TEATRO › ENTREVISTA A MATTHEW LENTON, DIRECTOR DE INTERIORS
El director británico, al frente del grupo Vanishing Point, adaptó libremente una pieza de Maurice Maeterlinck. Pero el público se encontrará con algo distinto: “Cuando la audiencia puede ver todo servido en el escenario, no hay lugar para la imaginación”, dice.
› Por Paula Sabatés
Detrás de una ventana, en una acogedora habitación, un grupo de amigos se encuentra reunido para comer. Comen y conversan. Se ríen. Ignoran que del otro lado del vidrio transparente que los cerca hay un teatro lleno de espectadores observándolos. La escenografía de Interiors, obra del grupo británico Vanishing Point que se estrenó ayer en el FIBA y tendrá nuevas funciones hoy (a las 20.30) y mañana (a las 15) en el teatro Regio (Av. Córdoba 6056), es así de significativa. No sólo sirve para delimitar el espacio de la acción, sino que además crea una distancia especial entre actores y público, una separación entre un afuera y un adentro cargados de sentido. Lo interesante surge cuando una misteriosa figura que se encuentra del lado de los espectadores decide entrometerse en aquel micromundo. Entonces la celebración se va transformando hasta convertirse en una misteriosa e intensa tristeza.
Inspirada en la pieza Interior del autor belga Maurice Maeterlinck –en cuya obra ya se había sumergido la compañía con la puesta de Los ciegos, uno de sus textos más aclamados–, la puesta se estrenó en Escocia en abril de 2009. Está dirigida por Matthew Lenton, uno de los creadores más nombrados del Reino Unido (fue elegido como primer director británico de la Ecole des Maîtres, un laboratorio teatral paneuropeo asociado a los teatros de Jerzy Grotowsky, Peter Stein, Eimuntas Nekrosius y Jan Fabre, que también se presenta en el FIBA), e interpretada por Paul Thomas Hickey, Peter Kelly, Aurora Peres, Davide Pini Carenzi, Ruby Richardson, Ann Scott-Jones, Rosalind Sydney y Damir Todorovi.
Antes de su presentación en Buenos Aires, el director se reunió con Página/12 y habló sobre la puesta que ya fue premiada y aclamada por la crítica y el público de numerosos países del mundo. “Interiors es una obra hipnótica y misteriosa que se inscribe dentro de un grupo de obras de la compañía que se centran en lo visual. Nos interesa cómo la acción, más que las palabras, cuenta historias, y esta puesta está basada en eso”, afirma.
–¿La ventana que se ve en el escenario puede ser pensada como una cuarta pared?
–Podría ser... Técnicamente lo es, porque divide a la audiencia de los actores. Y en un punto funciona un poco como una protección porque separa a los personajes del mundo exterior, incluso del personaje que narra. Pero esa protección de todos modos se da por poco tiempo porque luego se acaba la diversión en su mundo, en el mundo interior.
–¿La obra está basada o inspirada en la de Maurice Maeterlinck? ¿En qué sentido?
–Está inspirada. La tomamos como influencia, de modo que el público no debería venir a verla esperando una versión, porque es muy diferente. Como nos había pasado con Los ciegos, este autor nos despertaba sentimientos viscerales al leer cómo trabaja temas tan universales. Sus obras son hermosas y a la vez inquietantes.
–En el manifiesto de la compañía dice que nacieron con el propósito de contar historias “bellas y oscuras”. Sin embargo, cuesta pensar en algo que reúna esas dos características a la vez.
–No para mí. Para mí en el teatro hay mucha belleza en la oscuridad física. Cuando la audiencia puede ver todo servido en el escenario, no hay lugar para la imaginación. Por eso me gustan las puestas oscuras, que haya puertas cerradas en escena y que no se vea lo que ocurre del otro lado. Yo creo que si caminas por un parque, por ejemplo, los árboles, el pasto, los pajaritos y el reflejo de sol pueden parecerte hermosos, y lo son. Pero también encuentro belleza en lo que está más escondido en un parque, en los pajaritos que se comen unos a otros, en aquello que intenta espantar a los más chiquitos, en las raíces de los árboles que se pelean por un lugar en la tierra. Eso es oscuro, pero también hermoso para mí.
–Algo así como lo sublime kantiano...
–Absolutamente. De joven uno de los primeros autores que se me cruzó fue Ionesco y su obra El rinoceronte, en la cual los habitantes de un pequeño pueblo francés se van convirtiendo en rinocerontes. Todos sufren esa metamorfosis, salvo el personaje principal, un hombre sencillo que es poco valorado y criticado por su adicción al alcohol. En esa fractura con la realidad también encuentro la belleza de lo sublime. Me atrapan las realidades que son como parecidas a la nuestra, pero en realidad no, son realidades corridas. Por eso siempre tomamos historias reales y las interferimos.
–Dijo en una entrevista que hubo un período de la compañía en el que hicieron las cosas mal. ¿A qué se refiere? ¿Qué sería hacer las cosas mal en teatro?
–Fue un tiempo en el que me di cuenta de que estaba tratando de ser como los directores que me habían influenciado en vez de ser yo. Una temporada hicimos un espectáculo realmente malo, y ahí caí en la cuenta de que eso no era lo que quería hacer, de que no estaba pensando si lo que hacíamos era bueno, malo o serio. Entonces empecé a hacer lo que sentía. Recién ahí considero que encontramos una voz como compañía, un sello.
–¿Y cuál cree que es?
–Que no repetimos fórmulas, sobre todo. Tratamos de encontrarle una forma particular a cada historia que queremos contar. Además de Interiors, hay otra obra nuestra que también sucede detrás de una ventana, y una vez un periodista me preguntó si había decidido que todas nuestras puestas iban a ser así. La respuesta fue que no, porque eso no sería un desafío artístico. Sí lo es la búsqueda de una necesidad para cada obra, que es siempre única. Por otro lado, nos gusta mostrar cosas reales, pero no de una forma totalmente naturalista.
–Desarrolla su teatro en el Reino Unido, una de las capitales artísticas más importantes del mundo. ¿Cómo es hacer teatro allí?
–Es un momento muy interesante. Yo vivo en Escocia, que el año próximo se va a convertir en un país independiente. Por ende, éste es un momento en el que los habitantes tenemos que decidir si queremos ser un país autónomo, pero gobernado desde Inglaterra o si queremos ser una nación verdaderamente independiente, con un gobierno propio. Particularmente, yo creo que esta última es la única forma de ser realmente independientes. Va a haber que trabajar duro, y creo que las artes pueden cumplir un gran trabajo en ese sentido, ya que siempre ha tenido un rol fundamental en este tipo de procesos. Con lo cual es un momento realmente interesante para hacer teatro en Escocia, y también para mostrarlo al resto del mundo.
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