Domingo, 1 de marzo de 2015 | Hoy
TEATRO › LA NOCHE EN QUE FORTINBRAS SE EMBORRACHO, CON DIRECCION DE AGUSTIN ALEZZO
La obra del polaco Janusz Glowacki ofrece “otra cara” de Hamlet y lo hace con humor, sarcasmo e irreverencia. La pieza, como el clásico de Shakespeare, vuelve a hablar del poder, la traición, la locura y la muerte.
Por Paula Sabatés
Si a esta altura Agustín Alezzo es todo un clásico de la escena local, de seguro no lo es –o al menos no siempre– por las obras que elige representar. La noche en que Fortinbrás se emborrachó, el último de sus trabajos que acaba de estrenarse en el Teatro Sarmiento, es cuanto menos un delirio de esos que la literatura universal dio en la década de los ’90, cuando cientos de intelectuales y artistas se propusieron cuestionar las nociones tradicionales del drama. Escrita por el polaco Janusz Glowacki, proveniente de una familia que desde temprano se pronunció contra el régimen comunista, la obra narra los acontecimientos sucedidos durante una noche de invierno noruega, justo en paralelo a que en Dinamarca suceda lo contado en Hamlet, de William Shakespeare. Así, la pieza ofrece “otra cara” de la historia más representada del mundo, y lo hace con humor, sarcasmo e irreverencia. Tiene una duración de 80 minutos y es una de las propuestas más jugadas que el director montó en los últimos años.
Pese a que La noche... se propone como un intertexto de Hamlet –si ésta comienza con la supuesta aparición del fantasma del difunto rey de Dinamarca, la obra de Glowacki muestra cómo se interroga y tortura a ese fantasma, que es un actor noruego al que enviaron al país vecino–, se trata sin embargo de una pieza cerrada en sí misma, con una lógica, ritmo y personajes propios. El protagonista no es Hamlet sino el joven que da nombre al título (del original Fortinbras Gets Drunk). Como el príncipe de Dinamarca, Fortinbrás, es sobrino del rey de su patria, pero en vez de ser alguien a quien el poder y la venganza despiertan contradicciones internas (“Ser o no ser”), es un joven que sabe que no está listo para ese juego, al que entonces le huye. Así, se la pasa esquivando la responsabilidad que le toca (es un secreto a voces que su tío está muerto y alguien debe hacerse cargo de Noruega), apoyado sobre todo por el alcohol, que paradójicamente lo salva de esa herencia durante un rato.
El joven Fortinbrás es encarnado, en esta versión de Alezzo, por Sebastián Baracco, quien fuera discípulo del director, y actor en otros de sus trabajos anteriores. Si bien ya había demostrado su habilidad para crear personajes (es recordada su labor en Sombras desde el jardín, en 2013), en este papel despliega su gran potencial. Con una botella en la mano en casi todas las escenas, Baracco se hace cargo de la difícil tarea de crear un personaje tan ambiguo que pueda coquetear con la figura de héroe y antihéroe al mismo tiempo. Y sale más que airoso. Su logrado personaje evidencia, una vez más, la capacidad de Alezzo en la dirección de actores, por la que ha sido multipremiado y reconocido.
Como Baracco, otro actor abre el juego. Se trata de Francisco Prim, también alumno y hoy docente de la escuela de Alezzo, que en la obra hace las veces de Hamlet. Si el desafío de Baracco es grande, ni hablar del de este también joven y talentoso actor, que tiene que ponerse en la piel de uno de los personajes más complejos de la historia del teatro universal, pero por fuera de la obra que le da vida. En La noche..., los dos príncipes se encuentran. Incomprendidos, cada uno a su forma, mantienen un diálogo casi intimista que representa uno de los momentos más importantes de la obra. Allí, Prim esboza la célebre frase que da comienzo al monólogo, pero luego debe llevar a su personaje a otro universo. Y es que todas las palabras que dice el Hamlet de Glowacki cobran sentido sólo en esa fría Noruega, de modo que el actor tiene que sumar, a todo lo ya aprendido sobre el personaje, una nueva lectura, propia, sobre su cuestionada constitución. El resultado es grande. Prim consigue un Hamlet muy personal y muy solvente, y lo sostiene hasta el final con mucha habilidad. Su participación es de lo más destacado de la pieza, al igual que el contrapunto entre él y Baracco, que invitan a la reflexión en una escena que se extiende por más de diez minutos.
Pero el elenco de esta obra está conformado por doce personas, y lo cierto es que todos los actores aportan lo suyo al desarrollo dramático (en eso sí que Alezzo es siempre clásico: entiende que el actor es el alma del teatro). Se destacan también Julián Caissón, Roberto Romano e Isidoro Tolcachir, con personajes interesantes y fundamentales, pero también todo el resto: Germán Gayol, Martín López Pozzo, Greta Guthauser, Patricio Gonzalo, José Busacca, Roberto Capella, Eduardo Echtel y Federico Tombetti (también cotraductor, junto con Elizabeth Ríos). También hace un gran trabajo el equipo técnico-artístico del Complejo Teatral de Buenos Aires, sobre todo el escenógrafo y vestuarista Marcelo Valiente, que ayuda a delinear un universo casi onírico que contrasta, de un modo muy interesante, con el delineado rojo de la sangre que está siempre presente. Vale aclarar, sin embargo, que si bien esta obra es independiente de Hamlet, disfrutará doblemente aquel espectador que esté empapado en el drama por excelencia del autor inglés. Aquel que no lo esté, de hecho, perderá el constante correlato entre ambas historias, que es uno de los motores del espectáculo. De todos modos, está lejos de ser una condición excluyente: tanto unos como otros serán capaces de reconocer el claro mensaje que el autor –como hiciera el bardo en su tiempo– da sobre la traición, el poder, el amor, la locura y la muerte. Porque de eso no caben dudas: La noche en que Fortinbrás se emborrachó es una obra que habla del hombre, sus pasiones y lo que por ellas es capaz de hacer.
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