Mar 20.06.2006
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TEATRO › LIA JELIN DIRIGE “ROSA FONTANA COIFFEUR”, BASADA EN TEXTOS DEL AUTOR ROSARINO

Fontanarrosa en un cuerpo de mujer

La obra describe en tono de sainete el universo femenino, desde la heterogénea clientela de una peluquería de barrio.

Para ellos, el bar. Ese es su espacio por excelencia, que oficia al mismo tiempo de tribuna de fútbol y confesionario, donde –whisky mediante– cada cual ahoga sus penas. Para ellas, la peluquería. Un mundo de claritos, brushing y “permanente” en el que más de una suelta la lengua, esquilma a su marido, relata con detalle sus experiencias sexuales o se ríe del nuevo modelo de nariz que acaba de estrenar la vedette del momento. Así es la peluquería, contexto que eligió Lía Jelín para narrar la historia de Rosa Fontana –dueña de un salón de belleza de Ramos Mejía– y su conjunto heterogéneo de clientas: una mística reprimida, una “calentona” que sale con un hombre veinte años menor que ella y una diva exótica en decadencia. Todas ellas se reunirán en Rosa Fontana Coiffeur, la nueva obra –con aire popular y de la década del ’50– que Jelín dirige, basada en textos de Roberto Fontanarrosa e interpretada por Patricia Etchegoyen, María José Gabin, Mirta Wons, Marta Paccamici y Zulma Faiad, que puede verse de miércoles a sábado a las 21 y los domingos a las 20 en el Teatro Broadway (Corrientes 1155).

No es la primera vez que a Jelín le interesa abordar el universo femenino y sus vicisitudes. Ya había realizado la puesta en escena de Confesiones de mujeres de 30 y Monólogos de la vagina. Pero, esta vez, la tarea es aún más difícil: describir a la mujer argentina desde la mirada de un hombre. Y no la de cualquier hombre, sino la del creador de Inodoro Pereyra, al que ella considera “el heredero directo de Armando Discépolo”, retratista “crítico, delirante y desopilante” de la psicología del argentino... y también de la argentina. “Aunque aparentemente Fontanarrosa es un futbolero que siempre escribe sobre hombres, encontramos cuentos suyos que hablan sobre mujeres, y ahí apareció la idea”, explica la directora en diálogo con Página/12. Así, junto a Pablo Brichta que adaptó los textos, dio vida a Rosa Fontana –el alter ego femenino del autor rosarino–, una peluquera con dos pasiones: Sandro (su Rosa, rosa... no cesa de sonar entre los secadores) y los teleteatros.

Rosa no es la única con insólitos fanatismos en este universo desopilante. Allí retocará su look puritano Maritza, la “religiosa chupacirios”, que obligó a su hija a estudiar catecismo con una mujer que enseña a caminar sobre el agua. También estará Adriana, “la que se levantó un pendejo y se lo lleva a los mares del sur”, sigue Jelín entusiasmada. Por último, llegará Olivia, suerte de Susana Giménez pero de Hurlingham, que “se encuentra en el apogeo... de su decadencia”. Zulma Faiad es quien le pone el cuerpo a esta actriz que sueña con su retiro, imaginando esos últimos gloriosos minutos como quien camina hacia el cadalso.

Con música original creada por Jorge Schussheim, Rosa... recuerda a los sainetes y las comedias de los ’50. “No fue mi propuesta hacer que la obra pareciera de los ’50, pero salió así”, dice Jelín. E inmediatamente recuerda: “Hace años que vengo buscando la recuperación de ese teatro de los años ’40 y ’50. Las familias asistían a la calle Corrientes y se podía ver matiné, vermut, primera noche, segunda noche... Esos espectáculos eran algo más que un par de chicas desnudas y tres chistes verdes, que es lo que hoy predomina en la calle Corrientes. A pesar de que tenemos honrosas excepciones, como Ella en mi cabeza, Filomena Marturano, Visitando al Señor Green, o las obras del Teatro San Martín, en general la calle Corrientes se especializa en una revista que no tiene sustento, ni político ni emocional. En esta Buenos Aires tan snob sólo existe este tipo de teatro o teatro para teatristas. Por eso Jelín se embarca en esta clase de proyectos: “Un teatro popular, que pueda trascender por encima del snobismo; que sea para reírse, divertirse, con el humor de los ’50, con el que la gente se reía de sí misma y no de la grosería”, dice.

Si tiene que imaginar el día de su entierro, a Jelín le gustaría que el epitafio de su tumba dijera “llevó mucha gente al teatro”. “Porque este boom teatral del cual se habla aún es poco”, se indigna. “Tenemos cosas maravillosas, pero van una vez por semana en teatros de 30 o 40 localidades.” A medida que avanza en su reflexión, se involucra más en sucausa: “Esta idea de lo comercial popular y lo teatral exquisito me parece que es un snobismo, una dicotomía, dos extremos que todos los teatristas de Buenos Aires tendrían que tratar de cruzar”. Y ahí se acuerda de su apuesta, de su Doña Rosa, sus telenovelas, las melodías de Sandro y su peluquería: “Esto es popular, divertido, delirante. No quisiera que fuera para 30 personas, me gustaría que fuera un evento multitudinario”.

Informe: Alina Mazzaferro.

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