TEATRO › NO SOY UN CABALLO, EN LA SALA SILENCIO DE NEGRAS
Eduardo Pérez Winter dirige a Walter Jakob, Diego Cremonesi y Francisco Egido en esta sólida comedia dramática que, básicamente, cuenta una historia de amor con amor al teatro.
› Por Facundo Gari
Es una máxima: los guisos de lenteja saben mejor al otro día. Y como ése, sobran ejemplos en los que la frescura no tiene nada que ver con la cercanía al momento en que los ingredientes se pesaron, se condimentaron, se precocieron, se combinaron y se pusieron al fuego que los amalgamaría. Están el vino, la amistad y el amor para demostrar que el tiempo –que hace estragos sólo en quienes le temen– vuelve a ciertas cosas mejores, tan imbuidas de frescura como de sabiduría; en ese hiato está la gourmetería que los tilingos ignoran. En ese hiato está No soy un caballo, la obra teatral que se estrenó en 2010 y cuya cuarta temporada se exhibe en Silencio de Negras, como demostración de que el trabajo paciente y la confianza en un proyecto pueden conquistar paladares que, en muchas ocasiones, se nutren de falta de cuerpo mientras creen que degustan espontaneidad.
La espontaneidad puede ser un atributo de la verosimilitud, un elemento consciente del artificio, no necesariamente una virtud exclusiva y ajena al relato. Esa es la impresión que deja esta pieza de creación colectiva, escrita sobre la base de “borradores escénicos” de los actores y el equipo de dirección entre abril de 2009 y octubre de 2010, aunque en realidad se trate del avance de las manecillas y del trabajo mancomunado sobre esa coordenada. Aun tratándose de realizadores jóvenes, a quienes a veces se les endilgan injustamente las desprolijidades. Eduardo Pérez Winter dirige a Walter Jakob, Diego Cremonesi y Francisco Egido en esta sólida comedia dramática que puede verse los miércoles a las 21 en Luis Sáenz Peña 663, en el barrio de Montserrat.
Está el vino que se ofrece mientras se espera ingresar a la pequeña habitación que hará de sala en el PH que ocupa Silencio de Negras (nombre que hace casi diez años le puso su colectivo al teatro y que remite a David Lynch y a los pentagramas). Un vaso de tinto es la dosis justa para que la modorra no le gane a la soltura. El escenario, al ras del suelo, frente a dos hileras de sillas, es una caja de zapatos con dos puertas vidriadas. Lo único que se oye cuando las luces se apagan es el sonido de un viento frío, seco y cortante como navaja de mono. Cuando se encienden, allí están Esteban (Diego Cremonesi), Matías (Walter Jakob) y Fernando (Francisco Egido), llegados a la casona campera del abuelo muerto del primero, para saldar algunas deudas y rematar muebles y caballos. Van con ese objetivo, pero también para despejarse el fin de semana. Son amigos. Ahí está la amistad.
El trabajo de los actores es notable, una de las vigas de No soy un caballo. Cremonesi, que tiene un aire a Daniel Craig, le saca todo el jugo a su capacidad gestual (en particular, a su mirada); Jakob, también dramaturgo y director de la gran obra que es Los talentos (miércoles y sábados en El Kafka Espacio Teatral), lleva al espectador de la mano de un personaje de tintes bufos hacia el extrañamiento; y Egido, que además de a un abogado interpreta al anciano cuidador de caballos Robustiano, derrota la torpeza que se les endosa a los grandotes. Pero es en conjunto que brillan, que se balancean, que se componen.
No menos laudatorio debería ser el comentario sobre el trabajo de Pérez Winter, asistido por Hernán Ghioni; esto en cuanto a dirección actoral, pero más ampliamente en cuanto a dirección integral. Son varios los casos en que el teatro independiente hace de su austeridad una honradez, y éste es uno de ellos. La administración y la economía de la zona dramática, con el recurso de su expansión y/o contracción en el recorrido de la acción y la complicidad de las luces, a cargo de Adrian Grimozzi, es un acierto de la puesta, que además se vale de la intimidad, de la proximidad del público, ubicado mayormente en el lugar del establo en el que reposan los caballos del abuelo de Esteban.
Vista como fábula, No soy un caballo aporta una moraleja trillada: la de tomar las riendas de las circunstancias antes que éstas lo tomen a uno por corcel. Está en el “cómo” y no en el “qué” la mayor fortaleza de esta pieza que cuenta con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes. En cómo cuenta una historia de amor (toda historia es, en el fondo, una historia de amor) con amor al teatro. Y acá está el amor. En cómo decir, en cómo cocinar. En cómo sus hacedores pesaron, condimentaron, precocieron, combinaron y pusieron finalmente al fuego este generoso guiso que tendrá, por siempre para sus espectadores, mejor sabor mañana. Es una máxima.
8-NO SOY UN CABALLO
De Eduardo Pérez Winter
Elenco: Diego Cremonesi, Francisco Egido y Walter Jakob.
Dirección: Eduardo Pérez Winter.
Funciones: miércoles a las 21.
Lugar: Silencio de Negras, Luis Sáenz Peña 663 (teléfono: 4381-1445).
Localidades: 60 pesos.
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