TEATRO › GRACIELA MARTINEZ Y SERGIO PLETIKOSIC INTERPRETAN PAPELES, CON DIRECCION DE ADRIANA BARENSTEIN
Con Martínez como presencia emblemática, la obra funciona como una instalación plástica, sonora y de movimiento. Dos personajes misteriosos y tiernos habitan un espacio dominado por una gran montaña hecha de papeles.
› Por Carolina Prieto
Fue parte de la vanguardia del Instituto Di Tella aunque de-sarrolló principalmente su carrera en el exterior, donde vivió veinticinco años. Trabajó en Amsterdam y en París en plena efervescencia artística, llevó sus creaciones por Europa y Estados Unidos amalgamando la danza, la plástica y la performance con humor e irreverencia. A los 78 años, Graciela Martínez, la menor de una tradicional familia cordobesa, hermana del ex vicepresidente radical Víctor Martínez y pareja por varios años del pintor Antonio Seguí, vuelve a subirse a un escenario en una creación que recupera el espíritu de su producción anterior aunque, como ella misma afirma, “lo social está más presente, ya no es algo tan abstracto”. Lo hace junto al actor y bailarín Sergio Pletikosic. Son dirigidos por Adriana Barenstein en Papeles (los viernes a las 20.30 en la sala Norah Borges del Centro Cultural Borges, Viamonte y Maipú). Es una instalación plástica, sonora y de movimiento con dos personajes misteriosos y tiernos que habitan un espacio dominado por una gran montaña hecha de papeles. Muy poco texto, muchas miradas, un colchón sonoro hipnótico de texturas varias y dos criaturas que se descubren y se comunican en un ámbito de múltiples resonancias. Para el espectador que caminó por Florida hasta entrar al centro cultural, la escena dialoga con la calle: una zona del microcentro donde la basura, los papeles y las personas durmiendo en la intemperie configuran una realidad de soledad y desamparo. Algo de eso reaparece en Papeles, aunque el trío proyecta esa dolorosa estampa hacia otros horizontes. La travesía es breve, dura poco más de media hora, pero las sensaciones son muchas: hay algo de delirio, de aspereza y hasta una extraña y liviana forma de alegría. El cúmulo de papeles, que es una obra escultórica en sí misma (con hilos que unen imperceptiblemente las hojas de papel), adopta distintas formas cuando los intérpretes lo mueven. Ellos inte-ractúan a través de sus cuerpos con pequeños movimientos, gestos y acciones con objetos. Dos seres perdidos en la inmensidad, con algo de clown, de cine mudo y de Esperando a Godot.
Barenstein y Pletikosic se conocen desde hace años. Desarrollaron juntos el proyecto de danza y filosofía Cuerpo y Ciudad (en el Centro Cultural Ricardo Rojas) y estrenaron la obra La tierra no se mueve en el Museo Guggenheim de Bilbao, antes de presentarla en Buenos Aires. El contacto con Martínez llegó el año pasado, a raíz de un proyecto con otros bailarines que finalmente no prosperó. “Nos conocimos en la acción, ensayando, probando cosas. Me atrajo verlos trabajar juntos. Había en ellos una relación con muchas posibilidades de crecer dramáticamente, con mucha potencia. Cuando nos pusimos a trabajar los tres solamente, ya sin el resto del equipo, sentí que estábamos trabajando con algo residual, con lo que había quedado de esa experiencia trunca. Y enseguida surgió la idea de usar papeles de diario, de darle a ese material una estructura, que esos papeles pudieran convertirse en una escultura viviente”, describe Barenstein a Página/12. Dirigir a Martínez es, para ella, como tocar el cielo con las manos: “Graciela es una obra en sí misma, una fábrica de producir, de generar estímulos”. La artista venía de procesos en soledad y encontrarse con ellos le permitió generar nuevos bríos. “Me sentí muy cómoda, empezamos a improvisar y todo fluyó. Yo solía armar las coreografías y marcárselas a mis partenaires. Con Sergio fue distinto. No tuve que marcarle nada”, diferencia Graciela.
En un entramado de miradas, gestos, acercamientos y juegos de espejo, los cuerpos parecen contener un vendaval interno: “Como si dentro hubiera un huracán pero el movimiento que sale a flote es pequeño. Las miradas, en cambio, son fuertes. Hay una tensión entre ellos, con la basura que se enrosca en los cuerpos y un cuadrilátero que limita la escena”, agrega Pletikosic. Dentro de este juego de tensiones, hay una partitura que permite libertades. “La obra es un cuadro vivo, una performance con intérpretes vivos. En la función del estreno, en un momento, mi personaje agarra su changuito y pasa entre el público como yéndose. Hasta que al llegar a la pared, veo la cara de Sergio, descolocado. Le pregunto si quiere que vuelva y vuelvo”, recuerda Martínez. “Cuando la vi sentí que era totalmente capaz de hacerlo, de salir de escena, y eso que no era el final de la obra. Graciela asombra, hay que estar preparado para todo”, concluye.
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