TEATRO › EL RéGIMEN DEL PIENSO, POR LA ZARANDA TEATRO DE ANDALUCíA LA BAJA
La energía que genera La Zaranda le permite aunar temas trascendentes y rústicos, como la aparición de una peste porcina que afecta al animal y al humano y produce la caída del producto, la disminución de la renta y justifica despidos masivos.
› Por Hilda Cabrera
Mientras los espectadores ocupan las butacas de la Sala María Guerrero, una voz femenina en off solicita mantenerse a la espera: “En estos momentos, todos nuestros agentes están ocupados”. Si bien el destinatario no es el espectador necesitado de una pronta respuesta, la grabación anticipa una de las líneas por las que transita El régimen del pienso, obra que La Zaranda Teatro de Andalucía La Baja ofrece (hoy es la última función) en la sala mayor del Teatro Nacional Cervantes. La espera es aquí la del cesanteado, eterno mendigo de su indemnización en un sistema donde prosperan las metamorfosis. El humano puede acabar en cerdo, forense, artista o burócrata. Sólo que en ese enredo el deseo no cesa, y menos cuando la pretensión es ser realmente libre, acaso por considerar a la libertad sustento real y metafísico de la ética y el arte.
La energía que genera La Zaranda le permite aunar temas trascendentes y rústicos, como la aparición de una peste porcina que afecta al animal y al humano y produce la caída del producto, la disminución de la renta en las empresas del sector y justifica el despido gradual o masivo. El descarte se inicia en Martín, ahora el ex compañero a quien el resto de los empleados convierte en personaje de una tragicomedia.
Entre escenas fragmentadas –resueltas a la manera de una enmarcada y sombría pintura, iluminada por los actores con lámparas de oficina–, El régimen... se constituye en vivencia única. La burocracia es aquí un concepto peyorativo, una dominación a escala menor, suficiente para entorpecer trámites y exigir infinidad de sellados. En ese marco, el desplazado no halla quien se solidarice: “Tipos como usted hacen mal a la empresa; hay que aprender la lección”, aconseja el ascendido mientras se acomoda en el sillón que antes ocupaba Martín. El texto escueto y eficaz desliza nombres de autores clásicos, rápidos apuntes que no dislocan la trama que va urdiendo el elenco. Tal vez porque en ese sistema el humano no puede desarrollarse con inteligencia se menciona a un escritor satírico, el madrileño Mariano José de Larra (1809-1837). La sospecha es que esa inclusión se deba a su texto Vuelva usted mañana. La burocracia no se rinde y prospera en toda época y lugar.
El consuelo para el que protesta en defensa de sus derechos resulta endeble. La solidaridad es sólo un discurso: “La historia le dará la razón. Nuestra lucha exige víctimas”, afirma uno de los ex compañeros. Por lo que se ve en escena, el destino de Martín está sellado, y lo real es su camino por el laberinto de una burocracia que lo condena, y la reflexión o chiste que apunta a la absurda esperanza de “llegar sano al matadero”. Porque no falta causticidad en los personajes de El régimen... ni en los artífices de La Zaranda, dueños de un estilo único que no olvida las fuentes ni los grandes textos, incluidos los bíblicos. Sus obras proporcionan una experiencia vital, tanto en el rescate de asuntos sombríos como en los que albergan una comicidad inocente o socarrona, expuestos todos en un lenguaje a la vez claro, directo y surrealista, nacido acaso de una particular concepción del surrealismo de Francisco de Goya. En esta creación escénica abierta y sensible, el razonamiento de los personajes no es sinónimo de palabrerío, aun cuando la servidumbre a la que están expuestos sea campo propicio para la alienación.
En ese encuadre, qué valor se le adjudica a la representación del despido y el destino del pobre Martín. ¿Se trata acaso de una parodia sobre una relación inadecuada o la propagación del escarmiento? Una escenografía que enlaza con un imaginario de pinturas en negro y sepia atrapa al espectador en el relato de una escena de pocilga, donde los cerdos sin pienso o con abundante alimento pero mal repartido, se matan unos a otros, como los humanos al momento de pelear por el reparto. Y esto porque el infortunio amenaza y el deseo se frustra. No importa entonces que el cesanteado le ponga energía a su queja, igual lo toman por loco o por payaso. El hombre aprenderá entonces que, ante el despojo, el injusto “no se equivoca”, y cuando reconoce su injusticia dice haber actuado en legítima defensa.
Otra línea del espectáculo reaparece en ese tramo, donde los creadores de La Zaranda rescatan aquello de “persistir en el ser” y no destruir el enigma de los seres marginados y perdidos en el tiempo. Propuestas que el grupo acompaña con música, como la que aquí proviene del “Preludio del niño judío”, de Pablo Luna, de un fragmento del Concierto para trompeta, de J. N. Hummel; otro de “Alma española”, por Orlando Portocarrero y su banda; y de Rorate Caeli Desuper, por el Coro del Monasterio de São Bento e Coral, de Río de Janeiro. La música persigue incluso el desplazamiento de estos actores singulares, fieles a una coreografía de rondas y procesiones, que en esta puesta son breves y menos reiterativas que en los anteriores montajes. Tampoco se desentienden del tratamiento poético que abarca a toda la producción del grupo y supone una aspiración nacida de las raíces: situar la propia experiencia y determinar lo esencial. Como en otras presentaciones, La Zaranda no acostumbra saludar al público de acuerdo con las convenciones, pero en los últimos tiempos, al menos en sus estrenos en la Argentina, saluda desde uno o más personajes y conmueve con ese ritual.
* El régimen del pienso, de Eusebio Calonge. Con Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez, Luis Enrique Bustos y Javier Semprún. Música: Pablo Luna, Amadeo Vives y J. N. Hummel. Imagen de Cartel: Andrew Polushkin. Dirección: Paco de La Zaranda. Producción ejecutiva local: Alberto López y Romina Chepe. Producción ejecutiva TNC: Verónica Duh y Ana Dulce Collados. Producción general en Buenos Aires: Sebastián Blutrach. Lugar: Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815. Hoy, a las 20.30, última función.
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