TEATRO › GRISELDA GAMBARO ESTRENA HOY QUERIDO IBSEN: SOY NORA
La escritora, dramaturga y ensayista se refiere al estado del Teatro San Martín, donde a partir de hoy se podrá ver su relectura del clásico Casa de muñecas. “El abandono es humillante. Se gasta una enormidad en eventos y uno se pregunta qué pasa con el teatro”, dice.
› Por Hilda Cabrera
Nora interpela a su autor, Henrik Ibsen, y en esa ida y vuelta dibuja su personaje. Toma distancia del que imaginó el dramaturgo noruego en Casa de muñecas quien, por esa circunstancia, pasa a ser protagonista, no ya de Casa... sino de Querido Ibsen: soy Nora, la más reciente obra de la escritora, dramaturga y ensayista Griselda Gambaro. El atrevido planteo de la protagonista, insólito para la época en que se la retrata, no adhiere a las versiones que han mostrado a la Nora de Ibsen como una revolucionaria o un ser que, ahogado por su obediencia, primero al padre y después al marido, creó su propio cerco. Encerrona de la cual sólo se sale con actitudes extremas. Gambaro no apunta a una ni a otra, pues Nora no es la mujer que cumple una función periférica sino alguien que se dispone a obrar sin siquiera apoyarse en la esperanza de un cambio. El lenguaje fluido y conciso de la autora reaparece una vez más en esta pieza que, dirigida por el pampeano Silvio Lang, se estrena hoy, en la Sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín. Sobre la génesis de este trabajo, Gambaro cuenta en esta entrevista que lo inició para la actriz Alicia Zanca: “Era su próximo proyecto. Yo estaba muy ocupada y se lo dije, hasta que, en un día de ocio, surgió una idea sobre la obra y me puse a escribir, pero entonces Alicia ya estaba muy enferma”.
–En Querido Ibsen... Nora interpela pero también dialoga, quiere ser artífice de su figura. Ese comportamiento es la contracara del asignado a su marido, Torvald, meloso y a la vez violento.
–En mi obra, lo original, y lo digo entre comillas, es la presencia de Ibsen escribiendo Casa de muñecas, porque ésa es la obra que se está gestando en la escena. Allí vemos que los personajes no están enteramente apresados por el autor, que lo impugnan, sobre todo Nora, y lo odian, incluso.
–¿Se trata de un sinceramiento? Nora es consciente de que Ibsen puede ayudarla o destruirla.
–Las propuestas de Ibsen no son las que ella espera, aunque él no hubiese podido escribir esta obra si las mujeres de aquella época no hubieran estado luchando contra las reglas de una sociedad tan pacata. Como Nora, esas mujeres quedaban unidas a matrimonios donde el marido era el dueño de la ley. En Nora, la libertad para elegir no es solamente un tema social: es una postura individual e interior. El motivo por el que su marido la desprecia es haber obtenido un préstamo a escondidas y falsificar la firma del padre, supuestamente su garante. Su propósito era gastarlo en un viaje que permitiera mejorar la salud de su marido. El desencadenante de esta historia es la mezquina reacción del marido al descubrir su deuda.
–¿Cuál es hoy el valor de una obra como Casa de muñecas?
–Reconozco que Ibsen es un gran autor, aunque hoy no se podría soportar en un escenario una obra tal como la escribió porque es reiterativo y explica demasiado, pero la estructura y el diseño de los personajes sigue en pie. Es un escritor sólido. Desde el punto de vista actual se lo cuestiona, pero debió tener mucho valor e independencia de criterio para escribir esta obra en el siglo XIX. No estoy muy actualizada de los comentarios y reacciones que produjo, pero debió haber caído pesado.
–¿Cómo fue el trabajo con el director Silvio Lang?
–Vi una puesta suya de mi obra La señora Macbeth, en Santa Rosa, La Pampa, en una vieja papelera. Estaba muy bien actuada y resuelta. Tengo buena relación: es inteligente, preparado y se interesa no sólo por hacer teatro, sino también por pensarlo.
–¿Qué significa “pensar” el teatro?
–Ver qué pasa por dentro, qué obras se ofrecen, cuáles son las tendencias y qué es eso de lo nuevo por lo nuevo, o sea, la moda. No estoy todo el día metida en el teatro, pero trato de enterarme qué están aportando las salas y si sus espectáculos son realmente trascendentes. También, cuál es el camino del teatro para “un solo espectador” (un teatro experimental creado “para resistir”, según sus practicantes), que no impugno a priori porque puede ser inquietante. El teatro ha sido siempre un arte colectivo, y prefiero preguntarme si sirve o no ese individualismo, así como me pregunto por el excesivamente tecnificado. En esas expresiones cuenta mucho el narcisismo.
–¿Para no quedar desfasados, tal vez?
–Uno tiene que trabajar por propia necesidad y no por lo que dicta la moda.
–¿Imagina la puesta cuando escribe?
–En mi cabeza está todo: soy la primera realizadora de mis obras.
–¿Cómo es hoy la actitud respecto de la actividad teatral? Me refiero a la sociedad en general y a los funcionarios.
–Para responder a la de los funcionarios basta con poner la mirada en el Teatro San Martín. No soy sensiblera, pero veo el estado en que se encuentra el San Marín y me conduelo. Basta ver cómo están los baños, los pasillos de las escaleras... El abandono es humillante. Se gasta una enormidad en eventos, como la carrera de autos en la ciudad, y uno se pregunta qué pasa con el teatro. Es cierto que nunca fue reconocido como un bien de servicio a la comunidad, pero tanta dejadez, tanto desprecio por la cultura es intolerable.
–En Querido Ibsen... se menciona varias veces la palabra desasosiego...
–Esa es la palabra justa para denominar lo que sentimos. Ese estado del espíritu donde uno siente que no está bien y no sabe por qué. Aquí sabemos a qué se debe y si le ponemos nombres diríamos que lo que sentimos es pena y dolor.
–¿Habrá más textos suyos?
–Alfaguara publicará el año próximo una compilación de algunos de mis cuentos anteriores más otros recientes. Escribir es mi vida. Debo tener la cabeza habituada a imaginar.
–¿Vivir alejada de la ciudad favorece a un escritor?
–No podría asegurarlo, pero tengo mi casa en Don Bosco, y con jardín, que no es el de Luxemburgo. A los lectores del diario les recomendaría algo muy simple: plantar algo, lo que sea, radicheta, que crece rápido, para evitar el desasosiego y sentir que la tierra cuidada es generosa, cálida y agradecida.
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