TEATRO › SERGIO RENAN, PROXIMO A ESTRENAR LA PIEZA TEATRAL INCENDIOS
A partir del 5 de junio se podrá ver en la sala Apolo la inquietante obra del libanés Wajdi Mouawad. “Es lo más difícil que he hecho”, dice Renán sobre un trabajo que pone en conflicto el drama de sociedades enfrentadas por la religión.
› Por Hilda Cabrera
El mandato que Nawal Marwan deja a sus hijos Janine y Simón guarda secretos que los jóvenes descubrirán dándole vueltas al tiempo. Es el inicio de Incendios, obra de 2003, de Wajdi Mouawad, nacido en Beirut (Líbano) en 1968, autor de novelas, obras de teatro y radiofónicas, actor y director teatral, cuya familia cristiano-maronita debió huir de su país en guerra, pasando por Francia y radicándose en Canadá. Mouawad, desde 2007 a cargo de la dirección artística del Teatro Francés del National Arts Centre de Ottawa, cruza historias y paisajes a través de escenas que dislocan la acción presente y pasada. Escenas breves que apuntan a la búsqueda de un padre que Janine y Simón creían muerto y de un hermano cuya existencia desconocían. Cumplir el mandato de la madre muerta les revela identidades y humillaciones sepultadas por la guerra civil. Incendios exige intensidad de actuación e inventiva en la puesta. Lograrlo es el objetivo del director Sergio Renán, quien estrena esta obra el miércoles 5 de junio, en el Teatro Apolo. “Es lo más difícil que he hecho”, dice este artista, en diálogo con Página/12.
La prevención resulta excesiva en este actor, director de teatro, realizador y réggiseur que obtuvo premios y desempeñó cargos de dirección en el Teatro Colón, en Asuntos Culturales de la Cancillería y el Fondo Nacional de las Artes. Aun así recuerda un antecedente similar: su réggie de Lady Macbeth de Mtsensk (Minsk), de Dimitri Shostakovich, con dirección musical de Mstislav Rostropovich, donde –cuenta– “el espacio en sí mismo era complejísimo, porque la orquesta, por diversas razones, estaba instalada en el escenario”. El primer escollo a resolver era “desde dónde se cuenta y se hace el teatro: ¿abajo, adelante o atrás de la orquesta?”. En el caso de Incendios, varias de esas “complejidades” las ha resuelto utilizando medios audiovisuales, presentes ya en sus montajes de ópera. Renán menciona La Flauta Mágica, de Mozart, y La Cenerentola (La Cenicienta), de Rossini. Las desafiantes historias y los cruzados paisajes de Incendios le permitieron –dice– “imaginar una distribución heterodoxa del espacio con presencia de lugares definibles a través de filmaciones y proyecciones, y otros que requerían cierta ambigüedad en cuanto a dónde, cuándo y cómo”.
–¿Un lugar definido sería el que alberga un sobredimensionado tablero de vuelos?
–Ese tablero es sólo un dato para situar al espectador en la alternancia Oriente y Occidente, que se da en la obra del mismo modo que los saltos en la cronología. Es una respuesta a dónde estamos, qué y cuándo pasó.
–¿La música funciona allí con esa intención?
–Está muy presente en toda la obra y profundiza el sentido de la puesta. Pablo Ortiz compuso una partitura específica para este espectáculo. Pablo es el autor de la música de tres de mis películas. Y volví a trabajar con Emilio Basaldúa, uno de mis mejores amigos; con Eli Sirlin y Alvaro Luna, que es español, talentoso, con el que comparto la cinemanía; y con Mini Zuccheri, quien hace unos años estuvo en mi puesta de Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen. Creo en el equipo multigeneracional. Me gusta y me hace bien.
–La obra presenta hechos extraordinarios, y aun así creíbles. ¿Se debe al contexto, a la condición trágica del relato?
–La tragedia, complementada con la palabra griega, con la que uno asocia a esta obra, se instala en un contexto donde, en forma paralela, existe una intriga y un desenlace inesperado. Esta confluencia es apasionante. Mouawad es una figura singularísima: combina presencias, las de su historia y la tragedia griega con elementos del cine y el relato de intriga.
–Nawal, prisionera y humillada, recurre al canto para ahuyentar el terror. Fuera de esta historia, ¿la música ahuyenta males?
–En mí opera casi mágicamente. La música me acompañó en estados diferentes: en el simple malhumor, en la desdicha y en los estados de precariedad física terribles. En Incendios, Nawal cantaba cada vez que se torturaba a alguien, y su canto se mezclaba con los gritos de los torturados. Las guerras civiles son crueles, y ésta, entre musulmanes y cristianos, duró años. Esta obra de Mouawad es un análisis de la condición humana y de sus posibilidades, las peores y las mejores. El personaje de Nawal tiene la categoría de una heroína de tragedia griega y demuestra una sobrehumana capacidad de amor. Ella ama hasta el final de su vida, y eso me conmueve profundamente.
–El autor no olvida detalle. Uno es el registro de una visita “turística” a un museo que recuerda períodos históricos de muerte.
–Esa es otra escena poderosa. En lo personal, recuerdo cuánto me impactó en Berlín el museo en homenaje a los resistentes. Allí había fotos de gente que había sido bárbaramente torturada: alcaldes liberales, obreros comunistas, pastores luteranos, todo un espectro de personas que había demostrado gran valentía.
–Lo opuesto es la secuencia que rescata el amor adolescente de Wahab y Nawal, hijos de familias enfrentadas por la religión. En su esencia, una versión de Romeo y Julieta...
–Ese es un amor poético de consecuencias imprevisibles. Entre todos estos personajes, está Nihad, el francotirador, que deja un espacio sin información, o con poca información, para que el espectador imagine. Sobre este personaje mágico cuenta el jeque Chamseddine, quien lo incorporó a su ejército y lo vio convertirse en un tirador letal: sacaba fotos a los que mataba y llegó a ser un fotógrafo muy reputado. Cuesta entender el periplo de Nihad, que usa un rifle de mira telescópica como si fuera una guitarra, le adosa una cámara y canta y se divierte tirando a matar a hombres, mujeres y chicos.
–¿A ese extravío conduce el enfrentamiento?
–Y a situaciones desgarradoras como las de los refugiados en un camión. Es tal la cantidad de escenas de la obra, que he vivido insomne durante meses, tratando de ordenar este rompecabezas. Incendios pertenece al teatro de arte y requiere elementos que la productora ha respetado. Esto es motivo de agradecimiento, también al equipo y a “mi” actriz, Ana María Picchio, que fue protagonista en La tregua (1974), “la primera película argentina nominada al Oscar”, que nos sorprendió porque no parecía tener un potencial éxito de público. Ni los dueños de los cines lo imaginaron. Picchio había trabajado antes conmigo en Víctor o los niños al poder, una obra surrealista de 1928 del francés Roger Vitrac, que fue mi segunda dirección. Ahí hacía de una nena de seis años, y acá, en Incendios, su personaje, Nawal, tiene un periplo vital que va desde los quince años hasta la vejez. En algunos casos esos papeles son hechos por actrices de distintas edades. Acá los hace todos ella porque es una gran actriz, tiene un físico privilegiado y una voz juvenil.
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