La “familia teatral”, según palabras del mimo y coreógrafo Igor Lerchundi, no faltó a la cita programada en la tormentosa noche del martes para destacar la labor de quienes no han vacilado en la defensa del teatro independiente de Buenos Aires. De ahí la creación del premio que recuerda y homenajea al fallecido actor y director, fundador de teatros, docente y régisseur Onofre Lovero. En esta primera entrega conducida por el actor Gustavo Masó, los presentes en la colmada sala Multipropósito del Centro Cultural San Martín aplaudieron a los mimos Lerchundi y Roberto Escobar, creadores de la Compañía Argentina de Mimos (1959) y Mimoteatro de Buenos Aires (1973). Agradecido y entre bromas, Lerchundi tomó la palabra mientras su compañero artístico sonreía callado. Otra plaqueta fue para las periodistas Ana Durán y Sonia Jaroslavsky, fundadoras del Programa de Formación de Espectadores, destinado a adolescentes. Durán resumió la trayectoria de este proyecto iniciado en 2005 y destacó aspectos de la personalidad de Lovero. Entre otros, el disfrute que le producía asistir a las charlas con los jóvenes y el interés que demostraba por cada uno de ellos. Característica que en la velada señalaron los funcionarios representantes de Proteatro y de la Dirección de Promoción de Cultura de la Ciudad.

Hubo exhibición de videos, algunos confeccionados con recortes de prensa y otros artísticos, como el que protagonizó en escenas de danza la joven María, hija de Lovero. Ella y su madre, la escultora María Laura Vila, recordaron momentos de vida compartidos. Vila es la autora de las dos esculturas descubiertas durante la ceremonia. Una, que denominó Por amor, es representación del rostro de Lovero, y otra pequeña, Eppur si muove, la entregada como premio mayor al director Francisco Javier, profesor, traductor, investigador y régisseur de reconocida trayectoria en Argentina y Francia. Los nombres dados a las esculturas tenían su razón de ser para Vila, quien asoció aquello de “por amor se mueve el mundo, se mueve la vida”.

La emoción no daba tregua a Javier al recibir una distinción que recordaba la frase adjudicada al científico y filósofo Galileo Galilei y a la obra de Bertolt Brecht que protagonizó Lovero en 1964. “De más está decirles que me siento emocionado –comenzó diciendo Javier–, tristemente feliz porque me honran y me hace muy bien recibir el premio, pero me hubiera gustado que Onofre estuviera y habláramos del teatro independiente. Nos hubiéramos divertido. Voy a intentar evocar algunos aspectos de su vida, los que me resultan más queribles.” Así iniciaba su homenaje al compañero que conoció en el Colegio Nacional Buenos Aires: “Nunca estuvimos en las mismas aulas, pero nos encontrábamos en la sala de música, donde se concentraban alumnos de distintas divisiones para formar un coro... A él no le gustaba tanto el solfeo, a mí tampoco, pero hablábamos de nuestro contacto fervoroso con el mundo musical de Buenos Aires, sobre todo con el Colón”.

“Descubrí que ver un espectáculo de pie en el ‘paraíso’ costaba tres pesos. Viví en el Teatro Colón, vi todo lo que se hacía y podía oír.” De ese conocimiento nació una rutina: se saludaban con frase de ópera, que cantaban en la calle o en un café. Eso divertía a Javier, tanto como escuchar a Lovero hablar en cocoliche. Entre otras anécdotas memoró un encuentro donde Onofre empezó cantando un fragmento del 1º acto de La bohème y él le respondió como debía, cantando. “Esa parte era de tenor y soprano”, aclaró por la respuesta femenina. “Hicimos una vida paralela ambos, aunque no nos veíamos tanto, pero manteníamos esa cuerda operística.” Otra anécdota fue la de una representación de La fábula del jamón cocido, de Bertolt Brecht, en el Teatro Lasalle. Lovero y la actriz Alejandra Boero debían estar vestidos como para un concierto. El actor debía lucir zapatos de calidad. “Era una época, para él y para mí, en la que no se tomaban decisiones como ésas así nomás.” A pesar de la escasez fueron comprados: “Al día siguiente me entero de que Onofre llegó al teatro y los zapatos no estaban. Eran unos zapatos de cabritilla muy caros. Nadie sabía nada... Tuvo que salir a hacer la función con los zapatos viejos. Entonces le dije: ‘¿Onofre, vos no creés que esto puede ser una medida tomada por Bertolt Brecht? Le hubiera gustado mucho más que estuvieras vestido como un proletario y no como un burgués con zapatos de cabritilla’. Empezó a reír, imaginándose como un obrero llevando los zapatos de todos los días...”. Otra cita memorada se dio en la confitería Ideal, siempre con saludo operístico. “Onofre eligió a Verdi y yo a Jules Massenet.” Y hubo un año que no olvidaron: 1973, el de la muerte de los tres Pablo: Pablo Picasso, Pablo Neruda y el violoncellista Pablo Casals. “Onofre me dijo: ‘Y yo que no tuve tiempo de decirle a Picasso cuánto me conmovía su época azul’. Entonces recordé que tampoco yo pude decir a Casals cuánto me conmovía su interpretación de ‘La canción de la Estrella vespertina’, de Tannhäuser, de Wagner. ‘¿Y de Neruda?’, me preguntó. Y hablé de un verso del poeta en el que una pareja se separa y el hombre le dice adiós a la mujer y al niño que no tuvieron. Terminamos llorando. Eso está bien, lloramos y reímos.”

Fue éste un homenaje sentido y una entrega de premios merecida que finalizó con la representación de un fragmento de Hola Fontanarrosa!, obra en base a relatos y chistes gráficos del dibujante rosarino Roberto Fontanarrosa, que dirigió Román Caracciolo. Actuaron Julián Howard y Roberto Saiz, dos integrantes de Volatineros, grupo al que pertenecen estos artistas a quienes en otros espectáculos dirigió Francisco Javier.