hace referencia, siempre como ficción, al asesinato de Ariel Malvino.
A. B. M.: –Malvino fue asesinado en enero de 2006 en las playas de Ferrugem (Brasil) por un grupo de hijos del poder de la provincia de Corrientes. De este crimen no existe un proceso. Nada. Es cero.
–¿Consecuencia del feudalismo político?
A. B. M.: –Y del feudalismo judicial también, porque allí se conocen todos. Este caso fue muy trabado, pero debo destacar la acción del juez federal Carlos Soto D’Avila, que fue muy valiente porque empujó mucho la causa, pero era uno contra todos, y no prosperó. Dos de los involucrados en el asesinato cometieron otro atropello: se llevaron por delante a una familia en Barranqueras (Chaco). Mataron a una señora y a un chico. La impunidad no acabó, continúa y sigue en aumento.
–En la obra es también Hécuba la que pide justicia, la que en el mito aúlla por la muerte de sus hijos, pero están las otras, las que piden justicia para el hijo asesino...
A. B. M.: –No tomamos partido por ninguna. Este es un trabajo experimental, donde nuestro propósito es dar a la historia el rol de protagonista, porque nuestra sociedad tiene poca memoria. Tampoco tomamos partido por Rosas. Esto no es a favor ni en contra de Rosas.
Jorge Graciosi: –Y continuaremos en este camino: ya estamos preparando El viejo señor Sarmiento.
A. B. M.: –Un personaje bien contradictorio. Recordemos que Sarmiento denostaba a los paraguayos, ¿y adónde fue a morir este señor? Nada menos que a Asunción del Paraguay.
–¿Por qué un personaje (el director, en esta ficción) dice “si el arte es verdad, todo es verdad”? ¿No es una exageración?
J. G.: –Sí, pero la puesta en escena desvirtúa esa afirmación, porque, en realidad, ese personaje está dudando. Cuidamos no ser terminantes en ninguna de estas obras, tanto desde el texto como desde la dirección. No nos interesa bajar línea. Por fortuna estamos muy lejos de eso.
A. B. M.: –El teatro debe servir al debate, y en esto lo comparo con la democracia, que es el libre ejercicio del pensamiento y el intercambio de ideas. Un ejercicio que debe servir para mejorar situaciones complejas sin recurrir a dogmas; para trabajar desde el entendimiento y hallar una solución que sea beneficiosa para todos.
–Una particularidad de la obra es centrar el foco en la condición de los hijos bastardos...
A. B. M.: –Ese es un tema que me toca, porque soy hijo bastardo. Nací y viví en Corrientes, pero mi padre vivía en Entre Ríos. Los Bovino eran dueños de Pindapoy, una empresa familiar de Concordia que se fundó en 1930 y tuvo que cerrar en 1989. Mi padre me reconoció antes de morir, y yo, en lugar de pagar a un psicoanalista, introduje la situación en el teatro. Pero, más allá de mi caso personal, pensemos en los muchos hijos bastardos que hubo en nuestra historia, algunos reconocidos y otros no. En la obra menciono a Rosas, quien tuvo una familia paralela con Eugenia Castro, una joven que cuidó de la mujer de Rosas, Encarnación Ezcurra, durante su enfermedad. Su relación con Rosas está documentada... Nuestros políticos no eran señores impolutos. Lo curioso es que, a diferencia de lo que ocurría con los liberales de otras partes del mundo, en general iconoclastas y anticlericalistas, como lo fue Rivadavia, quien decretó el cierre de varios conventos y generó mucha irritación, los liberales argentinos querían pasar por santos, aun “contaminando” la historia. Vivir negado por el padre y mantenerse en la sombra no es una posición fácil de llevar. La identidad del hijo bastardo queda disuelta, porque no sabe quién es ni de dónde viene.
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