TEATRO › EL LUTO LE SIENTA A ELECTRA, DIRIGIDA POR ROBERT STURUA
El director georgiano reinventa el texto de Eugene O’Neill en una puesta que se apoya en técnicas que recuerdan al circo, pero luce sobre todo en el impecable trabajo de sus intérpretes y una puesta cuidada y bella, que dispara interrogantes en el espectador.
› Por Hilda Cabrera
Aun cuando el sentido trágico esté atravesado por el humor es posible descubrir su oscura poesía. El mecanismo que pone en funcionamiento el director georgiano Robert Sturua en la reinvención de El luto le sienta a Electra, de Eugene O’Neill, prueba que en “la obsesión por el sentido trágico de la existencia”, atribuida al dramaturgo estadounidense, cabe lo festivo. En la versión estrenada en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín, con adaptación y dramaturgia de Patricia Zangaro, el director se inclina por técnicas que recuerdan al circo, bromas de resurrección, insinuaciones de corte edípico y por amores cruzados que mixturan ligereza y crueldad.
La introducción del relator Seth –el jardinero con traza de vagabundo compuesto por un creativo Pablo Brichta– da lugar a los apartes que en esta puesta completa un coro, acaso para no olvidar que la obra de O’Neill (1888-1953) se inspira en personajes de los trágicos griegos. Porque la familia del general Manon es la del rey Agamenón que regresa a su casa tras la guerra de Troya; su mujer Cristina es la Clitemnestra de los griegos, madre de Ifigenia, sacrificada por Agamenón; Lavinia es Electra; y Orin, Orestes, hijos que han crecido en el odio y el dolor de la guerra. Los varones Manon (padre e hijo) dejaron atrás la Guerra de Secesión (1861-1865), que en este estreno no es sólo aquélla, pues abarca a todo conflicto bélico y a sus rituales de odio y violencia.
Convertida en nido de escorpiones, la mansión de los Manon es calificada de “tumba” por los “comentaristas” (el coro y Seth). La intrigante y temeraria madre actuada por Leonor Manso –artista que sabe cómo transmitir lo esencial y extravagante de su personaje– odia al esposo y manipula de tal modo a su amante que hace de éste su cómplice, y hasta se toma a chiste el crimen. ¿Quién “está al servicio del bien” en esa familia? Un libro caerá desde lo alto como piedra del cielo para que Seth se instruya sobre la historia. Y caerá también un ave para que la madre la retuerza con fruición.
El hijo soldado clama por abrazar a su madre con la urgencia de un niño, y corre y trepa por los andamios, donde a intervalos circulan los integrantes del coro. Hijo y madre se besan. Es el toque edípico que Sturua no desdeña en su puesta, porque, tal como se dirá de cara al espectador, “es ridículo tanta tragedia en escena”. Sólo en escena y en algunas secuencias, porque no se puede tildar de ridículas a las palabras que duelen: “La guerra nos hizo idiotas y criminales..., las madres debieran oponerse...”, según confiesa y exige el hijo que recrea Diego Velázquez, intérprete versátil, certero en sus movimientos y en su actuación, como también lo es Paola Krum, en el rol de Electra, la hija que, a pesar de ser arrasada por el deseo de venganza, deja entrever sus contradicciones sobre el amor que busca y del que huye.
En la catarsis de reproches que se endilgan unos a otros, el sentimiento de culpa aparece sólo en Orin. Las estratégicas interrupciones de Seth invitan a reflexionar sobre las tropelías que suceden en familia, sobre el carácter de las infidencias y de esas escenas que “nunca verán”, como apunta el supuesto jardinero a la platea. Una prometida batería de secretos que intentan crear interrogantes en el espectador. Esto no significa que el buceo sobre cada personaje sea literario. La opción es la sugerencia, lograda a través de los gestos y el estallido de algunas acciones en una unidad espacial que cuenta con desniveles, un andamio y escasos elementos escenográficos. Los intérpretes en su totalidad sostienen su trabajo y aciertan. El resultado es una puesta cuidada y bella, a la que contribuyen los creadores de la escenografía, las luces, el vestuario y la música. Sturua ofrece aquí un trabajo despojado de solemnidades, en un estilo que articula diferentes géneros y donde el humor es utilizado en el sentido de conclusión de un acto reflexivo y no de una tontería.
9-EL LUTO LE SIENTA A ELECTRA
de Eugene O’Neill
Traducción y dramaturgia de Patricia Zangaro.
Elenco: Leonor Manso, Paola Krum, Héctor Bidonde, Diego Velázquez, Nacho Gadano, María Figueras, Pablo Brichta, Germán Rodríguez, Alicia Muxo, Pablo Rinaldi, Abian Vainstein, Gustavo Böhm, Susana Machini, Ana María Caruso, Inés Cejas, Héctor Sajón y Raúl Herrero.
Escenografía: Gabriel Caputo.
Luces: Chango Monti.
Vestuario: Renata Schussheim.
Adaptación, puesta y dirección: Robert Sturua.
Sala Casacuberta del Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530. Miércoles a sábados a las 20.30, domingos a las 19.30.
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