TEATRO › EL HOMBRE ELEFANTE, EN EL TEATRO ASTROS
› Por Paula Sabatés
Es una pena: El hombre elefante, obra de Bernard Pomerance que por estos días dirige Daniel Suárez Marzal en el Teatro Astros (Corrientes 746), cuenta con el protagónico de Alejandro Paker, que lleva a cabo una de las actuaciones más impecables y conmovedoras de los últimos tiempos. Y, sin embargo, su participación es casi lo único que sobresale de la pieza, famosa por haber sido llevada al cine por el gran David Lynch. Aunque el resto de los intérpretes tenga participaciones prolijas (se destaca también Raúl Rizzo, con tres personajes muy bien logrados), hay en la obra un notorio problema en sus cuerpos, que se evidencia sobre todo en las escenas en las que ellos toman contacto con el personaje de Paker.
El hombre elefante cuenta la historia de Joseph Merrick, que en la Londres victoriana fue conocido por las terribles malformaciones físicas que sufrió desde bebé. El pobre sujeto sólo encontró sosiego en sus últimos años de vida, cuando el médico Frederick Treves (Gustavo Garzón) decidió hacerse cargo de su caso. En ese período aparecen en su vida la señora Kendal, una reconocida actriz del momento (Julieta Cayetina), el director del hospital (Marcelo Xicartis) y otros personajes de la alta sociedad, como la mujer que interpreta Graciela Tenembaun.
El problema con ellos está en la forma en que se relacionan con Merrick. Mientras en su caso cada sentimiento es expresado y percibido por el espectador, hay algo en la interacción de los otros actores con él que no resulta verdadero. Su deformidad es muy evidente (punto a favor: el magnífico Paker construyó su condición sin prótesis ni ningún otro artilugio) y no es creíble que eso no genere nada en el cuerpo de los demás, que sólo parecen sentir “algo” desde el lenguaje verbal.
Un ejemplo concreto de esto lo da la escena en que la señora Kendal le pone un traje a Merrick. La acción es simbólica, por todo lo que un traje significa, sobre todo en esa época. Ese hombre que siempre anduvo desnudo o con ropas rotas de repente viste igual que la alta sociedad. Y sin embargo, nada ocurre con eso en la obra. Ni ella muta al vestirlo, ni la actitud del doctor Treves cambia al verlo de ese modo. El acontecimiento pasa a ser un detalle, incluso menor, como algunos otros que se dan en la historia.
No ocurre lo mismo, vale decirlo, en la escena del desnudo, que también protagonizan Cayetina y Paker. Allí, ella le pide al hombre elefante que cierre los ojos mientras descubre su pecho del vestido. Ese otro acontecimiento clave para la “transformación” de Merrick sí es explotado al máximo. Cuando se da vuelta, se puede percibir la gran conmoción de Merrick frente a aquella imagen que creyó que nunca iba a ver. Lo mismo cuando entra el doctor y los sorprende. Ahí sí puede verse la reacción que genera el choque entre lo que Merrick era y en lo que se fue convirtiendo.
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