TEATRO › AGUSTINA VIDELA Y NORA LEZANO HABLAN DE SOCIAL TANGO
Danza, música y video se conjugan en el espectáculo concebido por Videla y Lezano en el Teatro de la Ribera. “La milonga es un lugar para compartir; ahí se vive el tango”, dicen las autoras. Una muestra fotográfica de Lezano completa la obra.
Niebla, frío, Riachuelo y Puente Viejo. Por la tarde, las calles empedradas de La Boca lucen oscuras y silenciosas, culpa quizás de un clima inclemente que intimida al turista extranjero y al paseante bohemio. Entre los adoquines, las farolas y las chapas coloridas de los conventillos, hay algo que sabe a tango amargo y desengaño. Casi como un intento desmitificador de esa jornada gris, puertas adentro del Teatro de la Ribera, en La Boca, los bailarines de Social Tango ensayan intensamente para la próxima función.
La bailarina, coreógrafa y docente de tango Agustina Videla, y la fotógrafa y videasta Nora Lezano (colaboradora esencial del suplemento Radar de este diario), son las responsables de dirigir este espectáculo que combina, de forma dinámica y audaz, danza y música con video-proyecciones, para revelar la historia de un hombre que transforma su vida a raíz de su contacto con el tango. Ese proceso de transformación es el que evidencia el espectador a través de los movimientos corporales y de las coreografías expresivas, en las cuales el baile surge como la contracara festiva, casi lúdica, de la monotonía impuesta por la cotidianidad, que se despliega con mayor efusividad en la milonga.
“Social Tango surgió por la necesidad de ver en el escenario algo con lo cual nos sintiéramos identificados. Buscábamos algo que hablara del fenómeno contemporáneo que produce el tango en las personas, y del hecho de ir a la milonga, que es algo universal, porque sucede acá, en Moscú o en Estambul. Nos parece algo muy potente lo que está generando el baile, y queríamos mostrar eso en la obra”, cuenta Videla.
La milonga, como espacio de socialización y encuentro, adquiere protagonismo en esta puesta. En los cortos que se proyectan para orientar el hilo de la historia, aparecen los “habitués” del salón de baile para contar de qué manera ese rito cambió sus vidas. “La obra cuenta la transformación de un hombre cuando descubre el tango, y la idea de los cortos fue contar esa historia con verdaderos protagonistas, que son estos ‘desconocidos’ del tango, estos milongueros a quienes queremos homenajear”, advierte Lezano, la realizadora de los videos, quien agrega: “La otra consigna fue mostrar lo que ocurría en la milonga. Yo que era ajena a esto, flasheé con un pibe de rastas que iba al mismo lugar que un señor conservador que no bailaba sin el saco puesto. Teníamos que mostrar eso. A la milonga van muchos extranjeros: japoneses, rusos, italianos, personas de diferentes clases sociales y edades. Queríamos mostrar esa diversidad”.
Las diferencias se diluyen en la experiencia de la pista de baile, donde hombre, mujer, joven o anciano, se entregan al placer del ritmo milonguero. “La milonga es un lugar para compartir; ahí se vive el tango”, resalta Videla. “Es un espacio atemporal, donde se encuentran personas de culturas y generaciones distintas. Como muestran las fotografías (ver recuadro), un chico de 18 años y un hombre de 80 se encuentran en el mismo lugar un sábado a la noche. No importa si sos feo, lindo o flaco, de dónde venís, ni cómo estás vestido, lo único que importa es cómo bailás.”
Social Tango propone el desafío de barrer con los clichés que hacen del tango una experiencia trágica y sufriente. Sobre el escenario, mientras suene el bandoneón, todo es goce. El desamor quizá sea la temática más inspiradora de los poetas tangueros, un tópico recurrente que, claro, tampoco está ausente en la obra. El protagonista, sin su compañera de baile, y desgarrado por la soledad, se entrega a una danza frenética y solitaria. Suena “Niebla del Riachuelo”, en la versión exquisita que supieron crear Diego, El Cigala, con su voz gitana, inconfundible, y Bebo Valdés, con su piano hecho canción. Ese es el instante más emotivo y nostálgico de la historia, pero es tan sólo un momento de suspensión, que quizás aparece para recordar al público que no todo es alegría. Pero el show debe continuar, y así lo pensó Agustina: “Por más que está plasmado en la obra un encuentro y un desencuentro amoroso, el eje central es el disfrute y el descubrimiento por el baile que hace el protagonista. Es cierto que muchos se acercan al tango porque están solos, y se enamoran o se desenamoran, pero la milonga perdura”.
De esta manera, la desilusión deviene esperanza, y el hombre despechado vuelve a creer en la danza y en el amor. En el escenario triunfa la alegría; allí, a través de la música, del vestuario y las luces multicolores, se vive un momento liberador. “El tango permite un lugar de expresión creativa muy fuerte que te permite producir un hecho artístico. La posibilidad de improvisar que tiene es muy compleja; es una danza muy rica, que además te conecta con un otro. Es un triángulo poderoso el que surge de la relación entre la música, ese otro y la creatividad, y la gente se transforma con eso. Es movilizador el hecho de abrazarte con alguien desconocido y compartir cosas emocionalmente fuertes con una persona que no sabés ni cómo se llama.”
El tango puede ser muchas cosas, sin duda, pero lo que aquí se impone es el espíritu feliz que se recrea en el intercambio de las tertulias milongueras junto con un sentir liberador de los sinsabores de la rutina. Así, lo piensa y vive Lezano, que no viene “del palo”, sino más bien del mundo del rock: “Lo que me pareció divino es la alegría y la buena onda con que se vive y se disfruta el baile. Para mí es como sacar fotos. Yo creo que la gente se va contenta cuando ve el espectáculo”. Social Tango quizá haya surgido, más que para deleitar al público tanguero, para cautivar, interpelar y conquistar a los descreídos del género, para que sientan su mística y crean en él.
Informe: Candela Gomes Diez.
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