Jue 24.10.2013
espectaculos

TEATRO › EL RATóN, DE LEO MASLíAH, DIRIGIDA POR GABRIEL WOLF, EN ANDAMIO ’90

Sinsentidos de una sociedad alienante

› Por Facundo Gari

No hay eje temático en El ratón, comedia teatral de Leo Maslíah que dirige Gabriel Wolf los viernes a las 23.15 en Andamio ’90. Podría ser la urgencia, aquello que detona la presión y de qué modo se digiere. Poco importa: el absurdo y la arbitrariedad están bajo las riendas del polifacético artista uruguayo, aquí o en buena parte de sus más de cuarenta discos editados, en casi la misma cantidad de libros y en más de diez otras obras de teatro. Desde allí sus incursiones siembran una lógica ulterior (uno o varios mensajes conscientes del autor, apofenias de su público o un poco de cada cosa). El humor es ingrediente básico de sus producciones artísticas, y claro que en esta dramaturgia (escrita especialmente para el debut del colectivo independiente Maniquíes & Compañía, que recaudó fondos para la puesta a través del sitio de crowdfunding Panal de Ideas) no falta esa singular combinación de acidez y ternura que dosifica risitas y carcajadas.

La acción transcurre en el estudio de una artista plástica, con un árbol escarlata por perchero, una biblioteca con adornos y un whisky, un escritorio lleno de papeles y pinceles y una silla con apoyapiés deforme. La escenografía (de Tomás Cernik y Salvador Aleo) y el vestuario (de Lizi Tarasewicz) confluyen con austeridad en un imaginario anacrónico, mezcla de lisergia y oficina circa ’60 con pizcas de estética de obra infantil. El grotesco se completa cuando la pintora disléxica Vicky Nijinski (Laura Verra) se marcha a su habitación a “meditar” con la computadora. Eso será luego de que el devenido operario de servicio telefónico para suicidas Clemente Pérez (Olivier Noel) le dé instrucciones nupciales, y después de que ella decline sus intenciones de casarse con Adán Barragán (Pierre Marquille). Dos mujeres más completarán la fauna “vocal”, delirante y esquizoide pero aún reconocible de ese departamento: la portera Socorro Colombo (Carolina Kasimierski), que llega para alertar sobre un roedor suelto, y la promotora Lulú Ctulhu (una Mariela Aracena deliciosamente sacada), que viene a reclamar las muestras de los cosméticos Navón (¡!) que le dejó a Vicky.

No por adeudar eje temático, los entreveros que se disparan son balas perdidas: versan sobre la institución del amor, las aptitudes laborales, el estatuto del arte, los de la belleza y la integridad humanas, la comunicación y los vínculos, y hasta la vida extraterrestre. Aproximaciones que tienen en común una postura subversiva con respecto a la hegemónica, que problematizan mediante la desmesura los sinsentidos de una sociedad alienante. La liga incluso el “despotismo” de la crítica teatral (ironía frecuente la de Maslíah sobre el discurso académico) que se rige por criterios de capricho o mercado, valga el doble oxímoron. El barroco de información está al servicio de una narrativa sin fisuras, como una pila de datos de “sentido común” que luego será empujada con un dedo de traviesa osadía. Durante una hora y media, el espectáculo transcurre con fluidez, y acaso a eso se deba que resulte abrupto el final, que interpela directamente al público.

Por lo demás, la batuta de Wolf (asistido por Marcia Rago) es exacta en la pieza. En esencia, por un puñado de sintonías entre Los Macocos, grupo fundamental del teatro contemporáneo, y Maslíah: en lo privado, por una coincidencia en la administración de acidez y ternura antedichas; en lo público, como parte de una generación que comprende el “humor teatral popular” bien lejos del prejuicio de la estupidez o la afrenta de la banalidad (y allí están de Los Volatineros a Luis María Pescetti, con correlato juvenil en el dúo Sutottos).

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