Martes, 3 de septiembre de 2013 | Hoy
TEATRO › AZULEJOS AMARILLOS, EN EL CAMARíN DE LAS MUSAS
La pieza teatral de Ricardo Dubatti, dirigida por Sebastián Kirszner, va transformando lo que en principio parece un encuentro “normal” entre cuatro personajes en una serie de situaciones oníricas, absurdas y hasta filosóficas.
Por Paula Sabatés
Azulejos amarillos confirma una máxima: se puede generar acción dramática sólo con el recurso humano. No es que la obra escrita por Ricardo Dubatti y dirigida por Sebastián Kirszner carezca de otros elementos de la puesta en escena. Los tiene, y en efecto colaboran con la calidad del espectáculo. Pero en esta obra todo lo que sucede está allí, en el cuerpo vivo de actores que dicen y hacen con una potencia tan grande que todo lo demás pasa a un segundo plano. La pieza, que es la primera del joven dramaturgo en ser llevada a escena, muestra a dos albañiles que se disponen a arreglar el baño de un teatro en construcción. Allí se encuentran con dos músicos que se encerraron a ensayar una obra. A partir de entonces, el tiempo irá transformando lo que en principio parecía un encuentro “normal” entre cuatro personajes en una serie de situaciones oníricas, absurdas y hasta filosóficas.
Dionisio Javier Pastor y Augusto Ghirardelli interpretan respectivamente a Pepe y Pridamante. Cada uno construye a su albañil aprovechando sus recursos físicos y actorales, lo que hace que posean registros distintos que el director aprovecha en beneficio del texto. Sorprende, pero hasta sus rostros parecieran haber sido moldeados para encarnar a estos trabajadores, y también sus voces. Como si estos actores hubieran nacido para interpretar a estos personajes. La elasticidad y altura de Ghirardelli le sirve para construir un Pridamante inquieto, aparentemente ingenuo y algo torpe, mientras que el Pepe de Pastor es más serio y decidido, cosa que se puede ver en su cuerpo. Ambas actuaciones son magistrales y una de los elementos más destacados de la puesta.
Pero los albañiles no están solos. Lejos de ser simples acompañantes, tal como sucede en otros espectáculos, los músicos de Azulejos amarillos son parte fundamental de la obra. Interpretados por Daniel Ibarra y Eduardo Lázaro, los músicos/actores son auténticos personajes, con todo lo que eso implica. Su participación es tan fundamental como la de los albañiles y hasta determina a estos últimos, para quienes su encuentro no será gratuito. Si bien tienen poco texto, sus acciones físicas y también la música que tocan, que acompaña los climas dramáticos que proponen Pepe y Pridamante, ayudan a darle sentido y completan el universo que se ve en escena. Es de destacar, en ese sentido, la música original, a cargo de Gamal Hamed y el propio Lázaro.
Claro que además de las virtudes evidentes de los actores, su lograda participación es también mérito de Kirszner. El joven director ya se ha destacado anteriormente con Las memorias de Blanch y El casting, entre otras piezas de las que es autor y director. Ahora, su (re)lectura del texto de Dubatti, y su capacidad de llevarlo a escena como lo hizo, confirma que se trata de un director con un estilo bien propio, que en lugar de repetir fórmulas está abierto a la exploración de nuevos recursos. Su decisión de trabajar sobre un campo de acción acotado (la proximidad que les dio a los objetos hace que la sala parezca más chica) le permitió acentuar la acción dramática. Y la multiplicidad de códigos y recursos que utiliza en escena hace que la puesta presente varias puertas de entrada para que el espectador elija por cual sumergirse en ella.
En cuanto a Dubatti, su trabajo es profundo e inteligente. Con ingenio, el dramaturgo logra una mezcla perfecta entre el absurdo y una lógica más realista. La pieza, con reminiscencias de Beckett asumidas por el mismo autor, tiene la habilidad de esconder un procedimiento tan interesante como el de la metateatralidad (aquel en el que el teatro habla del teatro). Sobran motivos para asegurar que eso intentó el dramaturgo, aunque para preservar el misterio y la sorpresa del espectáculo no serán relevados en esta nota, ya que el descubrimiento de esto, por parte del espectador, es una de las cosas más interesantes que plantea la obra. Basta con comentar los más obvios, que tienen que ver con la escenografía, a cargo de Lola Gullo. En aquel baño se encuentran colgadas las marquesinas de algunas de las anteriores obras de Kirszner y también de esta misma, Azulejos amarillos.
Pero Dubatti no sólo logra explorar de una forma muy original y creativa un recurso utilizado tan frecuentemente en el último tiempo como es el de la autorreflexión teatral, sino que además logra filtrar, como lo hace el agua de una cañería rota, una metáfora sobre el oficio dentro de tanto absurdo aparente. Como el albañil, el actor está en continua construcción, en una construcción infinita, si se quiere (el mismo autor, al explicar la génesis de la obra, señaló que para él “la reparación de la casa es Godot, por eso no llega jamás”). Los mismos azulejos amarillos son también una metáfora. Del deseo de hacer, motor de cualquier oficio y también de cualquier pasión. Cuando el espectador entiende eso, la metateatralidad cobra un nuevo sentido. Azulejos amarillos habla ahora de Dubatti, de Kirszner, de esos actores. De ese grupo de “Teatro Joven” que, con esta pieza, se esfuerza por encontrar un estilo propio y ayudar así a delinear un nuevo rumbo para el teatro independiente.
* Azulejos amarillos va los jueves a las 21 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960.
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