TEATRO › MURIEL SANTA ANA, LUCIANO CACERES Y LA PUESTA DE LLUVIA DE PLATA
La obra que se presenta en el Multiteatro se plantea como comedia, pero su trasfondo y su esencia dejan unas cuantas cuestiones en el espectador: cómo la misteriosa aparición de fajos de dinero va transformando rápidamente a los personajes en escena.
› Por Emanuel Respighi
¿Cuál es la potencia transformadora del dinero? ¿Hasta qué punto la plata puede modificar a las personas? ¿Pueden tener las convicciones un valor monetario? ¿Hasta qué punto el vil metal puede poner en duda las bases más sólidas de un ser humano? ¿Qué puede llegar a hacer alguien por dinero? Si bien existen tantas respuestas como personas en la Tierra, lo cierto es que el vínculo que los ciudadanos entablan con la moneda se volvió cada vez más estrecho. Ya sea porque escasea, sobra, o porque se ambiciona tener más, el dinero en cualquiera de sus status pasó a ser un tema de conversación en las sociedades modernas, como la más clara manifestación de la victoria del capitalismo en la sociedad contemporánea. Esos dilemas son los que plantea Lluvia de plata, la obra teatral que Muriel Santa Ana y Luciano Cáceres protagonizan en el Multiteatro (Corrientes 1283, de miércoles a domingo), con dirección de Arturo Puig.
Divertida pero incómoda, la obra de Sébastien Thiéry es una de esas comedias francesas que, entre las carcajadas que provocan sus situaciones, interpelan al público. En Lluvia de plata, la inquietud pasa por abordar los límites de los seres humanos en su relación con el dinero. La trama se centra en Bruno y Laurence, un matrimonio de clase media, en la que él es un anestesista, sindicalista y dueño de un ideario socialista. El problema surge cuando, una tarde, aparece en su casa un billete de 100 euros sin dueño aparente, situación que empieza a mostrar la verdadera naturaleza de cada uno. Lo que se vislumbra en ese disparador se confirma días después, cuando sin razón aparente empiezan a aparecer fajos de dinero por toda la casa. La intriga y el temor inicial de la pareja ante la extraña aparición de dinero da paso, con el correr de los acontecimientos, a comportamientos divergentes, llevando a preguntarse a propios y extraños sobre si esa lluvia de plata es una bendición o una maldición. Además de Santa Ana y Cáceres, comparten el elenco Guillermo Arengo y Luciana Lifschitz (divertida composición de mucama de origen italiano).
“La obra no es una pavada, no es una comedieta: es una obra refinada, elegante, con toques de absurdo y momentos de profundidad. Es una pieza que genera reflexiones que trascienden el humor”, cuenta Santa Ana a Página/12. “La obra tiene mucho humor, por cada chiste hay una historia atrás, hay un hecho en el que descansa. No está puesto para buscar la risa solamente. Sacude otro lugar. Lluvia de plata es muy generosa porque nos permite transitar, desde la comedia, por un montón de situaciones. Es una obra que te hace reír pero que además tiene sus momentos emocionales”, se suma Cáceres.
–Lluvia de plata es, además, una obra muy rica a la hora de componer personajes.
Luciano Cáceres: –Es una obra muy generosa. Pasa de la comedia brillante, con toques del absurdo, a momentos de introspección de los personajes. Lo interesante es que no se termina de instalar en ningún lugar, no se vuelve solemne en ningún momento. La propuesta es entretener al público, que a su vez después puede generar debate y análisis en relación con el dinero. El juego es la clave.
Muriel Santa Ana: –La obra tiene un arco impresionante en poco tiempo, sobre todo en el personaje de Luciano, que es el que sufre la mutación más profunda. Mi personaje, en cambio, lleva la mirada más perpleja ante la situación en la que se encuentran. Tiene sus contradicciones y ambigüedades, pero ella no se corrompe. El arco actoral es grande y se desarrolla con mucha velocidad desde la primera escena.
–Lluvia... aborda la problemática del dinero y la relación que la gente construye alrededor de él. ¿Creen que en la sociedad actual la plata está más sobrevalorada de lo que debería estar?
L. C.: –Lo que pasa con la obra es tan singular, porque la plata no la ganan, no la heredan, no la buscan, no la trabajan, les aparece de una manera muy misteriosa. Es una situación rara. En mi vida, la plata siempre estuvo relacionada con el laburo. Primero de mi viejo y después del mío. En cualquier sociedad la plata es importante, pero a mí no me vuelve loco. La plata no trae la felicidad. En mi profesión, por lo pronto, lo que me permite tener un buen pasar económico es poder elegir los proyectos con mayor tranquilidad.
M. S. A.: –No corresponde a un fenómeno de tiempo: la plata siempre estuvo sobrevalorada. En El Mercader de Venecia ya se había abordado la problemática. El poder está donde está el dinero. Las naciones más poderosas del mundo no lo son porque tienen más longitud, sino que lo son porque tienen más capital que el resto. Los privilegiados de cada sociedad lo son por el dinero que ostentan.
L. C.: –Incluso, los derechos y deberes están condicionados por el dinero. Por ejemplo, hay cuestiones que antes no estaban valorizadas y ahora sí. Desde la nueva filosofía se habla, incluso, del precio que tiene un ama de casa por el trabajo que hace en su casa. Sus horas se empiezan a calcular monetariamente. No sólo por el avance de la mujer, sino porque ahora el tiempo es plata.
M. S. A.: –Yo trato de que el dinero ocupe el lugar de dinero, que no afecte quién soy yo, mi identidad, mi ser, mi relación con el mundo. Tengo el privilegio de ser una actriz, que es mucho más que ser cuentapropista o vivir de rentas. Tengo la suerte de vivir de mi profesión.
–¿El dinero parece ser un fin en sí mismo y ya no la contraprestación por una tarea?
M. S. A.: –Estamos siendo ametrallados por una cultura en la que lo importante no es ser buena persona o perseguir una vocación, sino hacerse rico. No sólo está mal visto ser pobre sino que hay que ser rico. Uno siente que ya no basta con tener lo que uno necesita. ¿Dónde está el límite? Si tenés una casa, hay que tener otra. Si tenés un auto, hay que ir por el segundo. Si algo no lo usás mucho, inmediatamente la sociedad te exige que “lo hagas guita”. Hay una obsesión por el dinero que tiene que ver con el poder, con la codicia, con querer “ser alguien” según los parámetros de la sociedad actual.
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