Dom 23.02.2014
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TEATRO › PANGEA MARCA EL REGRESO DE ANA KATZ AL TEATRO

Un viaje al encuentro con los otros

La autora y directora explica que, desde un punto de vista simbólico, la obra habla de un momento de deshielo en la relación entre padres e hija, que concluye en la elección de distintos territorios para vivir.

› Por Cecilia Hopkins

“Como sucede en Alicia en el país de las maravillas, en esta obra no hay ni castillo ni príncipe azul, sino un personaje que trata de crecer”, afirma la directora Ana Katz al referirse a Pangea, obra de su autoría que, bajo su dirección, se estrenó este fin de semana en el Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551). De regreso en el teatro, después de siete años de hacer cine (Una novia errante, Los Marziano) y de darse el tiempo para la maternidad (tiene dos hijos de tres y seis años), Katz aplazó el rodaje de dos películas para priorizar su vuelta al teatro. “En otros proyectos no está tan presente la idea de labor conjunta, de coparticipación”, afirma la directora en la entrevista con Página/12. Así, con un elenco integrado por Jimena Anganuzzi, Mario Bódega, Verónica Hassan, Iair Said, Mariano Sayavedra y Susana Varela, la obra de Katz cuenta la historia de Diana, una joven cuyos padres deciden que salga a recorrer mundo en vistas de un cierto estancamiento personal, opinión que también comparten dos de sus amigos. Esta expulsión le sirve a la protagonista para acumular experiencias diversas y para profundizar en sus deseos. Así que cuando vuelve sabe “ubicar” a su familia en un territorio y elegir para ella misma otro, con la idea de que “allí está todo por hacerse”.

El nombre Pangea alude a un hecho supuestamente ocurrido 300 millones de años atrás, cuando los continentes formaron un solo bloque a causa de los movimientos internos, producto de la actividad de las placas tectónicas. La mención a este tema de la geología le sirve a la autora y directora para referirse a la configuración de los grupos humanos, a la necesidad de contacto y distancia entre sus integrantes y también a ciertas fantasías que la globalización alienta vía Internet respecto de la cercanía de los territorios y sus habitantes, y de sus características comunes. En este sentido, Katz –quien confiesa ser una viajera impenitente– sabe que hay muchas formas de vivir en el mundo y que esto se constata cuando se viaja por fuera de los modelos del tour organizado: “el viaje es un momento de desorganización –sostiene–, y cuando uno se encuentra con otro esa experiencia puede ponerte en jaque”, concluye.

Katz explica que, desde un punto de vista simbólico, la obra habla de un momento de deshielo en la relación entre padres e hija, que concluye en la elección de sendos territorios para vivir: “la hija encuentra la manera de guiar a su familia a un lugar y reservar para ella su propio espacio de libertad”, afirma. Si bien la autora concibió su obra en un corto tiempo de escritura, su reelaboración y su período de ensayos demandaron, en cambio, un proceso prolongado, a los efectos de “encontrar a lo largo de un año de ensayos la expresión precisa, genuina, que pedía este texto”, según explica Katz.

–¿Dónde radicaba la dificultad mayor?

–No es una obra a la que le encontramos el tono desde un principio, porque aborda la transformación de una vida y cuenta un viaje sin precisar una ubicación en tiempo y espacio. Y porque el relato se organiza mediante recortes, algo que podría ser visto como caprichoso.

–¿Quería hacer un relato femenino?

–Creo que esta obra tiene una sensibilidad muy femenina. Tengo la sensación de que la mujer suele convivir con impresiones muy íntimas, con secretos personales. Y que tiene pequeños triunfos –puede ser un cambio en su forma de comer o en su postura– que no son perceptibles por los otros, pero son motivo de alegría para sí misma. Estos detalles no aparecen en otros relatos, porque estamos muy acostumbrados al punto de vista masculino. Y desde la expresión de esos detalles quería contar un viaje de aventuras.

–¿Existen aventuras masculinas y femeninas?

–La idea de aventura masculina, tanto en la literatura como en el cine, suele estar relacionada con el peligro o el esfuerzo físico. En cambio, aquí está ligada al vínculo que Diana mantiene con las personas, por fuera del marco que la cultura tradicionalmente le reserva a la mujer. La búsqueda de la singularidad es difícil: hay una fuerte corriente que está en contra de la expresión personal.

–Hay un humor particular que atraviesa la obra...

–En mi vida el humor es algo central, pero en mis textos nunca surge de una decisión previa. Aquí, me parece, el espectador se ríe al identificarse con zonas íntimas suyas. Donde está muy presente el humor es en la falta de equilibrio de los padres de Diana.

–¿Qué pasa con ellos?

–Esta familia es una estructura que no está funcionando bien y creo que estos padres sienten que contrataron un servicio que no se cumple como debería. Como si una pieza no encajara bien y hubiese que sacarla. Es así como “invitan” a la hija a partir de viaje. Y, cuando ella vuelve, se sienten responsables de su completa transformación.

–El nombre de la obra alude en forma simbólica a distintos temas que aparecen en ella. ¿Cuál fue el determinante?

–Pangea habla del momento en que todos los continentes estaban unidos. Este nombre surge de una impresión que tengo. Me parece que se transformó la sensación de la distancia, que pareciera que el mundo está unido nuevamente, aunque no esté claro si nos entendemos unos con otros. Porque pareciera que todo está globalizado y que todo es más o menos igual en todas partes. Pero la singularidad de las culturas es una realidad y el encuentro con los otros es lo que puede ponerte en jaque.

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