TEATRO › MIRIAM MARTINO, MARTíN PAVLOVSKY Y WALTER PEñA HABLAN DE REFLEJOS, TODO EN UNO
Los dos protagonistas no se ponen de acuerdo en la definición de esta obra: “teatro musical”, dice ella; “recital con dos actores”, tercia él. Como sea, “es el espectador el que termina de completar el espectáculo según su historia”, afirma el director.
› Por Facundo Gari
En el transcurso de un espectáculo pueden aparecer pequeños índices en el público que permiten verificar si se está frente a un formato novedoso o, al menos, poco frecuente. Por ejemplo, cuando no hay acuerdo en qué momentos aplaudir, cuando ese modesto –y a la vez enorme– gesto es descolgado del perchero de las costumbres de tertulia y puesto a juicio. Pasó en las primeras cuatro funciones de Reflejos, todo en uno, en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543) durante abril. Y es presumible que vuelva a ocurrir ahora los domingos, a las 20.30, en el mismo lugar, con el reestreno de la pieza interpretada por Miriam Martino y Martín Pavlovsky, con dirección de Walter Peña.
Para arrimar un poco el bochín a una definición que sirva de guía, Reflejos... es un espectáculo de “teatro musical” con canciones de Luis Alberto Spinetta, Víctor Heredia, Castillo y Troilo, Silvio Rodríguez y Vinicius de Moraes, y textos de Miguel Hernández, María Elena Walsh y José Martí, entre tantos otros. Eso afirma la actriz y cantante. Enseguida, su par masculino contrapone que no. “Es un recital con dos actores”, dispara. Martino resopla: “Desde el comienzo estamos con este tema”. No lo dice con tono de patrona malhumorada, sino con una dulzura que es irremediable contrastar con su potencia en el escenario. Sonríe y prosigue: “Las definiciones son urticantes. Vengan a vernos”.
Entonces, Reflejos... está en algún punto entre el teatro musical y el recital. En ese hiato que hace años es refugio “ritual” de las incursiones de Martino, salvaguarda de las etiquetas que le caían como bombas a su voz. “Empecé como cantante, pero no me gustaba encasillarme en ser cantante de tango, de folklore o de rock. El teatro es un formato que me permite justamente tomar las canciones que me interesan, justificada por un libro que las une.” Pasión y coraje, escrita y dirigida por su profesora María Esther Fernández, fue el debut en ese sentido, tras acompañar entre los ’70 y los ’80 a Armando Tejada Gómez y Hamlet Lima Quintana. Después le seguirían los homenajes Un deber seguir cantando (a Atahualpa Yupanqui), Chabuca, Eladia y Violeta (a Granda, Blázquez y Parra) y María Elena, nuestra cigarra (a Walsh).
Mientras presentaba esos espectáculos fueron apareciendo las melodías que ahora desanda junto a Pavlovsky, que en Reflejos... además de las cuerdas vocales ejecuta el teclado. “Siempre les digo a mis alumnos que canten esas canciones de las que se enamoran”, dice ella, que deshoja margaritas cada vez que suenan “Plegaria para un niño dormido” o “Cuando digo futuro”. Acudió a Peña, a quien reconocía por su trabajo de coordinación del programa de festivales Argentina de Punta a Punta, y más tarde al hijo de Tato. “Me pareció una propuesta de buena gente, en principio. Valoro eso, ya no me quiero juntar con gente que no lo sea. Y me gustó, claro, la propuesta en sí”, afirma el pianista, que en su currículum “popular” –porque también es intérprete de música clásica– cuenta presentaciones junto a Cecilia Rossetto, Marilina Ross, Liliana Herrero y Luis Cardei, entre otros. Admite haber sentido un poco de miedo frente a un cancionero tan “ecléctico”. “Pero las letras de las canciones unen la historia. Eso empezó a tranquilizarme.”
La historia es sencilla y necesaria. “Ella” y “El” –personajes de una pareja heterosexual universal– recorren su niñez, sus primeros amores, sus encuentros y de-sencuentros e incluso su nebuloso porvenir. “No tienen nombre específico porque pueden ser cualquiera de nosotros: una pareja, amigos, familia o simplemente dos seres que transcurren, que sienten, que se expresan a través de las canciones y los textos. La conexión de las almas está presente durante este recorrido, pero es el espectador el que termina de completar según su historia”, abre el juego Peña. En esa dirección, vindica la recurrencia al repertorio popular: “Son canciones que nacen del corazón de la gente y dibujan el paisaje de lo que le sucede a nuestro pueblo. Muchas veces, lo popular habla de vos y de mí, de tu amigo, de tu lugar. De temas que a todos nos tocan: el amor, el encuentro, la pareja, la niñez, la vida”.
En el camino a “hacer propios, a adueñarse” de textos y temas ajenos y heterogéneos, el tándem de cantantes no le teme al silencio, ponderada su administración musical y teatralmente. “Silencio es potencia”, tira un título Pavlovsky. Martino arranca una volanta: “Qué interrumpe, qué atraviesa ese silencio”. El director la completa con una explicación de la elección de la palabra “reflejos” (con raíz en una canción de Pedro Aznar): presencias y ausencias son, cada tanto en la vida, “rayos que nos marcan, que nos hacen ser, que nos atraviesan, para sentir y seguir creciendo”.
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