Mar 18.07.2006
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TEATRO › EL DOBLE REGRESO DE JORGE EINES

Pensar la condición de judío a partir de Israel en guerra

El director y teórico teatral argentino, radicado en España, volvió para poner en escena una obra sobre la Shoah y editar un libro para actores.

› Por Hilda Cabrera

Emigrado en 1976 a España, el director y teórico teatral argentino Jorge Eines acaba de presentar en Buenos Aires su libro Hacer actuar, al tiempo que renueva sus contactos con actores locales para conformar el elenco de Camino del cielo, obra del español Juan Mayorga que estrenará en el Teatro San Martín. En sus inicios, estudió con el maestro Raúl Serrano, tuvo acceso a las técnicas de actuación del estadounidense Lee Strasberg y a las enseñanzas del brasileño Augusto Boal. Se desempeñó como docente de elencos en los teatros Planeta, IFT y El Vitral, y dirigió, entre otras piezas, una versión de Woyzeck, de George Büchner, con Cristina Banegas, Carlos Giordano y Beatriz Spelzini. Su libro apunta a una vieja polémica en torno del método Stanislavski –actor y director del Teatro de Arte de Moscú que tuvo entre sus discípulos al innovador Meyerhold– y el implementado por Strasberg (1901-1982), quien tomó elementos originales del teórico ruso y creó su propia escuela al incorporarse al Actor’s Studio, fundado en 1947 por Elia Kazan y Cheryl Crawford. Este y otros temas son desarrollados por Eines de modo sintético y didáctico, subrayando en varios pasajes la necesidad de “no aislar la palabra de la acción y evitar así un acercamiento puramente lingüístico o histórico a la palabra en el teatro”. Este trabajo ha recibido la aprobación –impresa en Hacer actuar a modo de epílogo– de actrices y actores: Blanca Portillo, Rita Terranova, Federico Luppi, José Sacristán, Oscar Martínez, Miguel Angel Solá y Jesús Noguero. Presentar un libro es una buena excusa para reencontrarse con lectores y estudiantes e intercambiar ideas. “Me sorprendió comprobar que se trabaja con mis textos y se realizan lecturas integradoras”, dice Eines, luego de su paso por Bogotá, Medellín, Santiago de Chile y Rosario. Conduce una escuela de interpretación en Madrid y ha concretado diversas puestas, entre otras una versión de El precio, de Arthur Miller; Estación Tango, espectáculo sobre música de Astor Piazzolla, con participación de bailarines, orquesta y cantante; La señorita Julia, de August Strindberg; Ivanov, Tío Vania y La gaviota, de Anton Chéjov; y La música, de Marguerite Duras.

–¿Por qué Stanislavski contra Strasberg?

–Hace tiempo que se instaló esa confrontación, que no es tal, porque quién se pondría a discutir si hay más olas en el mar que en el río. Pero todo se oscureció cuando entró en escena la potencia marquetinera de Actor’s Studio, que vendió muy bien a sus alumnos: Marlon Brando, Geraldine Page, James Dean... Hacer actuar es una reflexión sobre las técnicas de interpretación, los límites del que enseña y la libertad del actor. En el libro, la confrontación no es asumida como una verdad en sí misma, pues el valor de una polémica reside en la palabra que deviene reflexión de quien escucha o lee. Como dice Gilles Deleuze a propósito de la lectura: el libro es lo uno que deviene dos.

–¿Cómo es su trabajo en España?

–Tengo treinta años de residencia y pude mantener un teatro, Ensayo 100, durante diecisiete años. Soy catedrático, publico libros, dirijo y estreno obras. Camino del cielo, de Mayorga, iba a ser estrenada por mí en el Centro Dramático Nacional de España, pero quedé afuera. Se la propuse aquí al director Kive Staiff. Le interesó y la vamos a presentar en la Sala Casacuberta.

–¿Qué le despierta esta visita?

–El deseo de que esta circulación de ideas y trabajo continúen. Sé que seguiré siendo español y argentino al mismo tiempo. Es inevitable. Ahora, con este paso mío por varias ciudades, siento que se me abre un territorio muy grato que no quiero perder. En el 2000, traje al Cervantes Los paraísos perdidos, una evocación sobre Jorge Luis Borges, pero con actores españoles y armada en España. Estar en la Argentina me trae el recuerdo de los actores con los que trabajé. Algunos que ya no están, como Adrián Ghio, que fue compañero de estudios. Camino... es una obra sobre la Shoah. Ponerla en escena es volver sobre mi condición de judío, con todas esas contradicciones que uno tiene frente a un Estado de Israel en guerra. Porque, a pesar de mi amor profundo y mi pertenencia a la comunidad judía, no puedo aceptar esta situación.

–¿Existe esa disidencia en Israel? Se dice que habrá guerras mientras el odio al enemigo sea más fuerte que el amor a los hijos.

–He trabajado en Israel y conozco mucha gente que piensa como yo. Para esa gente es tan difícil vivir allí como pudo haber sido para el español que sin estar de acuerdo con el franquismo debió quedarse en España durante el gobierno de Franco. Así como está ahora el conflicto entre israelíes y palestinos, extendido al Líbano, sólo se puede esperar catástrofe tras catástrofe. Esta situación no debería influir sobre el significado de la Shoah, ni a favor ni en contra.

–¿Pero lo tiñe?

–Justamente, para algunos influye. Por eso quiero hablar sobre esto y rescatar la importancia que tiene para mí –y creo que para muchos otros– el judío europeo que alimentó el teatro en la Argentina y produjo una respuesta desde la cultura.

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