TEATRO › MARX EN EL SOHO, DE HOWARD ZINN, CON DIRECCIóN DE MANUEL CALLAU
El actor Carlos Weber propone una versión nada solemne del autor de El capital, que en esta obra termina apareciendo, ya de viejo y por un error burocrático, en el Soho neoyorquino. Abundan las citas filosóficas y políticas, pero también las cuestiones biográficas.
› Por María Daniela Yaccar
MARX EN EL SOHO
De Howard Zinn
Brooklyn, 1922-Santa
Mónica, 2010
Elenco: Carlos Weber.
Dirección: Manuel Callau.
Asistencia de dirección: Liliana Andrade.
Asistente: Martín Idoeta Badde.
Diseño: Quesoidulce.
Producción ejecutiva y prensa: Checha Amorosi y Agustín Oberto.
Lugar: Teatro SHA, Sarmiento 2255. Viernes a las 23.
Localidades: desde 120 pesos.
Duración: 65 minutos.
Reservas: 4953-2914
De todos los filósofos, Karl Marx debe ser el que más veces murió. Pero si algo demuestran el director Manuel Callau y el actor Carlos Weber con su versión de Marx en el Soho, del norteamericano Howard Zinn, es que el barbudo alemán tiene más vidas que un gato. En este unipersonal, no son únicamente sus ideas las que reviven y proclaman su vigencia, sino que el mismísimo Marx tiene la chance de aparecerse en la Tierra por los escasos 65 minutos que dura el espectáculo. “¡Me alegra que hayan venido, que no les hicieran caso a esos idiotas que repiten que Marx está muerto!”, vocifera al comienzo un seductor Weber, que entregará una versión de Marx natural, realista y para nada solemne, y por ello se gana el cariño del público.
Este ya viejo Marx iba a ir a parar al Soho de Londres, donde vivió con su familia. Pero por un error burocrático aparece en el Soho de Nueva York. Ha vuelto para exhumar su filosofía y gracias a un permiso especial. La obra fue escrita en 1999 por Howard Zinn, activista e historiador, autor de La otra historia de los Estados Unidos. Inicialmente, Marx en el Soho apareció publicada en la revista Z Magazine y luego en un libro del escritor, Failure to quit. El leitmotiv de la obra es –como no podría ser de otra manera, quizá– profundamente político: “Por mucho tiempo pensé que había ideas importantes y útiles en la filosofía y en la política económica de Marx que debían ser protegidas de la sentencia de que el marxismo está muerto”, sostuvo Zinn, quien falleció hace tres años. Marx en el Soho es una lectura de la obra de Marx desde el corazón del imperio, de ahí la contundente indignación que irradia el texto sobre el sistema capitalista y que los espectadores sensibles agradecerán.
El acierto de Zinn es no limitar la obra a los pensamientos del autor de El capital. Es interesante que su teoría aparezca explicada, por momentos inclusive desde lo más básico, para que quienes no lo han leído no queden excluidos. En este sentido, el espectáculo es sumamente didáctico. Y apunta, también, a los que sí lo leyeron: el Marx de Weber expone el concepto de “plusvalía” y repite el primer párrafo de El manifiesto comunista, pero también habla de un texto polémico y menos conocido, La cuestión judía. Asimismo, se dibuja claramente la época y el paisaje que marcaron su obra, esa Londres adonde tuvo que exiliarse, una ciudad devastada por la pobreza a medida que el capitalismo se afianzaba. Pero hay otra dimensión de la obra, que es la de las cuestiones biográficas del autor: la relación con Jenny, su mujer; el departamento maltrecho, frío y húmedo en el que vivían; la muerte de sus hijos, su relación con el anarquista Mijail Bakunin, los famosos forúnculos que lo atormentaban, la rebeldía de una de sus hijas, su negación a que se funde una Sociedad Marxista (iniciativa de un joven alemán llamado Pieper).
Definitivamente, la obra humaniza a Marx, y ése es un plus que atrae. Un plus que da vida, realmente, a lo muerta que puede ser la filosofía si es mal transmitida. En esta pieza es primordial el humor, que le queda perfecto a Weber, el actor adecuado para un personaje de este peso. Por este papel ganó el premio Trinidad Guevara a mejor actor en 2009, cuando la obra se estrenó. Weber acerca a Marx y genera un vínculo de complicidad con el público: se lo nota evaluando las respuestas –las risas, las emociones– con la audacia con que lo haría cualquier standupero. Lo acerca con la ayuda del lenguaje coloquial del texto, pero también con el cuerpo. Este es un Marx que se hace querer. El afecto es una parte importante de la obra: en su parlamento, el personaje combina teoría política y económica con detalles de sus vínculos afectivos, y es evidente que lo que busca con esta reaparición es que vuelvan a prestarle atención.
“Estaba equivocado en 1848 pensando que el capitalismo estaba en fase terminal. El momento estaba un poco desfasado. Quizás unos doscientos años”, se disculpa Marx. El mundo que encuentra lo desilusiona. Nada ha cambiado mucho: sigue habiendo pobreza, seres humanos reducidos a artículos de consumo, y un falso progreso se sostiene en automóviles, teléfonos y máquinas. La gente duerme en las calles. Cuando terminó la función del 26 de abril, Weber se quitó el traje de Marx y habló de la represión ocurrida en el Hospital Borda. Criticó al Gobierno de la Ciudad, a las personas que están “enfermas de capital”.
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