TEATRO › OSVALDO PELUFFO, DIRECTOR Y AUTOR DE FáBRICA DE CHICAS
La obra que se presenta en Teatro El Damero refleja una problemática cada vez más presente en el debate cotidiano. Y lo hace desde el difícil ángulo de las mujeres que terminan justificando la violencia de género con argumentos propios del machismo puro y duro.
› Por Paula Sabatés
Alma y Esther son víctimas de violencia de género, y eso se nota en todo lo que hacen. En una fábrica oscura, pequeña, y digna de cualquier lugar de la provincia de Buenos Aires, arman y empaquetan cajas de cartón mientras hablan de hombres, de su relación con ellos, de los vínculos poco sanos que generan. Vigiladas constantemente por una cámara que no registra sus voces, sin embargo bajan la voz cuando hablan de ciertos temas y sólo la suben cuando de sus bocas salen frases como: “Ella se lo buscó, se lo merecía” o “No fue culpa de él, yo estuve mal”. Protagonizada por María de la Paz Pérez y Verónika Ayanz Peluffo, Fábrica de chicas (sábados, a las 21, en Teatro El Damero) hace foco en ese comportamiento último. “Me detuve en el lugar que asumen estas mujeres. No puede ser que ellas mismas digan que otra se merecía que la golpeen. Esa es una frase que corresponde a la justificación de los hombres que tienen este manejo violento, imperdonable”, dice a Página/12 Osvaldo Peluffo, director y dramaturgo de la pieza que va por su segunda temporada en la cartelera porteña.
Con una puesta minimalista y una estética muy cinematográfica centrada en una iluminación que destaca los rostros (“hago teatro como si fuese cine, me siento cómodo en esa forma de contar”, asume el director), la obra de cincuenta minutos de duración pone en primer plano ciertos clichés de la problemática que se aborda. Los hombres que citan las protagonistas nunca aparecen en escena, pero son claramente delineados a través de sus relatos. En ellos se evidencia la potencia de la histórica cultura machista y la forma en que ésta se sumerge en el entramado cultural, hasta transformarse en sentido común.
“El de la violencia de género es un tema que me preocupó siempre. Tengo muchos amigos o conocidos que no tienen relaciones sanas con sus mujeres. Algunos hasta dicen que en cualquier momento van a hacer ‘la Gran Barreda’. Y me horroriza, así que siempre estoy reflexionando sobre esa cuestión”, confiesa Peluffo, que se asume fanático del universo femenino y de artistas que lo han retratado (como Bergman o García Lorca), y que ya está trabajando en una obra sobre otro tema que incumbe a la mujer, como es el del aborto. “Fábrica de chicas es eso mismo que dice su nombre: una radiografía sobre las chicas que se están fabricando, las que vamos a ver en las próximas generaciones”, adelanta el director, que está casado con una de las actrices.
–En general, quienes escriben obras sobre esta temática realizan previamente un estudio psicológico de las víctimas. Llama la atención que diga que el que hizo usted fue sociológico. ¿A qué se debe?
–Me guié en una idea muy interesante de un sociólogo noruego, Johan Galtung, especialista en conflictos sociales, que dice que para sostener la violencia estructural de una sociedad, es decir el desprecio, la discriminación, la xenofobia, hace falta una violencia cultural. No puede existir aquella sin esta, dice, y me pareció muy acertado. Partí de ahí y luego sí indagué profundamente en la psicología, sobre todo en cierto tipo de comportamientos que tienen estas mujeres, como la paranoia frente a los hombres, por ejemplo. Quise tener una mirada piadosa sobre estas dos mujeres que no están bien. Por eso mi obra no juzga, sino que muestra.
–¿Por qué decidió utilizar una cámara, al modo de panóptico foucaultiano?
–Me parecía que era interesante que hubiera una cámara filmándolas todo el tiempo mientras trabajaban, y que fuera un hombre el que las vigilara, pero que sólo pudiera verlas y no oírlas. Me resultaba una buena metáfora de que los hombres no escuchan a las mujeres. Ni siquiera aquellos que las vigilan atentamente. Y también quería mostrar cómo ellas, incluso sabiendo que no pueden ser oídas, bajan la voz cuando hablan de ciertas cosas, como de sexo. Por otro lado, me interesaba que el hombre opresor estuviera pero que no se lo viera en escena. Que cada mujer espectadora pudiera ponerle la cara que quisiera, la que conoce.
–Su mujer, Verónica, interpreta el papel de una de las víctimas de violencia de género. ¿Cómo fue dirigirla en un rol que tiene tanta relación con la pareja y el vínculo amoroso?
–Extremadamente placentero. Ella hace el personaje más enfermizo de la obra, y con cada texto que escribía, ya sabiendo que lo iba a decir ella, me repetía a mí mismo que tenía que tener mucho cuidado de no replicar eso mismo en mi vida cotidiana. También, a medida que la dirigía, le pedía perdón por si en algún momento se me había soltado la cadena en todos estos años que llevamos juntos. Reflexionamos mucho sobre la pareja y sobre todo durante este proceso, y eso fue muy importante. Por otro lado, uno de los técnicos es mi hijo, quien después de ver el ensayo general dijo que no le gustaría ser uno de los hombres que nombran esas dos mujeres. Así que eso también fue placentero, me hizo darme cuenta de que está bien encaminado, y que somos una familia que hace teatro comprometido.
–En el último año, y parece que también va a replicarse en este, hubo más obras que nunca sobre violencia de género. ¿A qué cree que se debe?
–A que las mujeres empezaron a manifestar esta problemática continuamente. Esto no quiere decir que antes no existiera, la diferencia es que ahora se están animando a hablar, cuando antes se compraban anteojos negros y tapaban las lágrimas para que nadie la viera sufriendo. Por otro lado, para bien o para mal, la prensa está poniendo mucho foco en ese tema. Y por eso aparecemos los artistas, que tenemos el rol de contar el sufrimiento y la alegría de la vida, y de poner al teatro como alarma, como señal de un tema que merece ser escuchado.
* Fábrica de chicas se puede ver los sábados, a las 21, en Teatro El Damero, Dean Funes 506.
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