TEATRO › SILVIA RAMOS, GABRIEL PICONE Y LA PUESTA DE QUINCE MOñOS ROJOS
La actriz y dramaturga y el director de la obra detallan el impacto que les produjo tropezar con una historia de la Guerra Civil Española que tenía fuertes resonancias con el pasado reciente de la Argentina, y que sirvió de disparador.
› Por María Daniela Yaccar
“Parece ser que tenía un veneno en la sangre desde que la bajaron del barco”, dice en un momento Laura, el único personaje de Quince moños rojos, refiriéndose a su madre, quien había padecido en su tierra los horrores de los tiempos de Franco. Silvia Ramos, actriz y dramaturga, hija de inmigrantes españoles, quiso contar cómo de generación en generación se transmiten miedos y fantasmas. La obra tiene también un propósito político más o menos explícito: “Es una manera de militar, de pedir para que esta parte de la historia no se olvide. Ya pasaron muchos años y las víctimas murieron prácticamente todas, pero el pueblo español se debe la memoria. La necesita”, subraya la actriz en la charla con Página/12. El director de esta obra es Gabriel Picone, su marido.
El público sale quebrado del espectáculo. “Es bastante lacrimógeno”, dijo una señora al retirarse de la sala, limpiándose los ojos. Es cierto: Quince moños rojos (domingos a las 19.30 en Corrientes Azul, Av. Corrientes 5965) es una historia fuerte. En escena solamente está Laura, en una casa ambientada en los años sesenta, en la que hay objetos que remiten a su madre: una cama ortopédica, una silla de ruedas y una mesita de luz con cajas de remedios. Laura va y viene del presente al pasado. Le habla al público hasta que se le aparece un recuerdo. Ese ida y vuelta va armando la historia que, además de pensar la Historia, trata sobre el complejo vínculo entre una madre y una hija.
Esa madre no sabe dar afecto. Parece triste, resentida y opresora. Es la visión de Laura, claro, la única que el espectador conoce. El padre de Laura, un judío que vivió en un campo de concentración, una vez que pudo dejó a su esposa. Ella se hundió en el dolor, él luchó por salir. Laura nota que su madre escribe siempre en unas libretas negras. Ella sólo puede verlas llegando al final de la obra, cuando se revela el misterio de por qué su mamá recitaba todo el tiempo la frase “quince moños rojos”, que da título al espectáculo. “Es una maldición que te corten el pelo con trozos de espejo”, repetía también su madre. Las frases están ligadas a un hecho que sufrieron la madre y la abuela de Laura en el marco de la Guerra Civil Española. Ese episodio ficcional está inspirado en un hecho real que conoció Ramos al investigar la época.
–Ramos, ¿qué relación la une a la historia que cuenta en la obra?
Silvia Ramos: –Mi anterior espectáculo, Para angustias... consuelo, tenía que ver con la inmigración de españoles e italianos que va de principios de siglo hasta 1960. En éste quise hablar de las injusticias, las vejaciones y las violaciones que sucedieron en España. Los españoles no tienen la misma inquietud que nosotros, que somos ejemplo para el mundo, porque pudimos ver cómo esa mala gente, “esos lobos”, como dice la obra, está detenida. Falta, pero por lo menos... Como hija de españoles veo que allá Franco sigue siendo considerado un caudillo, no un genocida. Mis padres no eran militantes, sin embargo en épocas como ésa la militancia se cuela, atraviesa la vida de la gente. Nunca me hablaron de política, pero con el silencio me dijeron mucho. Me hablaron del miedo. Todo esto uno lo va desgranando con los años. En 2003 fuimos con Gabriel a España y escuchamos a mucha gente reivindicando a Franco. Sentí bronca y angustia. Estoy convencida de que hasta que el pueblo español no salve su memoria algo quedará pendiente.
Gabriel Picone: –Si no se aborda la memoria te estalla en la cara. En algún momento no habrá más Pactos de la Moncloa ni de nada. Lo están descubriendo ahora. A la gente le estalla una realidad económica que viene de la mano de la política. Ellos ahora vienen aquí a buscar justicia, como en su momento las Abuelas y las Madres fueron a buscar allí juzgados que las contuvieran. Lo importante es que los genocidas estén presos. El mensaje para las generaciones futuras es que eso fue un genocidio. Tenemos la ilusión de llevar la obra a España. Queremos mostrarla en este momento en que ese país se está prendiendo fuego. Ellos van a tener que recoger el guante.
–Más allá de la militancia que está detrás de la obra, ¿quisieron contar cómo el miedo y el silencio se transmiten de generación en generación?
S. R.: –El vínculo entre madre e hija es todo un tema, incluso despojado de la historia que nosotros planteamos. “Perdoname, mamá” es una frase que a todos les pega. Es un vínculo muy fuerte. Mi intención era encontrarle una lateralidad. Quería hablar de lo que pasa cuando no se le pone luz a las atrocidades, cómo se van transmitiendo las cosas no dichas o dichas a medias. Es una historia que va abriendo puertas y que al final propone la comprensión para el personaje de la madre. Todos los hijos necesitamos de la mirada de nuestros padres. Laura logra la redención a partir de conocer la verdad. La personalidad de la madre es entendible cuando uno conoce la experiencia que tuvo de niña.
G. P.: –Lo que se cuenta está atravesado por dos genocidios: el de Franco y el nazismo. El franquismo fue un banco de pruebas del nazismo, porque las primeras bombas que utilizó Hitler las utilizó en España. Está todo tan entrelazado que la obra es fuerte. La madre dice “tu padre me amó porque éramos dos muertos, y dejó de amarme cuando le volvió el alma al cuerpo”. El padre logró salvarse a pesar de haber vivido en un campo de concentración. La madre no pudo.
–¿De dónde viene la historia de los quince moños rojos, que el público conoce al final de la obra?
S. R.: –Hace cuatro años fuimos a la Federación Gallega en Buenos Aires, para la conmemoración de la Segunda República. Comenté que estaba haciendo una obra y me prestaron un libro de una sobreviviente republicana. Era una edición casera en la que contaba su historia de manera muy simple. Cuando estalló el golpe empezaron a perseguir a su padre. Entonces, ella se fue al campo con su madre y sus tías. Una de ellas era maestra. No tenía nada que ver con la política. Les había hecho a sus alumnas guardapolvos rosados. La detuvieron, le cortaron el pelo y la violaron por eso. Sentí que ahí había un disparador, un símbolo, un guiño. Fui buscando el texto lentamente. Por supuesto que mi historia me valió. Arrastro las penas de mis padres como inmigrantes. Si bien la historia no es biográfica, hay vivencias que transité y que aparecen en la poética. Mi mamá me decía: “El que en el mundo quiere gozar, tiene que ver, oír y callar”. Eso venía de algún lado: de donde ellos venían, de donde de-saparecía alguien y nadie decía nada. De donde la gente en medio del campo delataba a su vecino.
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