Domingo, 6 de octubre de 2013 | Hoy
TEATRO › EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE BUENOS AIRES, INAUGURADO POR FOUS DE BASSIN
En una noche de clima ideal, la compañía francesa Ilotopie inauguró oficialmente el FIBA con un espectáculo gratuito y de alto impacto visual, que tuvo el esperable contexto popular y dio pie a una serie de interesantes contrastes. Todo ello sobre el río más ancho del mundo.
Por María Daniela Yaccar
Esta noche la ciudad parece un gigantesco ser vivo, parafraseando a Murakami. El viento primaveral mece al Río de la Plata. Las luces de las torres lujosas, pegadas al dique, se reflejan en las aguas. A lo lejos se ven unas grúas del tamaño de animales prehistóricos. Hay pocas estrellas en el cielo de Puerto Madero, que acogerá fuegos artificiales, adelantándose a la época de las fiestas. Por primera vez –y, tal vez, como debe ser–, el Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) comenzó con un espectáculo masivo y gratuito, al que acudieron 20 mil personas según cifras del gobierno porteño. Una compañía francesa, Ilotopie, ofreció un show de alto impacto visual, que ocurrió íntegramente sobre las aguas del río más ancho del mundo.
No todos los días se ve algo así: teatro arriba del agua. El del viernes parecía uno de esos espectáculos que se ven en el Parque de la Costa, aunque con más presupuesto, claro, y europeo hasta la médula. Este tipo de cosas impacta al público argentino. Lo rimbombante gusta como gusta el cine con muchos efectos especiales. Aquí no había palabras, sí pura imagen, música muy parecida a la de Amélie, objetos enormes flotando en el río, fuego que aparecía de repente generando una cuota más de riesgo. Lo primero que flotó en Fous de Bassin –o Archipiélago de sueños–, luego de los aplausos de un público ansioso, fue un coche amarillo. Salió rodeado de humo. Después, otros personajes y armatostes se incorporaron a la historia: una cama de largas patas, un barrendero que agitaba su escoba en el agua, una mujer con un cochecito, un árbol emplazado en el medio del río, una bicicleta, una rueda enorme que hacía girar un hombre. Era gracioso escuchar las expresiones de los chicos cada vez que aparecía algo nuevo en la escena, que parecía una pintura de René Magritte.
Buenos Aires es amiga de los contrastes: todo este despliegue ocurría en el cauce que, en 2009, era el tercero más contaminado del planeta y, a su vez, en una de las zonas más exclusivas de la urbe. Desde el submundo que era el palco de prensa se veía gente al este y al oeste del río (en el dique 2). El palco estaba en uno de los balcones de la Universidad Católica Argentina. Del lado de la institución habían puesto unas gradas, pero la mayor cantidad de espectadores se apilaba en las vallas que rodeaban el agua. Del lado de enfrente se veía, también, mucha gente, y se distinguían las pecheras naranjas que llevaba el personal de seguridad, que tuvo que poner algunos límites a los que se subían a cualquier lado con tal de ver un poco. Muchos detalles del show se perdían por la lejanía obligatoria para verlo: los majestuosos trajes, por ejemplo. En el balcón de la UCA también ocurrían cosas surrealistas: adentro de las aulas había estudiantes analizando una filmina con una imagen de Jesús. Una monja estaba sentada en uno de los bancos. Mientras, afuera, pasaba algo que nada tenía que ver con eso.
Una actriz famosa de televisión exclamaba con voz aguda: “¡Esto me encanta! ¡Me hace acordar a Tim Burton!”. Tenía razón. Por cierto, de pronto, el espectáculo dirigido por Bruno Schnebelin se puso gótico como una película del aclamado director. Unos seres alados irrumpieron en una plataforma con antorchas y la cama del personaje principal comenzaba a prenderse fuego. No era tan clara la trama pero, en definitiva, lo que importaba eran los colores, los sonidos, las imágenes de ensueño. La novena edición del FIBA se extenderá hasta el 20 de este mes.
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