TEATRO › HOY Y MAÑANA, MUCHACHICA, UN ENCUENTRO DE MUJERES CLOWNS
Cuando el clown se asoció con el teatro, más mujeres se hicieron payasas. Este año, Marina Barbera y Yanina Frankel, entre otras, coincidieron con sus unipersonales en NoAvestruz. Todas ellas trabajan a partir de la conexión emocional con el espectador.
“Basta de la chica que fue dejada por el novio o de la que se quería casar y no pudo”, arranca la payasa Marina Barbera. “Sí”, la sigue Yanina Frankel: “Siempre teníamos que estar arreglándonos para salir. O nos hundíamos en la depresión de la payasa que se morfa un cuarto de helado mirando tele”. Barbera grafica una escena: una mujer yendo a comprar un postre a una estación de servicio, angustiada, a la noche. “¡No des tantos detalles que se nota que te dejaron!”, remata Frankel. Las dos mujeres ríen y disfrutan del momento actual del unipersonal clownesco femenino, un subgénero que crece desde hace más o menos un lustro y que empieza a renovarse en temáticas. Hubo un momento en que muchas mujeres comenzaron a interesarse por salir solas a la escena a mostrar una curiosa combinación de persona y personaje: en ese limbo está el clown. Muchas mujeres, como Frankel y Barbera, y como Irene Sexer, Valeria Maldonado, Luciana Wiederhod, Lila Monti y Paula de la Cruz, acapararon la escena y decidieron mostrar los pudores, los costados oscuros, las inseguridades y la ingenuidad que reposan en casi todas las almas humanas. Ahora se reunieron para mostrar lo suyo en MuchaChica, un encuentro de mujeres clowns, y así dejan en claro que todas son barajas de un mismo abanico.
Hoy y mañana se verán, cada día, tres espectáculos de las payasas nombradas. “Surgió casi de casualidad”, cuentan Frankel y Barbera, aunque es posible descubrirle al encuentro una misión: mostrarle al público porteño la vitalidad de los unipersonales clown en el género femenino. Porque en los últimos años proliferaron los talleres, los espectáculos y, específicamente, los espectáculos en soledad. Así que no fue del todo una casualidad, como nada lo es. Algo realmente empezó a pasar. El clown femenino se instaló, antes no era así: las mujeres eran acróbatas, trapecistas o ayudantes de mago. Cuando el clown se asoció con el teatro, más mujeres se hicieron clowns. Este año, Frankel, Barbera, Sexer, Maldonado, Wiederhod, Monti y De la Cruz coincidieron con sus obras en un mismo espacio, NoAvestruz, Humboldt 1855, el mismo que es sede de MuchaChica, siempre a partir de las 18.
Pasó otra cosa, además. El clown se convirtió para muchas mujeres en un oficio. Un oficio del cual se podía vivir si se lo acompañaba con clases. Frankel cuenta que en un momento largó su empleo de vendedora de zapatos y empezó a tener alumnos y a ganarse la vida en los escenarios. Barbera, que como ella era un bicho del teatro, viajó a Brasil, experimentó con el circo y el teatro antropológico, y cuando volvió integró el grupo Los Papota, conocido en el ambiente clownesco, y se quedó en ese terreno hasta ahora. Las dos comenzaron en el teatro como el resto de sus compañeras. Y lo abandonaron por esto, que se le parece. Pero ellas hablan como si el clown fuera algo bastante distinto. “Tiene una relación más directa con el espectador. Sentimos que estamos todos en el mismo espacio. Por más que tenemos una dramaturgia, una estructura, estamos más conectados con lo que sucede en el momento. Es un oficio muy carnal”, explica Barbera.
Lo que suele unir a todos los clowns es que en sus espectáculos hay un ser, no tanto un personaje. Y ese ser experimenta una transformación que es evidente, que en general es muy exagerada y por eso no pasa inadvertida. El clown casi siempre empieza en un estado y termina en otro. Sí que es carnal el oficio porque genera en las personas ciertos efectos: los que se dedican de lleno al clown, los más reconocidos, efectivamente andan deambulando por el mundo con una valija llena de ropas de un personaje. Los actores que son clowns, además, hablan de su personaje como si fuera un amigo imaginario que los terminó habitando. Dice Frankel: “Me siento como de siete años más o menos cuando soy Ingue”. Todos los clowns tienen un nombre, que es lo mismo que decir un alter ego. Ese ser los acompaña durante años, en varios espectáculos. “Ahora la mía se llama Mare”, cuenta Barbera. “Pero antes se llamó Martita y Marta.” “Mi payasa es muy gestual. Tengo una tendencia a sufrir... mi payasa llora mucho, todo le es terrible”, dice. No parece decidirse. ¿Habla de su payasa o de ella?
Cuando llega el momento de las fotos, Barbera saca una cajita de madera que tiene un aspecto antiguo y que adentro tiene algunas narices rojas, de distintos tonos. La cajita tiene un halo de misterio. Cuenta que se la compró en Brasil, justamente en el viaje en el que descubrió su oficio. Cuando habla de aquel viaje pone, en broma, el tono de una experiencia mística. Pero su payasa es mística en serio. “En Seis hablo de seis aspectos humanos, del ser, de direcciones. Son seis puntos cardinales. Seis puntos de partida infinitos. Sé de dónde empezar, pero no adónde llega. Mi payasa es abstracta e intensa al nivel de las emociones. Los espectadores ríen pero también lloran mucho. La gente tiene su propia vida, lo sé, pero hay una conexión emocional que se genera”, reflexiona. Eso se propone el clown: conexión emocional.
En la historia del universo clownesco-teatral –que es una rama del clown, porque también está el clown de circo– hay, al menos, tres mujeres que han sido hito: Raquel Sokolowicz y Cristina Moreira, que trajeron a Buenos Aires en los ’80 la técnica de Jaques Lecoq, y Cristina Martí, miembro del mítico El Clú del Claun. Martí dirige en MuchaChica a Barbera. Esas mujeres son referentes para ellas. “Todas venimos del teatro. En los últimos años hay una necesidad de formarse, y en un momento llegás al clown buscando una herramienta. Todas empezamos en clown y dejamos el teatro”, dice Frankel. “Cuando yo empecé no había muchas mujeres payasas”, destaca. “Somos muchas haciendo espectáculos, varias dimos el paso para que éste sea nuestro trabajo. No hace tanto que la mujer está dispuesta a correrse del ideal de belleza. ¿Soy gorda, medio deforme? Bueno, me divierto, me río de eso. Eso es clown. Ser actriz en su momento fue un paso, porque era un lugar de hombres”, agrega Barbera.
No hay un solo hombre en el ciclo, pero ellas aclaran que no fue intencional, que no quieren hacer una separación tajante. Sí hay directores, como Darío Levin. El encuentro surgió para cerrar un año en el que todas fueron estrenando espectáculos en el mismo lugar. En cuanto a los temas que tocan, Barbera ofrece una conclusión: “Las obras nuevas tocan temas más humanos, más de todos. No son exclusivamente femeninos, aunque obviamente sean transitados por una mujer”. Y pone como ejemplo el trabajo de Frankel, que trata sobre la inmigración. “Tenemos que dejar un poco tranquilos a los hombres... ¡no todos son iguales!”, bromea la payasa.
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