TEATRO › CABAñA SUIZA, DE LAUTARO VILO, LOS VIERNES EN EL TEATRO DEL PUEBLO
La obra no presenta una línea de relato central, sino que otorga igual jerarquía a las historias de seis personajes atravesados por la frustración, la melancolía y el misterio, que viven en un valle patagónico del que quieren huir.
› Por Paula Sabatés
No es la primera obra que lo hace este año, pero es posible que Cabaña suiza sea la que explore más a fondo la relación inexorable entre un territorio particular y la forma en la que éste determina la calidad de vida y las relaciones entre los sujetos que lo habitan. Escrita por el joven Lautaro Vilo, la pieza que se ve los viernes a las 21 en el Teatro del Pueblo (Av. Roque Sáenz Peña 943) es una colección de historias cruzadas que suceden hacia finales de los ’90 en un valle en el medio del desierto norpatagónico, de donde todos los habitantes parecen querer escapar. Con reminiscencias de películas western (aunque más al estilo de Tarantino que a los de los clásicos realizadores del género), el autor y director presenta estas historias de forma tragicómica, registro que ayuda a matizar la frustración, la melancolía y el misterio que viven esos sujetos.
La obra no presenta una línea de relato central, sino que otorga igual jerarquía a las historias de seis personajes que se dividen en dos familias. Una la conforman los hermanos Leo (Andrés Ciavaglia) y Fabiana (Paula Ransenberg), su prima Paola (María Abadi) y, por extensión, su amigo e inquilino provisorio Fernando (Francisco Civit). La otra, Roxy (Valeria Correa) y Antonia (María Ucedo), hijastra y madrastra, que conviven nada pacíficamente en la casa de al lado. Además de la relación entre Leo y Roxy, devenido en un noviazgo sostenido por la costumbre, a las dos familias las une la muerte de los respectivos padres y la omisión casi total de las figuras maternas. A estos personajes y sus historias se suman otros dos, encarnados ambos por Julián Calviño, quien da vida a los gemelos Felipe y Ulises Abdala, dos pueblerinos pesados que tendrán apariciones cortas, pero varios problemas con ambas familias.
Además de lo mencionado, Vilo escribió para estos personajes otro destino común: el tener que padecer, y no disfrutar, la herencia familiar. A Leo y Fabiana, su padre recientemente fallecido les legó una fábrica de chocolate que, por su ubicación geográfica, es más un peso que un negocio y también una caja llena de casetes con grabaciones suyas, en las que le hablaba a su mujer (ese elemento es de lo más interesante de la puesta, ya que permite pensar la construcción de la ausencia desde la ausencia misma). Por su parte, el padre de Roxy y esposo de Antonia les deja a ellas una casa para compartir, lo que les crea un disgusto continuo. Este planteo dramático cuestiona el tradicional tratamiento de la herencia material y además marca las diferencias entre dos generaciones, una que se conformó con vivir en aquel rincón y otra que sueña con escapar.
El intento por caracterizar la soledad del pueblo del que habla la pieza se evidencia en primer lugar a través de los espacios dramáticos planteados. La estación de servicio, donde ocurren algunos de los acontecimientos más importantes, y la chocolatería, que nunca se representa en escena, pero es uno de los lugares más nombrados, son dos de los sitios centrales de la obra y, paradójicamente, son espacios pensados para el turismo, para la gente que está de paso por el pueblo, y no como un lugar de pertenencia para los propios habitantes. Por otro lado, el mirador, que sí es un lugar que frecuentan los lugareños, se presenta en la trama como un especio triste, donde han ocurrido desgracias (entre otras, la muerte del papá de Roxy). Lo mismo ocurre con las casas de los protagonistas, planteadas como solitarias y hasta descuidadas.
Para esta construcción, Vilo se valió del escenógrafo Jorge Ferrari, que construyó un diseño espacial muy interesante. El escenario se presenta despojado, casi sin utilería, lo que permite que se pueda cambiar de una locación a otra de manera sencilla. Así, el espectador no tiene problema en aceptar que lo que empieza siendo casa de Roxy/Antonia se convierta inmediatamente en la propiedad vecina, luego en un descampado y luego en una estación de servicio. A ese fin colabora también el diseño de iluminación, a cargo de Gonzalo Córdova, que colocó hábilmente tubos de luz fluorescentes de forma oblicua en la parte superior del escenario. Cuando las luces están apagadas, entonces lo que se recrea es la tenue cotidianidad de los hogares del pueblo; por otro lado, un rojo cabaretero da vida a la estación de servicio; por último, la luz blanca sitúa al público en algún espacio exterior.
Además de lo espacial, Vilo también utiliza a los personajes para marcar la aridez de aquel pueblo. Como dice el programa de mano, el dramaturgo plantea “jóvenes con expectativas desmedidas” para las posibilidades que el lugar puede ofrecerles. Roxy sueña con tener una casa con un novio que ya no la ama, Leo quiere encontrar un bajista para su banda de jazz en un pueblo en el que nadie sabe lo que es el jazz y Fabiana pretende que la chocolatería sea un éxito, cuando no hay suficientes habitantes como para que lo sea. De todos modos, a través de ellos también muestra cómo algunas costumbres del lugar están muy impregnadas en los personajes, cuestión que se evidencia sobre todo en las relaciones amorosas (las mujeres no se enamoran del músico canchero, sino del tímido taxidermista, al contrario de lo que se supone que sucedería en una gran ciudad).
Con una dinámica muy bien lograda, y grandes actuaciones de todos los actores que provienen de diferentes estilos y que complementados conforman uno de los mayores aciertos de la pieza, Cabaña suiza logra transmitir lo que el propio autor expresó como objetivo en una entrevista: “La manera en la que la aridez del paisaje se mete en el corazón y en la cabeza de las personas”. Sencilla e inteligente, la obra que ha sido distinguida con el premio Artei a la Producción de Teatro Independiente 2013 demuestra que se pueden desentramar infinidad de temas y subtemas en un marco en el que parece no pasar nada, pero donde en verdad pasa de todo.
7-CABAÑA SUIZA
De Lautaro Vilo
Intérpretes: Francisco Civit, Paula Ransenberg, Julián Calviño, María Ucedo, Valeria Correa, Andrés Ciavaglia y María Abadi.
Música: Adolfo Oddone.
Escenografía: Jorge Ferrari.
Iluminación: Gonzalo Córdova.
Vestuario: Jorge Ferrari.
Voz en off: Damián Canduci y Lautaro Vilo.
Dirección: Lautaro Vilo.
Funciones: Viernes a las 21 en Teatro del Pueblo, Av. Roque Sáenz Peña 943.
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