Sábado, 2 de noviembre de 2013 | Hoy
TEATRO › BEATRIZ SPELZINI Y PABLO ALARCON HABLAN DE EL BESO
Según sus intérpretes, la primera obra del holandés Ger Thijs que se estrena en la Argentina “tiene una característica que encontramos en las criaturas de Anton Chejov: creer que la felicidad está siempre en otra parte”.
Por Hilda Cabrera
El miedo es demasiado instintivo para ser arrancado de cuajo, pero es posible apartarlo cuando no lo empuja el escepticismo. Una estrategia que –a sabiendas o no– practican el hombre y la mujer que, en El beso, obra del holandés Ger Thijs, coinciden de modo casual en un paraje solitario, punto de partida de insólitos itinerarios. Thijs imaginó para estos personajes un paisaje de naturaleza otoñal y secuencias atravesadas por la incertidumbre, circunstancia que invita a ensanchar el pensamiento y apurar preguntas sobre quiénes son y qué desean. El beso es “pura comunicación”, y exige a sus intérpretes, Beatriz Spelzini y Pablo Alarcón, reelaborar en escena asuntos básicos, como “la idea de la muerte y la pulsión de vida”, mencionados en el programa de mano por el director Cristian Drut (el mismo de Top Dogs, del suizo Urs Widmer; Crave, de Sarah Kane; Apenas el fin del mundo, de Jean-Luc Lagarce; El montaplatos, de Henrik Ibsen; y El campo, de Martin Crimpt). Con funciones en el Teatro El Tinglado, ésta es la primera obra de Thijs estrenada en la Argentina, hecho plasmado por la productora María Leguizamón dentro del programa de intercambio cultural entre Amsterdam y Buenos Aires (BUE AMS 2013), al que se sumó un simposio con presencia del autor y otros invitados holandeses.
En esta entrevista, Alarcón (actor y productor de Discurso de la servidumbre voluntaria, obra inspirada en un texto político de Ettiene de la Boessi, de 1548, crítico del desmedido poder de los gobernantes) y Spelzini (La celebración, Cita a ciegas y Rose, entre otros trabajos) destacan la importancia de “acordar sobre el contenido de la obra”. Una premisa que impide “perderse en subjetividades y saber qué se debe o puede actuar”, opina la actriz, premiada en teatro y cine, donde finalizó su participación en Los inocentes, ópera prima de Mauricio Brunetti.
–¿Saber “qué se debe actuar” supone no revelar misterios? El encuentro impresiona, incluso como proyección de deseos...
Beatriz Spelzini: –El que inicia la conversación es el hombre. Es lo opuesto a ella, que permanece callada hasta que, por insistencia, cuenta aspectos de su vida. Le va bastante mal; no se entiende con su hija ni con su marido, sospecha sobre su estado de salud y parece entregada a recibir un mal diagnóstico de su médico hasta que, por ese encuentro, se producen cambios. Trabajamos mucho sobre la traducción hecha por un español, porque no todas las palabras y los giros son los que utilizamos los argentinos. En algunos aspectos, la problemática es distinta, y en otros, parecida a la nuestra.
–¿Por ejemplo?
B. S.: –Los personajes, ya cumplidos los 50 años, no saben qué hacer con su vida, y no es el tema económico la principal preocupación. En la Argentina es distinto. La gente se jubila o no, pero, en general, sigue trabajando. Lo que sí suele ocurrir es que pierdan las ganas de vivir. Y ese planteo, que está en la obra y nos toca de cerca, es lo que me interesa. Ella tiene una actitud diferente a la del hombre, pero los dos ponen la felicidad en otro lugar. La mujer dice que si hubiera viajado hubiese sido más feliz y él, que hubiera encontrado la felicidad permaneciendo en el lugar en que se encuentran. El beso tiene una característica que encontramos en los personajes de Anton Chejov: creer que la felicidad está siempre en otra parte. Uno de los aspectos más significativos de la obra es recuperar la búsqueda del amor. El amor es posible, siempre. Y digo amor en un sentido amplio, en el que se siente por estar vivo y se mantiene hasta el final, en el entusiasmo por aprender y por las manifestaciones de la naturaleza, por contemplar la belleza de una puesta de sol...
–Aquí el que inventa historias es el hombre, acaso un “melancólico” que se disfraza de oso para disimular su fracaso como actor, o un “humorista desesperado” que padece el anonimato y es tentado por el crimen...
Pablo Alarcón: –Esas historias y su teatralización le sirven para crear una tercera realidad. Con Beatriz buscamos fotografías, videos y películas sobre el lugar que menciona el autor. Era una manera de entender qué experimentaban los personajes en ese paisaje. De todas formas, la angustia de los que en la vida real pasan momentos como éstos es, en esencia, la misma, aunque en Holanda prefieran alimentarse con caviar y nosotros con mortadela. Ese hombre y esa mujer están perdidos, tienen miedo de lo que les pueda suceder y necesitan ser felices. Es probable que él sienta con fuerza esas ganas de vivir que a ella, aparentemente, le faltan; y en ese tren de querer ayudar, hace todo lo posible para conquistarla. Esta es, finalmente, una historia de pareja.
–¿La invitación a teatralizar es una forma de exorcizar las penas?
P. A.: –Puede ser. Ellos juegan, como lo hacen los chicos, y la reacción del público es, según la escena, reír o lagrimear.
B. S.: –Pero actuamos sin exagerar ni parodiar, porque la risa viene sola cuando la situación es realmente graciosa.
P. A.: –Beatriz es muy sensible a lo falso. Cuando aparece algo impostado, le suenan todas las alarmas. En general todos las tenemos, pero en unos suenan más fuerte que en otros. Nos costó descubrir cuál era el camino más sensible y creíble en las escenas en que cambiamos de personaje. Por eso seguimos trabajando por afuera de la función, “pasamos letra” y nos corregimos.
B. S.: –Conozco el trabajo de Pablo, pero nunca antes compartimos un escenario. Es una linda experiencia llevarse bien en la escena. Si él está bien en su trabajo, sé que también yo estaré bien. El beso se apoya en la palabra, segundo a segundo, y es necesario señalar cuando algo está mal y no pensar que eso nos va a ofender. El narcisismo es para otros momentos, o para analizarlo con el terapeuta.
* El beso, obra del holandés Ger Thijs (estrenada en 2011, en Leiden). Con Beatriz Spelzini y Pablo Alarcón.
Iluminación: Alejandro Leroux. Escenografía y vestuario: Cecilia Zuvialde. Música y diseño sonoro: Fernando Diéguez. Asistente de dirección: Julieta Zucchini.
Editor: Diederik Hummelinck. Traducción de Ronald Brower y equipo argentino. Dirección: Cristian Drut. Producción artística y ejecutiva: María Leguizamón y Rodrigo Furth. Teatro El Tinglado, Mario Bravo 948 (tel. 4863-1189). Funciones: los domingos a las 21.15 y los lunes a las 20. Entrada general: 120 pesos. Duración: 75 minutos.
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