TEATRO › FACTOR BURZACO CIERRA EL CICLO SOBRE LA FRONTERA DEL CETC
En este proyecto ideado por Abel Gilbert se escuchan rasgos del rock, la tradición contemporánea y las circunstancias del aquí y ahora. “Es algo así como el medio para ir de lo alto a lo bajo, para provocar otros discursos”, explica el compositor.
› Por Santiago Giordano
La idea de “factoría” como el lugar donde los materiales se trabajan y se funden. De ese aliento etimológico parte el impulso de Factor Burzaco, el proyecto de Abel Gilbert, la sede de la búsqueda de un sonido que en su indefinibilidad deja escuchar rasgos del rock, de la tradición contemporánea y de las varias circunstancias del aquí y ahora, entre otras certezas. Hoy y mañana, a las 20.30, Factor Burzaco cerrará el ciclo Sobre la frontera, del Centro de Experimentación del Teatro Colón, que presentó además al cuarteto de cuerdas norteamericano Jack Quartet y al dúo brasileño Vamos Estar Fazendo. Carolina Restuccia (voz), Pedro Chalkho (guitarras), Facundo Negri (batería y vibráfono), Carlos Quebrada Vázquez (bajo), Sebastián Preit (piano y teclados), Rosa Nolly (saxo soprano), Sergio Catalán (flauta) y Luciano Gianbastiani (saxo tenor y clarinetes) son parte del grupo que contará además con el guitarrista Alan Courtis, el actor Hernán Crida, Nahuel Tavosnanska y el Nonsense Ensamble, dirigido por Valeria Martinelli, como invitados. “Factor Burzaco es algo así como el medio para ir de lo alto a lo bajo, para provocar otros discursos, para llegar a un territorio indefinido, que es lo que no es”, comenta Gilbert al comenzar la charla con Página/12. “Cuando comencé con este proyecto, pensé en una música nómade, que pueda ir de la Rock & Pop al CETC y mirá, ahora llegamos al CETC”, agrega.
Compositor, periodista y escritor, Gilbert no es ajeno a los cruces y las mezclas, en sus distintas formas. “Opté por la impureza en música, del mismo modo que trabajé mucho cierta zona de hibridez en la escritura, entre el ensayo y la crónica periodística. Y me siento muy como en esas zonas que no se inscriben en tradiciones que, si bien son importantes, no completan hoy las tendencias ni las lógicas de la música”, asegura, y enseguida explica que Factor Burzaco es el resultado de un silencio musical voluntario de casi diez años. “Viví algunos años en Cuba y al regreso comencé a participar de la escena musical contemporánea de Buenos Aires, pero me sentía un poco incómodo –continúa–. En realidad, me sentía hablado por un lenguaje, aunque es muy vago decir lenguaje cuando son tantos afluentes y tantas las tendencias en juego; hasta que entendí que mi educación en el post-serialismo me resultaba poco fructífera para lo que hubiese querido decir. Entonces dejé de hacer música y me dediqué a hacer libros, que incluso no tenían que ver con la música. Hasta que un día escuché In the Court of Crimson King, de King Crimson, y entré en un estado de conmoción. No era que yo quería hacer esa música, pero sentía que en ella había algo que interpelaba mi propia biografía.”
–Un factor sentimental...
–Es que con mucha música de mi juventud me pasó lo que con los juguetes: quedaron en un cajón. Y la relación utilitaria que uno establecía con ellos pasó de pronto a ser sentimental. De repente encontré en King Crimson algo que me interesaba y me servía. Me servía no porque sea rock, sino porque activaba la memoria de esos instrumentos, además de cierta idea del beat que me interesaba recuperar, después de muchos años de trabajar en tiempos lisos y ese tipo de cosas. También el tema de la voz amplificada y el disco como objeto. Me fascina trabajar en el estudio, creo que la escritura se completa en el estudio de grabación, cuando resolviste el último paneo, la última cámara.
Factor Burzaco tiene tres discos –ninguno de ellos editado en la Argentina– y uno en preparación. De una selección de estos materiales estará hecho el concierto que presentarán en el CETC. “En el primer y segundo disco hay mucho procesamiento del sonido, trabajo de estudio, digamos”, explica Gilbert. “El tercero, en cambio, está hecho de tomas crudas y el cuarto será más electrónico. No me preocupa la coherencia en este sentido, me parece sí interesante trazar un mapa de progreso, no quedarse en un lugar, porque si las características del lenguaje son fuertes, su forma de materializarse puede variar.”
En una de las obras de Gilbert se escucha algo cercano al Pierrot Lunaire de Arnold Schönberg, pero en ritmo de cumbia, mientras una actriz repite la inquietante sentencia del compositor alemán, cuando al poner a punto el sistema dodecafónico dijo: “He encontrado el sistema por el que Alemania se garantiza la supremacía por los próximos cien años”.
–Es decir, Factor Burzaco es, también, una crítica al conservadurismo de aquellas vanguardias...
–Es una perspectiva personal. Pero prefiero que el que escucha haga su propio mapa, que el objeto sea lo suficientemente potente para que se pueda discutir en términos musicales.
–¿Hasta dónde los cruces pueden potenciar una música y no debilitarla?
–No lo sé. Si uno parte del presupuesto de que no quiere repetirse, la idea de la impureza tiene que estar a prueba permanentemente. Tengo muy claro que la historia de la música nos pertenece y que la manera en que la utilizamos responde a estrategias y a la propia biografía, entre muchas otras cosas. Pero una cosa es lo que se decide en el plano estético y otra es el terreno de la praxis o lo que podríamos llamar cierta forma de activismo cultural; me refiero, por ejemplo, a encontrar e incorporar a músicos que llegan de historias diferentes. En estos conciertos de CETC estará el Nonsense Ensamble, que es seguramente la agrupación más extraordinaria de música vocal en América latina; estará también una cantante fuera de lo común como Carolina Restuccia, y van a tocar Alan Curtis, Sergio Catalán y músicos que tienen una pata en el rock y en el jazz. Que uno pueda reunir esta calidad de músicos y además sentir que han hecho propio tu proyecto es algo altamente satisfactorio.
–¿Su relación con el intérprete comienza por la escritura?
–Yo escribo todo, pero necesito que esa escritura entre en una dialéctica con el intérprete. Hay una instancia en la que frente a eso estoy dispuesto a reescribir o dejar que la música se reescriba sola, y eso me separa de la tradición del control absoluto. Me gusta dejar las cosas abiertas ante el oyente, que tiene su historia, su capital para poner en juego en una escucha. Muchas veces, el abismo que se abre entre el discurso sobre la música y lo que suena termina perjudicando a la música. Es importante dejar que la música hable por sí sola, que se imponga. Por eso me interesa llegar a una complicidad con el intérprete en la que la escritura sea nada más que un vehículo. Escribo y después confío absolutamente en el talento de los músicos que trabajan conmigo. Esta música no sería posible sin músicos comprometidos.
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