TEATRO › HABLEMOS A CALZON QUITADO, DIRIGIDA POR NICOLAS DOMINICI, EN EL TEATRO EL DUENDE
El notable trabajo de Ulises Pafundi como un niño discapacitado es sólo uno de los atractivos de la puesta sobre la obra escrita por Guillermo Gentile en 1969, que sorprende también por lo escenográfico y la bellísima puesta de luces.
› Por Paula Sabatés
A simple vista, el drama de una familia particular: un hijo con discapacidad que fue abandonado por su madre y no tiene amigos. Un padre castrador y autoritario que asumió la crianza del “nene” y que de noche sale travestido a trabajar. Por último, un estudiante de Filosofía que llega para revolucionar ese hogar y sacudir esa relación enfermiza que la gobierna. Pero la trama de Hablemos a calzón quitado (sábados a las 22 y domingos a las 17 en el Teatro El Duende, Aráoz 1469) va mucho más allá del conflicto de esos tres sujetos particulares. Escrita por Guillermo Gentile en 1969, en pleno auge de las preocupaciones sociales de toda una generación, la obra es una metáfora de algo más grande y más universal: de la nueva concepción de libertad, de poder y de autonomía que puso en jaque al sistema de dominación que reinaba por (¿y hasta?) aquellos tiempos.
La puesta de Nicolás Dominici es un intento valioso justamente porque no esconde esa metáfora y resalta, desde la dirección y las actuaciones, los rasgos más interesantes de ella: por un lado, la discapacidad de Juan, el “nene” magistralmente interpretado por Ulises Pafundi, que simboliza la incapacidad de los pueblos de tomar el control y liberarse de sus opresores. Por otro, la doble moral del padre travesti (Oscar Giménez), símbolo del poder absoluto que nunca hace lo que predica: se descubrirá, en la obra, que no es precisamente a trabajar a lo que sale por las noches. Y por último, el carácter libre de Martín (Pablo Plandolit), el joven al que Juan invita a vivir a su casa porque, como la Libertad misma, no tiene (un solo) hogar y no está atado a ningún sitio.
También es interesante la puesta porque se vale de sus propios recursos y no sólo de los que propicia el texto de la obra, para producir tal mensaje. Se destaca, por ejemplo, el bellísimo diseño de luces (obra de Nicolás Mizrahi, Iván Salvioli y el propio Dominici), que con cuidadosos cambios ilustran modificaciones temporales, focos de importancia de un narrador por sobre otro y en dos ocasiones también la conciencia (o inconciencia) de Juan, que a través de un sueño y de un recuerdo agrega información valiosa a lo que su cuerpo imposibilitado no puede decir.
Pero sin dudas uno de los mayores logros radica en el trabajo de Salvioli, a cargo también del diseño de la escenografía, que –distinta de las que por lo general se suelen ver en las salas de teatro independiente– está diseñada en perspectiva, es decir con profundidad. Esto hace que cada uno de los planos en los que sucede la acción adquiera un valor simbólico en concordancia con lo que se cuenta. No es lo mismo lo que ocurre delante de todo, donde Martín y Juan suelen compartir cosas de igual a igual (se emborrachan juntos, se cuentan sus cosas más íntimas), que cuando estos personajes se encuentran un poco más lejos del público. En ese segundo plano, en el que hay una mesa llena de libros, la relación se torna más pedagógica y se evidencia así la diferencia entre las dos fuerzas que simbolizan esos personajes.
Justamente ésa es una objeción que puede hacérsele a la puesta: que por momentos, y sobre todo en lo que refiere a las actuaciones de Giménez y Plandolit (por ser los responsables de determinar el accionar del protagonista), la puesta se torne demasiado pedagógica, función que rechazan para el teatro muchos de los más grandes teóricos y hacedores de la disciplina de todos los tiempos. Pero en todo caso ésa no deja de ser una elección individual del director y los actores y no necesariamente va en detrimento de las sensaciones que pueda causar en el público la historia que se cuenta.
A propósito de ésta, y aunque se ha dicho que lo que importa es el mensaje metafórico de fondo, la historia particular de esos seres también conmueve por sí misma. Para aquellos espectadores que lo prefieran, Hablemos a calzón quitado puede ser la simple historia de una familia. El espejo de ese universo complejo que son las relaciones humanas. Un tratado sobre la amistad, el amor, el sexo, la hipocresía. En cualquier caso, y sobre todo gracias al trabajo interpretativo de Ulises Pafundi, se tratará de un relato lleno de ternura, con una dosis justa de humor y drama que hará pensar a cualquiera que se acerque.
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