TEATRO › VICTORIA ALMEIDA ESCRIBIO Y DIRIGE LOS DIAS DESPUES
La actriz confiesa que jamás se pensó como actriz “y como dramaturga, menos”. Sin embargo, abordó ambas tareas debido a sus ganas de hablar sobre las dificultades de “acceder a un encuentro real más allá de las neurosis, los mambos y las fobias de cada uno”.
› Por Andrés Valenzuela
A Victoria Almeida se la conoce sobre todo por sus trabajos en el escenario. Un poco, también, por sus apariciones en la tele. Y los amantes del cine de terror la esperan en El desierto, que estrenará en los próximos meses. Lo que nadie –ni siquiera ella misma– esperaba era que estrenara en plena temporada estival una obra propia, en la que su rol estuviera detrás de escena. Con Los días después (cada viernes a las 21 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960) Almeida sorprendió con una obra intensa y bien contada desde el teatro físico que narra la separación de una pareja joven. La puesta se apoya en un gran trabajo de los actores (Guadalupe Ocampo y Hernán Grinstein) y una escenografía (de Sol Soto) resuelta con sutileza.
“Jamás me pensé como directora, y como dramaturga, menos”, confiesa Almeida. “No soy alguien que escriba, pero tenía muchas ganas de hablar de esto y lo único que sé hacer es teatro, así que ponerme en este lugar fue más una necesidad de transformar algo que me venía dando vueltas en la cabeza.” En el camino, asegura que se descubrió disfrutando del proceso creativo desde el otro lado de su vocación teatral.
En buena medida, eso la llevó también a elegir el teatro físico. “Tenía imágenes sueltas y quería encontrar qué dramaturgia armar con eso”, explica y cuenta que disfruta asistir a obras de danza. “Me entran por un lugar más directo que el teatro de texto, que me encanta, pero soy menos racional, me emociono más cuando la cosa pasa por la acción, las imágenes o por una poesía que por el texto.” “Quizás un gran texto me vuela la peluca y me deja completamente atravesada, pero una obra de danza...”, completa con el gesto de quien le abren el pecho. “Lo que me gusta del teatro es la posibilidad de irse por un mundo que no se parece a la vida en su lenguaje, que tiene otra expresión: eso me da ganas de actuar y encarnar, así que la propuesta que les tiré a los actores era la que me seduciría a mí como actriz.”
La obra se construye a partir de la rutina de pareja: despertar, de-sayunar, comer, tener sexo y dormir. Una secuencia diaria que pronto se desgasta y se (los) desmorona. “La obra nace un poco por eso, también: tratar de develar a dónde puede llevar la repetición de una estructura de vida”, señala la directora. Y aunque el asunto último es la separación –y cualquiera que haya atravesado una se reconocerá en diálogos o pasajes de la obra–, Almeida afirma que el quid de la cuestión está en el desencuentro. “Ese es el tema que me viene dando vueltas en la cabeza hace un par de años: qué difícil que es acceder a un encuentro real más allá de las neurosis, los mambos y las fobias, todo ese combo que cada uno ya tiene. Ya tener un encuentro con uno mismo es un montón, ¡y con otro es tan incierto!”. En cuanto los desencuentros entre Ernesto y Eva comienzan, ya no hay vuelta atrás. Dejan de escuchar al otro y casi ni cruzan miradas. “Se arma una partitura y se queda prisionero de ella, no se puede salir”, lamenta Almeida. “En esos casos se da siempre el mismo tipo de diálogos, como si fuéramos caballitos que volvemos siempre al establo. ¡Una inercia...!”
Por momentos, en la obra parece que la única instancia de encuentro pasa por el sexo entre los personajes: un polvo antes de ir a la cama, cosa de dormir a pata suelta. Incluso ahí hay algo mecánico en su relación. “No hay mucho encuentro en el sexo tampoco, lo veo más como un trámite para ellos, como las otras postas por las que pasan”, reflexiona Almeida. “De hecho, nunca se miran, y ésa fue una de las propuestas cuando empezamos a ensayar el material. Fue parte de encontrar el modo de transitar la estructura de vida de los personajes.” Si ambos cruzan miradas, en algún momento, es para pelear, para gritarse en la cara. Ya para entonces la relación se les vuelve irremontable. “Cada uno monologa y ya no hay vuelta atrás”, reflexiona la joven actriz-directora. “Parece una mirada muy pesimista, pero no es la bajada que me gustaría dejar, sino que quería compartir el click que yo hice.” ¿Una advertencia? “Algo de eso hay. Ahí es donde el teatro tiene un sentido más grande, que con algo que a mí me pasó se puede traducir para que a alguien le caiga una fichita, o lo emocione o lo deje pensando.”
Es muy difícil dejar de preguntarse por qué la propia Almeida no quiso protagonizar la obra. Menuda y de rulos, Ocampo se parece un poco físicamente a su colega-directora. “Es que había algo que aprender ahí, algo que tenía que ver desde afuera. Para mí, la obra nace para terminar de revelarme alguna cosa respecto de los vínculos, y para eso no podía estar adentro”, justifica Almeida. “Por eso nunca pensé ‘voy a ser directora’ o ‘voy a escribir obras’, hasta no me sentía capaz. Fue en este proceso que descubrí que tenía un punto de vista y una manera de contar, que los actores se sentían cómodos con cómo los conducía. Y ellos son enormes, fueron recontra creativos y tuvieron una entrega increíble: eso me ayudó mucho.”
Un punto fundamental de Los días después es el manejo de la escena. Cómo la escenografía juega con el espacio que tienen los personajes para circular y que resulta determinante en el final. “Con la escenógrafa encuentro una empatía artística alucinante –celebra Almeida–. Mi idea de los dibujos en tiza en las paredes ya estaba planteada desde el principio y a ella le encantó.” Ese toque les agrega cierta candidez e intimidad a las actuaciones. Pero también hay otro aspecto fundamental que es que muchos de los elementos del decorado cambian de ubicación. “Tuve la suerte de que ella no hace bocetos sino maquetas; si no, no sé si me hubiera dado cuenta de que las cosas podían moverse, los espacios agrandarse y achicarse: la casa acompaña a los personajes.”
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