TEATRO › ENTREVISTA A LA DRAMATURGA Y DIRECTORA SUSANA TORRES MOLINA
En su obra Ya vas a ver, recientemente estrenada, “la estructura patriarcal se expresa de formas groseras y terribles. También de formas sutiles que uno termina naturalizando”, según la teatrista. Al término de la función hay una charla-debate con el público.
› Por María Daniela Yaccar
En la Argentina, en 2014, se registraron 277 femicidios. En lo que va de 2015 murieron 20 mujeres como consecuencia de la violencia de género. Son cifras que reveló hace poco la ONG La Casa del Encuentro. Se puede graficar esto también así: cada treinta horas una mujer muere en el país porque un hombre así lo quiere. En la charla con Página/12, a cada instante, la dramaturga y directora Susana Torres Molina recuerda en detalle un caso que leyó en los diarios: mujeres acribilladas, mujeres encerradas, mujeres enterradas, mujeres víctimas de la trata. En su última obra, Ya vas a ver, todos estos hechos tienen resonancia. Una hipótesis la recorre: “La estructura patriarcal se expresa de formas groseras, cruentas y terribles. También de formas muy sutiles que uno termina naturalizando”, afirma la autora. Este espectáculo, al cual le sigue una charla-debate para que el público exponga sus pareceres –y en la que han brotado, en ocasiones, pensamientos que la obra pretende desterrar– invita a reflexionar sobre esos modos de ser de la violencia. Especialmente sobre el que se reproduce en la cotidianidad y en la intimidad, el que muchos y muchas atraviesan tal vez sin darse cuenta.
“La vida cotidiana está llena de pequeñas y sutiles violaciones en el espacio público, laboral y doméstico”, dice Torres Molina. En Ya vas a ver (domingos, a las 19, en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960) aparece un caso extremo. Un hombre rapta a una mujer con el fin de violarla. No es un hombre cualquiera, un enfermo que quiere atacar a una mujer cualquiera. Una historia los une aunque ella la ignore. El la conoce del trabajo; ella trabajaba en un piso más arriba del edificio, con los mismos ejecutivos que a él lo despidieron. Al tiempo que le ata el pie a una soga, arrastrándola como le viene en gana, por momentos él la trata con cariño, parece quererla y sentir despecho porque ella jamás siquiera lo miró. La historia roza una zona polémica: este personaje no es un loco que tuvo un brote, es una persona que siente, cuya complejidad queda expuesta. La operación es parecida a la de Potestad; no es que se borra la condena, sino que hay que ir más allá de ella. “Para nada él está justificado”, aclara la dramaturga.
La movió la intención de “acercar la historia”. “El es un oficinista, es la primera vez que se propone hacer algo así. No es un psicópata al que no le importa nada. Está dolorido. Cuando uno se pone a escribir, tiene que entender cuál es la lógica de afecciones de los personajes con los que no comparte absolutamente su conducta. El no eligió a cualquier mujer que pasaba por ahí. No se entiende, si no, por qué tantas parejas ejercen esa violencia con alguien a quien dicen amar. Si todos son enfermos, estamos ante un problema.” Tienen sentido estas ideas de Torres Molina. Muchos victimarios de los casos mencionados en el primer párrafo son seres que las mujeres muertas habían tenido cerca. Sin ir demasiado lejos, el 11 de mayo, el novio de Chiara Páez confesó que la había asesinado. La autopsia confirmó que ella estaba embarazada. Apareció enterrada en la casa de su pareja, que tiene dieciséis años.
“Hay un dominio, un control estructural, preexistente a todos estos actos, que son más o menos sutiles. Hoy mismo leí en el diario que presentaron proyectos de ley por el tema de los abusos verbales en la calle. Esto tiene que ver con lo mismo. La calle pertenece a los hombres. Las mujeres tenemos que andar con cuidado y lo vamos naturalizando”, sostiene la autora de Extraño juguete. Otra de sus obras, El manjar, que dirigió Patricio Contreras, había ahondado en el tema de la trata con fines de explotación sexual. “En Ya vas a ver la soga es un símbolo muy fuerte. La mujer puede ir, pero hasta ahí. Tenemos sogas mentales y vamos achicando nuestro radio de acción. Estas situaciones son parte del entramado del patriarcado. Textos que dice el secuestrador de la obra podría decirlos la pareja de la chica.”
Ya vas a ver sucede muy cerca de los espectadores. En las obras de Torres Molina, el cuerpo de los actores suele ser relevante. El escenario, prácticamente vacío, está en el centro, rodeado de las butacas. Los personajes no tienen nombre. Ella es interpretada por Natalia Imbrosciano, él es Emiliano Díaz. Hay otros dos aspectos importantes por los que la obra transita, siempre en relación con la violencia. El primero tiene que ver con pensar en su origen. “Todo esto está conectado con que la mujer tiene más autonomía económica. Puede tomar decisiones que antes no. Ya no es tan controlable. Hace cincuenta años estaba en su casa y punto. No había ni que decirle que tenía que quedarse encerrada”, explica Torres Molina. El segundo tópico importante es el tema del consentimiento. “Muchas mujeres tienen que fingir o tolerar para preservar su vida. Los entendidos en el tema –policías, asistentes sociales y jueces– dicen que si hay consentimiento no hay violación. El tema es que se cede algo para no perder todo. Muchas mujeres entran en un personaje, ficcionalizan la situación para que el acto sea lo menos costoso posible para su integridad”, reflexiona.
“En sociedades donde cada vez hay menos tiempo para la reflexión quedan la acción y la reacción. Ahí surge la violencia en su estado más puro. La violencia en general, y la violencia a las mujeres en particular, es un tema de autoconocimiento, de falta de espacios. Después viene el arrepentimiento, pero la acción ya está hecha, y ya se llevó una vida o arruinó varias”, concluye Torres Molina, autora de más de treinta textos teatrales.
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